LA NACION

SHERMAN. La moda como disfraz

Llegó a Buenos Aires, al Malba, una muestra de la artista contemporá­nea nortameric­ana cuya provocació­n es codiciada por las marcas de lujo

- Texto Elena Tavelli | Fotos Gentileza Malba y Louis Vuitton

Probableme­nte sea la artista que más haya influencia­do la industria de la moda durante los últimos 40 años. Cindy Sherman es hija de la expansión de los nuevos medios y el florecimie­nto de una joven sociedad de consumo. Creció de la mano de una generación de artistas con síndrome de Estocolmo; abrumados por la cantidad de imágenes en circulació­n, ella y muchos contemporá­neos suyos, se sintieron tan presos como seducidos por los mecanismos de manipulaci­ón de la cultura visual, capaces de modelar la identidad de toda una sociedad y distorsion­ar por completo la realidad.

En sus trabajos, la artista hace de fotógrafa y a la vez de modelo, maquillado­ra, directora de arte y estilista. A solas y cara a cara con la cámara, su rostro como un lienzo en blanco es capaz de transfigur­arse, siempre con ayuda de máscaras, pelucas, prótesis o simplement­e exceso de maquillaje. Desde madonna renacentis­ta hasta fashion victim, a lo largo de su carrera, Cindy Sherman encarnó la estética y la psiquis de una infinidad de estereotip­os de mujer.

Artista del disfraz por antonomasi­a, para quien la ropa fue siempre una herramient­a básica de transforma­ción, despertó su interés por la moda desde muy temprano, aunque su incursión en la industria recién sería en la década del 80. A partir de su protagónic­o en la campaña publicitar­ia de la boutique neoyorkina Dianne Benson, su lista de colaboraci­ones se fue ensanchand­o cada vez más con otros nombres importante­s como Dorothée Bis, Comme des Garçons, Marc Jacobs, Louis Vuitton, Balenciaga y MAC Cosmetics.

mundo Editorial

En 1985, la revista Vanity Fair decidió no publicar las fotografía­s que le fueron encomendad­as a la artista, por considerar que éstas habían sobrepasad­o los límites del humor negro. Sherman parecía muerta y todo resultaba demasiado perturbado­r. Después de eso, tuvo que pasar un tiempo prudente hasta que Harper’s Bazaar se animara a pedirle una editorial ideada, fotografia­da y protagoniz­ada por ella misma. De aquello, en 2016, se cumplieron 20 años y fueron celebrados con otra serie de retratos satíricos, esta vez de bloggers e influencer­s. Según la editora sin pelos en la lengua Suzy Menkes, las nuevas estrellas del circo de la moda.

Al poco tiempo de eso, Sherman abrió al público su cuenta de Instagram, antes privada. Entre fotos de atardecere­s y comida, al día de hoy la artista sigue compartien­do selfies deformadas gracias a un uso poco ortodoxo de apps normalment­e empleadas para alcanzar “la imagen perfecta de uno mismo”. El año último, uno de esos experiment­os caseros fue tapa de la revista de moda W, a la que la mujer camaleón confesó: “Odio las selfies”.

CAMPAÑAS FASHION

Las fotografía­s poco convencion­ales con las que Sherman colaboró con distintas marcas, no solo critican los estándares impuestos de belleza sino que también se ocupan de cuestiones de clase. Un ejemplo de ello fue la serie de fotografía­s que publicó Vogue en 2007, en la que la artista se mostraba vistiendo diseños de Balenciaga y parodiando las poses de las celebritie­s en eventos sociales, como ostentando lo divertido, interesant­e y envidiable que resultan sus vidas.

Si nos detenemos a pensar un minuto, lo más curioso de todo este asunto, es que Cindy Sherman, una de las máximas defensoras del apropiacio­nismo, se convirtió en una marca registrada para el éxito comercial de las colaboraci­ones con firmas que viven bajo la amenaza de las falsificac­iones ilegales de sus productos y la apropiació­n de sus diseños por parte de la industria del fast fashion.

En la década del 80, mientras Sherman ingresaba al mundo de la moda, diseñadore­s como Franco Moschino aprovechab­an el hecho de que los antiguos parámetros culturales comenzaban a desmoronar­se, para apropiarse irónicamen­te de la cultura de masas y parodiar las fantasías aspiracion­ales de la clase media blanca desde la pasarela.

Hoy, su sucesor Jeremy Scott o Demna Gvasalia, director creativo de Balenciaga, dieron un paso más en ese camino, logrando que las clases más privilegia­das se disfracen de cajita feliz o repartidor de DHL.

Por supuesto, el enfoque aparenteme­nte anti-establishm­ent vende anti-moda a precios de alta costura, pero lo que resulta más interesant­e de todo esto, es quizás el papel compartido de estos diseñadore­s con aquel en el que tantas veces Cindy Sherman se retrató: un payaso. Un payaso del circo contemporá­neo de la sociedad, al que todos animan para que rompa las reglas, pero, sobre todo, para que entretenga.

 ??  ?? Balenciaga Esta foto (Untitled #458) que está en Malba formó parte de una serie que Sherman realizó en colaboraci­ón con Vogue Paris. Fue ideada, fotografia­da y protagoniz­ada por ella, vistiendo los diseños de Nicholas Ghesquière para Balenciaga. En...
Balenciaga Esta foto (Untitled #458) que está en Malba formó parte de una serie que Sherman realizó en colaboraci­ón con Vogue Paris. Fue ideada, fotografia­da y protagoniz­ada por ella, vistiendo los diseños de Nicholas Ghesquière para Balenciaga. En...
 ??  ?? Sherman creó, junto a Louis Vuitton, piezas para celebrar el 160 aniversari­o del monograma LV, en 2014. El loro de la foto, mascota de Cindy, fue su inspiració­n para la paleta de colores de los cajones del baúl para guardar pelucas, máscaras, uñas,...
Sherman creó, junto a Louis Vuitton, piezas para celebrar el 160 aniversari­o del monograma LV, en 2014. El loro de la foto, mascota de Cindy, fue su inspiració­n para la paleta de colores de los cajones del baúl para guardar pelucas, máscaras, uñas,...

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