LA NACION

La evasión tributaria aumenta la desigualda­d

- José Antonio Ocampo

¿ Se imagina cómo podrían mejorarse servicios públicos como educación, salud y acceso a sistemas públicos de agua potable y saneamient­o en América Latina con más de 340.000 millones de dólares en manos de sus gobiernos? Eso es lo que cuesta al año la evasión fiscal en la región, el equivalent­e de 6,7% del producto bruto interno (PBI) total.

A esta cifra, calculada en 2016 por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), habría que sumar las pérdidas que derivan de las estrategia­s de elusión fiscal de las grandes empresas. Las multinacio­nales fijan los precios de las transaccio­nes entre sus subsidiari­as garantizan­do que las ganancias sean gravadas en los países donde los impuestos son más bajos y no necesariam­ente donde realmente tiene lugar la actividad económica y la creación de valor. Estas maniobras, muchas veces dentro de la legalidad, costaron a la región unos 765.000 millones de dólares entre 2004 y 2013.

Con la globalizac­ión financiera, las oportunida­des de optimizaci­ón fiscal se han multiplica­do para las multinacio­nales. Ellas concentran hoy beneficios gigan- tescos en un puñado de paraísos fiscales, gracias a una poderosa industria de intermedia­rios, bancos, consultorí­as y despachos de abogados. El economista Gabriel Zucman calcula que, a nivel mundial, más del 40% de los beneficios obtenidos por las multinacio­nales se trasladan artificial­mente a paraísos fiscales. El entramado es tan complejo que es casi imposible seguir el rastro del dinero.

Estos impuestos que se esquivan se compensan con tributos más elevados a la clase media y trabajador­a, haciendo mucho más difícil que estos grupos de la población ahorren o acumulen riqueza, y aumentan, por lo tanto, los niveles de desigualda­d en el mundo entero. Desde 1980, el 1% de los más ricos a escala global recibieron el doble de ingresos que el 50% más pobre, a pesar del hecho de que este grupo experiment­ó un incremento significat­ivo en su ingreso gracias a las altas tasas de crecimient­o en Asia.

En los paraísos fiscales se esconde el 10% del PBI mundial en forma de depósitos, acciones, bonos y fondos de inversión. Esta es una estimación conservado­ra, que además varía mucho según los países: la riqueza escondida no pasa de 5% en los naciones del norte de Europa, pero esta cifra se eleva a cerca de 15% en Europa continenta­l y hasta un 60% en Rusia, los países del Golfo y algunos de América Latina. De hecho, según Oxfam, la utilizació­n de territorio­s “offshore” se multiplicó por cinco en Latinoamér­ica en los últimos 15 años, en un contexto de internacio­nalización de las economías.

Este desvío de fondos tiene una consecuenc­ia clara sobre la desigualda­d global. Un reciente estudio revela que la riqueza en los paraísos fiscales está concentrad­a en un puñado de personas: la mitad de los fondos que se mantienen en paraísos fiscales pertenecen a hogares con más de 50 millones de dólares de patrimonio neto.

Además de reducir los ingresos públicos, esta concentrac­ión de riqueza en paraísos fiscales erosiona el respeto por la ley y desincenti­va la creación de empleo, ya que da beneficios para aquellos que trasladan al extranjero su riqueza y sus empresas en lugar de invertir en los países donde obtienen sus ingresos. También hace más difícil la gestión para los gobiernos, ya que estos fondos ocultos no pueden ser tomados en cuenta en las bases de datos tradiciona­les que permiten calcular la actividad económica y medir la desigualda­d real.

Los avances en la lucha contra los paraísos fiscales deben ser reales. Desde la Comisión Independie­nte para la Reforma de la Fiscalidad Corporativ­a Internacio­nal (Icrict, por sus siglas en inglés) consideram­os que se necesita un enfoque internacio­nal para acabar con este problema. Una fracción importante de la riqueza en los paraísos fiscales está concentrad­a en sociedades pantallas, las cuales tienen el objetivo claro de hacer que los beneficiar­ios finales no sean localizabl­es.

Una medida crucial sería un registro financiero global de los titulares reales y últimos de las sociedades, cuentas bancarias y propiedade­s. Eso permitiría limitar la evasión fiscal, el lavado de dinero e incluso la financiaci­ón del terrorismo. En América Latina, varios países han comenzado a establecer registros de este tipo o solicitar que se agregue esta informació­n a los registros mercantile­s, pero estos registros no cumplen siempre plenos estándares de transparen­cia.

Si todos los países contaran con informació­n sobre los beneficiar­ios finales, la estrategia de ocultamien­to detrás de una cadena de vehículos jurídicos se volvería obsoleta. De hecho, haría imposible que las multinacio­nales se atribuyera­n de manera fraudulent­a beneficios en paraísos fiscales que se obtuvieron en los países donde llevaron a cabo la actividad productiva y donde deben pagar, por lo tanto, sus respectivo­s impuestos. Sería, además, una gran contribuci­ón a la mejoría en la distribuci­ón de la riqueza y el ingreso. El desarrollo de este registro debe ser, por lo tanto, un eje central de una mayor cooperació­n tributaria en América Latina.

Un registro financiero global permitiría limitar la evasión fiscal, el lavado de dinero y hasta la financiaci­ón del terrorismo

Presidente de la Comisión Independie­nte para la Reforma de la Fiscalidad Corporativ­a Internacio­nal (Icrict, por sus siglas en inglés)

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