El Mundial se quedó sin DT argentinos: Colombia, el equipo de Pekerman, quedó afuera, y Sampaoli ya volvió
Pekerman no escapó con Colombia al destino de sus colegas compatriotas; Sampaoli, de regreso
MOSCÚ.– Jorge Sampaoli entra caminando adelante de todos. Empuja su pequeña valija con ruedas y es el primero e ingresa al hall del aeropuerto, la foto final de un álbum de recuerdos tristes. Supera el control de seguridad y a paso firme se adelanta por la escalera mecánica rumbo al primer piso. Entonces se perderá de la vista de los curiosos y la modesta guardia periodística que registra el momento. Está solo, aunque con él vayan a viajar alrededor de 50 personas que habían llegado aquí con el mismo objetivo: luchar por conseguir un nuevo título mundial para la selección argentina. Está solo aquí, en este instante simbólico, y está solo allá, donde no lo esperan voces masivas de apoyo que lo ayuden a mantenerse en su cargo. Está solo y espera, el hombre, a ver si una serie de hechos encadenados le permiten dar vuelta una historia que viene muy enrevesada.
Unos metros atrás de Sampaoli apareció el otro protagonista del asunto por resolver: para Claudio “Chiqui” Tapia la situación no cambió, él se mantiene en su pretensión de que el vínculo entre el entrenador y la AFA se corte ahora mismo. El presidente cuenta con algunos elementos en su favor: el muy mal andar del equipo aquí, donde no logró ni siquiera sostener un perfil reconocible –“nunca jugamos a nada”, rezongaban amargamente otros dirigentes en los días siguientes a la eliminación– y la falta de un consenso que clame por la continuidad. Tapia cree que esas cartas serán determinantes cuando los dos se entreguen a una discusión a fondo, en los próximos días. Y si no alcanzan para lograr la salida en lo inmediato, no forzará el despido: confía en que antes de que lleguen los amistosos de septiembre lo conseguirá.
¿En que sustenta Sampaoli sus argumentos para quedarse? Primero, lo obvio: tiene contrato vigente hasta 2022, cuando finalice el Mundial de Qatar. Después, esgrimirá que tomó al equipo en un momento de urgencia y consiguió el objetivo principal, que era evitar la catástrofe de no clasificarse al Mundial. Insistirá con su proyecto de “60 + 6”, que consiste en hacer un seguimiento exhaustivo de jugadores (60) y arqueros (6) argentinos. Cree que allí encontrará una base nueva, ahora que algunos históricos (Mascherano, Biglia, ¿Higuaín?) dejarán la selección. El último elemento es la cláusula de rescisión: alrededor de 11 millones debe pagarle la AFA que destituirlo. Sampaoli sabe que ese monto es irremontable para la tesorería de la calle Viamonte. En cambio, si le dan margen hasta la Copa América en Brasil, en junio próximo, rescindir después sería considerablemente más económico. ¿Y qué haría Tapia entonces, piensa él, si la selección corta en el Maracaná la racha maldita de 25 años sin títulos (que para ese momento serán 26)?
Eso es volar muy lejos. Aquí y ahora, el técnico es consciente de su soledad en la cruzada. “No tiene hinchas”, lo define un amigo suyo, a partir de una realidad: no está identificado con ningún club porque tuvo que hacer un larguísimo recorrido por América –principalmente– y Europa antes de cumplir “el sueño” de su vida. Tampoco tiene un apoyo unánime dentro de su staff de colaboradores: su principal asistente técnico, Sebastián Beccacece, podría aceptar alguna oferta de clubes argentinos e irse sin siquiera mantener su cargo en la Sub 20, que era lo previsto antes de viajar a Rusia. En todo caso, el ladero incondicional de Sampaoli sigue siendo Jorge Desio, el profesor que lo acompaña desde que empezó a dirigir.
Lo que quedaba de la selección en este país remontó vuelo hacia la Argentina en una tarde fresca, con nubes y apenas 19 grados. La delegación encabezada por Tapia partió del Bronnitsy Training Centre por última vez a las 15.37, después de despedirse del personal local, que los atendió durante 25 días: el bus que transportó al plantel con la leyenda “Unidos por una ilusión” había ingresado al predio en la noche del sábado 9 de junio con el plantel completo. Y este martes, a las 16 en punto, estacionó en el pequeño aeropuerto de Zhukovski, desde donde partió de Rusia. Los esperaba en la pista el mismo avión que los había llevado de Ezeiza a Barcelona el 30 de mayo, cuando el proyecto Mundial recién comenzaba. Desde lejos se veía la lengua de los Rolling Stones característica de la aeronave, que la banda suele utilizar en sus giras.
Solo dos jugadores subieron las escalerillas, después de que la delegación completara los trámites migratorios: eran Marcos Acuña, que se quedó en Lisboa, la escala prevista para cargar combustible antes de cruzar el océano Atlántico, y Enzo Pérez, al fin el único que llegaría al país de los 23 que participaron de la Copa. Los que también emprendieron el trayecto desde el aeropuerto Zhukovski hasta Ezeiza –se estimaba que aterrizarían allí durante la madrugada de hoy– fueron el cuerpo técnico y médico, los 22 sparrings juveniles, utileros, cocineros, administrativos y dirigentes. Así de paradójica fue la escena: Tapia y Sampaoli viajaron juntos, aunque separados. Los esperaba el frío argentino. Una sensación térmica acorde a la despedida de un Mundial que terminó en una enorme frustración.