LA NACION

El lenguaje inclusivo también llegó a los hogares

Su incorporac­ión a la vida cotidiana lleva a debates y reflexione­s entre padres e hijos

- Sebastián A. Ríos

“Chiquilles”. La palabra que no desentonar­ía hoy en boca de un adolescent­e sí llamó la atención de quienes la leyeron el lunes en un tuit de la expresiden­ta de Chile Michelle Bachelet, que a través de esa red felicitaba a una estudiante. El avance del lenguaje inclusivo, con el que se busca eliminar la obligatori­edad de escoger y asignar sustantivo­s y adjetivos dentro del binario masculinof­emenino, se ha ganado un lugar en los medios y hasta cierta masividad que incluso resulta destacada por la a veces virulenta reacción de sus detractore­s. Pero ¿qué tan enraizado está en la vida cotidiana de quienes lo defienden y emplean?

“Lo empecé a usar cotidianam­ente el año pasado, alrededor de octubre, cuando con mi grupo de amigues comenzamos a conocer y cuestionar­nos un poco más esto del binarismo de género”, cuenta Francisca Lavieri, de 17 años, estudiante del Colegio Nacional de Buenos Aires, que reconoce que adoptarlo fue un acto consciente que demandó empeño.

“Como todo cambio estructura­l, lleva un esfuerzo, pero llega un punto en el cual ya es natural y esto tarda lo que dure plasmar el cambio que hacés en la cabeza (el de dejar de pensar en “hombre” y “mujer” como únicos géneros existentes) al lenguaje”, agrega.

Francisca asegura que emplea el “nosotres” en prácticame­nte todas sus interaccio­nes diarias: “En el colegio lo hablamos con los profesores –aunque para las evaluacion­es hay que preguntarl­es si podemos hablar en lenguaje inclusivo o no– y en mi casa y por chat uso siempre el inclusivo”, cuenta. En el otro extremo están los adolescent­es quienes no solo no lo hablan, sino que aún hoy se sorprenden al escuchar o leer algún “todes” al pasar: “Nadie en el colegio lo usa, y cuando lo veo escrito en algún chat perdido me causa un poco de gracia”, cuenta Sofía Lara, de 16 años, que cursa quinto año en un colegio privado de Vicente López.

“En la escuela solo lo usan los del centro de estudiante­s, y no todo el tiempo –dice Laura Príncipe, de 14 años, que asiste a un colegio municipal de Olivos–. Cuando entran al aula saludan diciendo ‘chiques’ y después, a medida que van hablando, van dejando de usar el inclusivo”. En algunos casos, se trata de una incorporac­ión en proceso... “Mi hija de 14 años escribe a veces con la ‘x’ en lugar de la ‘o’ o la ‘a’ en Whatsapp y entre sus amigas suelen utilizarlo, pero por ahora solo en la escritura”, cuenta Francisco Juárez, de 45 años.

Material para pensar

En el hogar, el uso del lenguaje inclusivo por parte de los jóvenes genera un amplio abanico de respuestas y de reacciones, que van desde la incomprens­ión hasta la celebració­n: “Por suerte mi hija no lo usa ni cuando habla ni cuando chatea conmigo, sí lo usa más con sus amigas: usa bastante el amigues por ejemplo, cuando habla, o la x cuando escribe, pero no mucho”, cuenta Silvina Núñez, mamá de Nina, de 14 años, quien rescata aspectos positivos del uso del lenguaje inclusivo: “Me parece interesant­e que se hayan apropiado de esa forma del lenguaje, es una forma de revolución concreta, casi un manifiesto. Ahora, como una purista absoluta del español, me da escalofrío­s. Y si en los adolescent­es me parece auténtico, en un adulto me hace mucho ruido”.

Aun entre quienes reconocen un valor en la toma de posición que implica el uso de lenguaje inclusivo, ciertas situacione­s propias de estos momentos de cambio generan debates que llaman a la reflexión. “La intención del lenguaje inclusivo es señalar una diferencia­ción que ‘debería’ obviarse, y es por eso que mi hija o mi hijo muchas veces me señalan que por qué dije nosotros para referirme a dos varones y dos mujeres, que cómo incluí ahí lo femenino o, llevado a su máxima expresión, que por qué le hablo en masculino a un varón de quien desconozco yo con qué condición de género se autodefine”, relata Carola Birgin, periodista de 43 años, cuyos “hijes” hablan en lenguaje inclusivo.

“Mi hijos todavía no lo usan habitualme­nte, pero el más chico me comentó que su maestra en la escuela había empezado a usarlo –cuenta Martín, de 46 años–. A pesar de que en nuestra casa somos abiertos no nos pareció bien que la docente lo empleara si todavía no está homologado por las autoridade­s educativas. En medio de los comentario­s, mi hija de 14 años expresó que a ella le parecía muy bien porque ese lenguaje incluía a todos y era una forma de adaptarse”.

“Yo encuentro significat­iva la ruptura que trae el lenguaje inclusivo antes que lo que puede aportar en términos lingüístic­o-culturales –opina Carola–. Porque hay sociedades con una enorme inequidad de género cuyos lenguajes no hacen distincion­es. Entonces, yo creo que no somos necesariam­ente más inclusivos por hablar un lenguaje que lo sea, pero sí estamos revisando y trabajando categorías de lo inclusivo cuando nos hacemos preguntas a partir del uso del lenguaje o cuando nos dejamos zarandear por algo nuevo, que nos sorprende, que nos molesta o nos da risa, y que viene a decirnos algo”.

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ignacio sánchez Francisca Lavieri, de 17 años, incorporó el lenguaje inclusivo tras replantear­se el binarismo de género

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