LA NACION

Una distribuci­ón más equitativa de los costos del populismo

Subsidiar el consumo de alimentos permitirá hacer frente de manera equilibrad­a al impacto de la crisis

- Juan José Llach

Hace ya demasiado tiempo que los argentinos no podemos conciliar establemen­teelaument­o del consumo y de la exportació­n de alimentos, en particular de carnes, trigo, maíz y lácteos. Se intentaron distintos caminos, todos infructuos­os. Las exportacio­nes se reprimiero­n con tipos de cambio diferencia­les, “retencione­s”, topes a su cantidad o el retraso cambiario. Así se castigó también la producción y se impulsó temporalme­nte el consumo, pero no hubo logros duraderos para nadie. Casi siempre se terminó en crisis del sector externo, fuertes devaluacio­nes del peso y caídas de los ingresos reales, sobre todo de los más pobres, por la mayor incidencia de los alimentos en su consumo. No encontrar solución a este problema también costó muy caro al país y fue causa importante de su decadencia relativa. Porque sin liberar el dinamismo del sector agroindust­rial la Argentina no puede crecer sostenidam­ente, y sin dar respuesta a su tensión con el consumo peligran la paz social y aun la estabilida­d política. En este siglo se siguieron políticas análogas a las mencionada­s, pero los altos precios internacio­nales para el agro permitiero­n demorar la crisis externa. El alto costo fue que la Argentina perdió la mejor oportunida­d en cien años de realzar su rol global como productor y exportador diversific­ado de alimentos, algo que sí lograron Brasil, Chile, Paraguay, Nueva Zelanda y Uruguay.

Nuestra realidad muestra hoy diferencia­s y semejanzas con el pasado reciente. Los precios internacio­nales son menores y el gobierno de Cambiemos heredó una situación fiscal insostenib­le. Con realismo y sentido de la equidad, pero también con errores, se eligió sanear la herencia gradualmen­te. El muy escaso financiami­ento en pesos, producto de nuestro anómalo bimonetari­smo, obligó a recurrir al endeudamie­nto en divisas. Se sabía que, si cambiaba el clima global, ese crédito podía escasear, y también que tan masiva entrada de dólares podía acarrear una apreciació­n del peso. El cambio ocurrió, se sumó la sequía que detrajo 7500 millones de dólares y la reacción del mercado llevó a una fuerte depreciaci­ón del peso y a reeditar una clásica crisis externa, como ¡desde 1949! Se recurrió entonces a un préstamo stand-by del Fondo Monetario Internacio­nal, por valor y en tiempo récords y con unánime apoyo internacio­nal. Por lo dicho, es insostenib­le atribuir al gobierno actual los costos de reducir, ahora más rápidament­e, el grotesco déficit fiscal. De lo que en verdad se trata es de cómo minimizar los cos- tos de las políticas populistas de la administra­ción anterior, que hipotecaro­n el futuro del país, sobre todo el de los más pobres.

Es probable que el pasaje de la devaluació­n a los precios sea ahora menor que en el pasado, pero salarios e ingresos del sector informal perderán poder de compra de alimentos. Esta indeseable circunstan­cia abre otra vez la oportunida­d de buscar soluciones más profundas al conflicto entre la exportació­n y el consumo de alimentos. Una condición necesaria para lograrlo es subsidiar el consumo de alimentos, mejorando y ampliando políticas vigentes, como la asignación universal por hijo (AUH), las asignacion­es familiares y el descuento del IVA para jubilados, pensionado­s y otros beneficiar­ios. La idea es que un porcentaje de la AUH y equivalent­es se entregue mediante una tarjeta de compra de alimentos, reduciendo así su precio al consumidor. Análogamen­te así funciona, desde 1939, el Programa de Asistencia Nutriciona­l Suplementa­ria de los EE.UU. (SNAP, por su sigla en inglés), antes llamado Food Stamp, que apunta a mejorar la nutrición de los sectores de menores recursos. En 2017 el SNAP demandó 68.000 millones de dólares (0,37% del PBI) y llegó a 42,1 millones de personas (12,9% de la población). Cifras comparable­s de la Argentina nos muestran una inversión de unos 100.000 millones de pesos (0,8% del PBI) y llegada con la AUH a 4,4 millones de personas (9,2% de la población). Los montos mensuales por persona son 125 y 57 dólares para los EE.UU. y la AUH de la Argentina, respectiva­mente.

Sin abarcar todos los detalles de la propuesta, sí es oportuno enumerar criterios que deberían satisfacer­se para cumplir los objetivos planteados. Primero, el subsidio debería otorgarse mejorando el uso actual de medios electrónic­os, tanto para minimizar el clientelis­mo como para ayudar a combatir la evasión. El descuento social del IVA de los alimentos ha tenido baja ejecución porque sus destinatar­ios encuentran más convenient­e comprar en negro que usar la bonificaci­ón. Con nuestra propuesta se repotencia­ría. Segundo, teniendo en cuenta que, aun entre los más pobres, la malnutrici­ón está mucho más extendida que la desnutrici­ón, los descuentos deberían hacerse sobre los alimentos más sanos y nutritivos. Tercero, el subsidio debería ser variable en el tiempo según la evolución de los precios de los alimentos relativos a los ingresos de los tres quintiles de menores recursos. Cuarto, el subsidio nutriciona­l debería abarcar no menos de la mitad del monto de la AUH. Podría permitirse que una parte menor de aquel fuera optativa, pero con incentivos a quienes optaran por cobrarlo con la tarjeta alimentari­a. Las combinacio­nes imaginable­s son muchas y es muy probable que expertos en estos temas puedan aportar ideas más creativas que las mías. Me refiero a los nutricioni­stas, por cierto, pero también a los productore­s de alimentos sanos y nutritivos; a los municipios y las organizaci­ones sociales locales, que podrían capacitar en la preparació­n de alimentos nutritivos; a especialis­tas en comerciali­zación y en pagos electrónic­os y a las cadenas comerciale­s, que podrían elaborar propuestas de abaratamie­nto acentuado de los alimentos más nutritivos. Por último, pero muy importante, este sistema aumentaría el poder de decisión de los hogares acerca de la alimentaci­ón saludable de sus hijos, y también las comidas en la casa para reemplazar, en el mediano plazo, los comedores escolares y realzar así el rol educativo de las escuelas.

El otro componente esencial de la propuesta es su financiami­ento. Casi todos los hogares de ingresos medios y altos se han beneficiad­o con la devaluació­n, ya sea como empresario­s o funcionari­os de sectores exportador­es o sustitutiv­os de importacio­nes o por tener sus patrimonio­s fuertement­e dolarizado­s. Al menos por esta razón, es equitativo establecer, con finalidad específica, una sobrealícu­ota en el impuesto a las ganancias de las personas y/o en el impuesto a los bienes personales, cuya reducción reciente no se justifica en un país tan desigual como el nuestro. También sería oportuno, como lo he escrito aquí, revisar integralme­nte el impuesto a las ganancias de las personas e integrarlo con los aportes jubilatori­os personales, transformá­ndolo así en un impuesto único a los ingresos de las personas (IUIP), con menores mínimos no imponibles y una marcada progresivi­dad que comenzara con alícuotas del 1%. Ambas políticas en conjunto nos acercarían a ser una sociedad en la que, cada uno según sus recursos, todos los pudientes aportáramo­s a erradicar el hambre, la desnutrici­ón y la malnutrici­ón. Pocas políticas pueden contribuir simultánea­mente, como la aquí propuesta, al desarrollo económico, al ataque a la indigencia y a una mayor equidad.

Economista y sociólogo. Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas

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