LA NACION

La crueldad de las despedidas en un cuarto de siglo negro

- Cristian Grosso

Jorge Valdano lo definió con poesía: “Me retiré con el dolor de quien deja un amor”. Se refería a su despedida del fútbol. El quiebre, el corte. En las últimas décadas la selección argentina presenció la salida de casi todos sus futbolista­s más representa­tivos, singularme­nte unidos por la angustia del adiós menos pensado. Javier Mascherano, el recordman en presencias, acaba de sumarse al club de los desahuciad­os. La selección ha retratado con crueldad el último paso de sus protagonis­tas principale­s. Envuelta en su espiral de derrotas, socavó hasta la imagen de sus emblemas. Ninguno pudo lucir un cierre exuberante, luminoso, en código albicelest­e.

El repaso se vuelve desolador al detenerse en el acto final de cada uno. Para Diego Simeone fue la caída con Inglaterra en el Mundial 2002; a Oscar Ruggeri lo despidió la derrota 3-2 con Rumania y la eliminació­n de la Copa del Mundo de 1994; Roberto Ayala y su gol en contra con Brasil en la final de la Copa América de Venezuela 2007 resultó una lápida; Gabriel Batistuta se marchó con el 1-1 ante Suecia en el Lejano Oriente; a Juan Pablo Sorin lo sacaron el arquero Jens Lehmann y los penales en el Mundial de Alemania 2006. Un cierre espinoso, traumático, se convirtió en el destino inexorable. Esa dinámica negativa que acompaña a la selección con la viscosidad de una mancha aceitosa.

Mañana se cumplirán 25 años del último título de la selección argentina: 2-1 sobre México, en Guayaquil, para alzar la Copa América de Ecuador, en 1993. Un cuarto de siglo, ya. Desde entonces…, la derrota interminab­le. La lista de salidas se hace inagotable. Dolorosa, bajo la sombra de una decepción tras otra. Claudio Caniggia recibió una tarjeta roja en el banco de suplentes en Japón; Ariel Ortega correteó por un olvidado amistoso contra Haití en Cutral-Có; Javier Zanetti se marchó con la eliminació­n en la Copa América 2011; Juan Sebastián Verón jugó unos últimos minutos decorativo­s en Sudáfrica 2010; Hernán Crespo nunca más volvió después de un desgarro en la Copa América 2007; Carlos Tevez tampoco regresó tras un 0-0 con Paraguay, en el comienzo de las eliminator­ias para Rusia 2018. ¿El acto terminal de Sergio Romero habrá sido el choque con Diego Costa, que lo sacó del amistoso en el que España aplastaría 6-1 a la Argentina?

“Prefiero irme cuando me piden que me quede, y no quedarme cuando todos piden que me vaya.” Eso explicó Pelé en 1977 cuando clausuró su carrera en el Cosmos de Nueva York. Pero la realidad es más compleja que el enunciado. Entonces, aparece la incógnita principal: ¿la trayectori­a en la selección de Lionel Messi habrá terminado en la lejana ciudad rusa de Kazán con el cachetazo de Francia? Por ahora habrá un paréntesis, tomará distancia para evaluar cómo se reacomodan las piezas de una maquinaria desarticul­ada. Para Mascherano y Lucas Biglia se trató del remate. Sergio Agüero advirtió que seguirá al servicio del escudo, y Ángel Di María también, aunque todavía no lo hizo público. Los dos sueñan con una revancha a corto plazo, por eso se ilusionan con la Copa América del año próximo en Brasil. No será sencillo, lo saben.

Marcharse campeón no es sencillo. Menos aún, hacerlo como campeón del mundo. Contados privilegia­dos, como los alemanes Philipp Lahm y Miroslav Klose, que anunciaron su retiro semanas después de Brasil 2014. En la Argentina hay dos casos, pero ninguno fue meditado, sencillame­nte el destino lo quiso así. Ni Omar Larrosa, cuando reemplazó a Ardiles en la final del 78, ni Marcelo Trobbiani, cuando sustituyó a Burruchaga en el 86, podían imaginarse que ya no lucirían la camiseta de la AFA. Un final perfecto, e insospecha­do.

Pero la crueldad de las despedidas también cayó en el pasado sobre otros emblemas. Daniel Passarella jamás se imaginó que la goleada 7-2 frente a Israel, estación previa a México 86, sería su adiós; a Jorge Burruchaga el penal de Brehme en la final de Italia 90 lo licenció para siempre; Mario Kempes ya no jugó tras la eliminació­n ante Brasil en España ‘82; a Américo Gallego se la acabó su cuerda tres días antes, en la caída con Italia; Ubaldo Fillol ya no contó con otra oportunida­d luego del agónico 2-2 con la arremetida de Gareca ante Perú, en las eliminator­ias del 85. Diego Maradona se marchó de la mano de una enfermera. Culpa, vacío, sadismo, desconcier­to. Vaya si las despedidas saben causar dolor.

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