López Obrador da señales conciliadoras
En su primer mensaje garantizó que respetará el Estado de Derecho.
CIUDAD DE MÉXICO.– Tras conseguir un rotundo triunfo en una elección histórica en México, Andrés Manuel López Obrador, flamante presidente electo, dijo que la lucha contra la impunidad y la pobreza serán prioridades de su futuro gobierno, y buscó brindar las primeras garantías para desterrar el principal temor que generó su ascenso a los más alto del poder: que lleve a la segunda economía de América Latina hacia el populismo.
Apenas se conocieron los primeros resultados oficiales, que confirmaron su aplastante victoria, AMLO, como lo llaman aquí, líder del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), brindó un discurso ante la prensa en el Hotel Hilton en un tono distinto al que tuvo en campaña, más moderado, con el que llamó a los mexicanos “a la reconciliación”, y prometió “desterrar la corrupción”, respetar la ley, las libertades y la economía de mercado. “No apostamos a construir una dictadura, abierta o encubierta. Los cambios serán profundos, pero se darán con apego al orden legal establecido”, prometió López Obrador.
El candidato de la coalición Juntos Haremos Historia, que reunió a Morena con la extrema izquierda y la extrema derecha, obtuvo el 53,3% de los votos. Ricardo Anaya, del Partido de Acción Nacional (PAN), lo siguió, con un 22,5%, mientras que José Antonio Meade, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), obtuvo el 16%, un durísimo derrape para el oficialismo y un testamento al hastío de los mexicanos con el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto.
“La corrupción no es un fenómeno cultural, sino el resultado de un régimen político en decadencia”, aguijoneó López Obrador.
“Estamos absolutamente seguros de que este mal es la causa principal de la desigualdad social y de la desigualdad económica, y también, por la corrupción, se desató la violencia en nuestro país. En consecuencia, erradicar la corrupción y la impunidad será la misión principal del nuevo gobierno”, afirmó el presidente electo. “Sea quien sea, será castigado”, prometió.
La paliza de López Obrador a los partidos tradicionales inauguraba una nueva era en México, al llevar a la izquierda al poder por primera vez en democracia con un fuerte mandato del pueblo para llevar adelante la prometida “transformación radical”. Pero su triunfo también dejó un país polarizado, donde casi la mitad del electorado atestiguó su ascenso con cierto temor y preocupación.
La Ciudad de México, uno de los bastiones de López Obrador, se transformó en una fiesta. Decenas de miles de mexicanos gritaron, cantaron, bailaron y se abrazaron. Las calles del centro de la Ciudad de México comenzaron a poblarse apenas Meade y Anaya –en ese orden– reconocieron su estrepitosa derrota. Ni siquiera esperaron los resultados oficiales: entregaron la elección apenas se conocieron los primeros sondeos en boca de urna.
“¡Es un honooor estar con Obradooor!”, fue el canto en las calles, junto con otro: “¡Sí se pudo! ¡Sí se pudo!”. Una marea humana se movió desde el Hilton hasta el Zócalo, donde López Obrador brindó otro discurso en pantalla gigante, ya en un tono más populista. Reiteró uno de los compromisos centrales de su futuro gobierno con los mexicanos: “Va a ser un gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo”, dijo, y prometió: “No les voy a fallar”.
Su gente se mostró esperanzada, montada en una algarabía que dejó al descubierto la enorme expectativa que ha generado la promesa de una “transformación radical” en el país. Muchos lo votaron por tercera vez y soltaron el festejo atragantado que dejaron las derrotas en 2006 y 2012. La fiesta cerró con el grito de siempre: “¡Viva México!”.
“Feliz, feliz, feliz... Creo que, como muchos millones de mexicanos, ya era el momento. Ya el fastidio llegó a tope. Esta elección fue la tercera ganada. En las dos anteriores fue un atraco a ojos vistos”, dijo Jesús Francisco, 50 años, profesor de educación secundaria. “El nivel de hartazgo ya fue demasiado evidente. Fue tremendo. Y por eso estoy súper, superfeliz”, insistió.
A sus detractores, López Obrador buscó darles garantías. Prometió “libertad empresarial”, libertad de expresión, de asociación y de creencias, elogió a los medios –a los que ha criticado– y se comprometió a garantizar “todas las libertades individuales y sociales, así como los derechos ciudadanos y políticos consagrados en la Constitución”. Dijo también que no habrá expropiación ni confiscación de bienes.
Carlos Manuel Urzúa, que será su secretario de Hacienda, pasó la mañana en conferencias telefónicas con inversores y analistas de Wall Street, a quienes intentó llevarles tranquilidad al reiterar que se mantendrá una férrea disciplina fiscal y se respetarán la autonomía del Banco de México y la flotación cambiaria.
Las señales fueron mutuas. El establishment empresario mexicano le brindó su respaldo al presidente electo, coronando una tregua que había despuntado durante la campaña, cuando ya era claro que el avance de López Obrador hacia Los Pinos era imparable.
Al brindar sus primeras definiciones como presidente electo, López Obrador auguró un México más insular, y anticipó un cambio en la estrategia en la lucha contra la rampante violencia: atacará sus causas, más que utilizar “la fuerza”. Habrá más inversión pública y una mayor atención a los más vulnerables.
“El propósito es fortalecer el mercado interno, tratar de producir en el país lo que consumimos y que el mexicano pueda trabajar y ser feliz donde nació, donde están sus familiares, sus costumbres, sus culturas. Quien desee migrar, que lo haga por gusto y no por necesidad”, definió. Luego ofreció una frase que, dijo, sintetiza su pensamiento: “Por el bien de todos, primero los pobres”.
En el Hilton y en el Zócalo, López Obrador le prometió a la gente que no le fallará, no la decepcionará y no la traicionará. Insistió en que gobernará con “rectitud y justicia”. Al cerrar ante los periodistas, se reservó un momento para él y para su “ambición legítima”, la que persiguió tercamente durante años: “Quiero pasar a la historia como un buen presidente de México”.