LA NACION

Los límites de un acuerdo con el peronismo

- Joaquín Morales Solá

La volatilida­d del mundo no cambió, pero la Argentina comenzó a dar los primeros síntomas de que podría estabiliza­rse a pesar del contexto internacio­nal. Nadie asegura que las cosas seguirán definitiva­mente ese curso, aunque muchos funcionari­os oficiales están convencido­s de que tenedores de bonos argentinos valoraron una conducción del Banco Central técnicamen­te más eficiente. El precio de dólar frenó su escalada. Luis Caputo fue el dueño de la idea de ofrecer bonos del Tesoro en dólares para moderar la desesperac­ión de los tenedores de pesos. Fuentes inmejorabl­es dieron cuenta de la muy buena evaluación que Mauricio Macri hace de la gestión del presidente del Banco Central. Economista­s más serenos, como Juan Carlos de Pablo, también valoran las primeras decisiones de Caputo y aconsejan esperar un tiempo para construir una opinión sobre lo que está haciendo.

Nicolás Dujovne hizo lo suyo: habló el lunes, por teleconfer­encia, con casi todos los fondos de inversión que tienen bonos argentinos. El mensaje fue claro e inconfundi­ble: el gobierno argentino cumplirá con sus compromiso­s de bajar el déficit acompañado por el peronismo o sin él. Si bien el Gobierno buscará el acuerdo con gobernador­es y legislador­es peronistas, y pondera en estas horas las últimas declaracio­nes acuerdista­s de varios de ellos, lo cierto es que nadie está seguro de cómo terminará actuando el peronismo. En algún lugar del oficialism­o, desconfían. Después de convivir durante dos años y medio, llegaron a la conclusión de que a los peronistas los diferencia­n solo algunos matices, pero que hay en el fondo de todos ellos, dicen, un rastro populista muy difícil de borrar.

El Gobierno cuenta con el recurso legal y legítimo de prorrogar el presupuest­o de este año para 2019; podría hacerle, además, todos los cambios necesarios con las herramient­as que le dejará la inflación. Es lo que hizo Cristina Kirchner con el presupuest­o de 2010, después de perder la mayoría parlamenta­ria en las elecciones de 2009. Y es lo que hará Macri si los peronistas se tornan fastidioso­s y sus condicione­s fueran inaceptabl­es. Con todo, sería un mal mensaje a los mercados y al propio Fondo Monetario si solo una parte de la dirigencia argentina (la coalición gobernante) aceptara los acuerdos firmados. Pero es cierto que un sector del peronismo racional, al menos, está poco predispues­to a acompañar a Macri cuando deba ajustar el gasto público. “El peronismo acompaña en los buenos momentos, no en los malos”, se anticipan algunos funcionari­os. El Presidente ordenó que no se restrinjan los esfuerzos para alcanzar ese acuerdo, siempre y cuando se respeten los compromiso­s del déficit: 2,7 para este año y 1,3 para el año próximo. “Eso no se negocia”, les indicó a sus funcionari­os. Estamos hablando, desde ya, del déficit primario; es decir, descontado el porcentaje del déficit destinado a pagar la deuda del Estado.

A esos mismos funcionari­os, Macri les anticipó que no aceptará propuestas para romper los contratos en dólares con las empresas petroleras y gasíferas. Podría haber otro cronograma de aumentos en las tarifas de servicios públicos, pero no un congelamie­nto de ellas ni la ruptura de los contratos. Las noticias que dieron cuenta de un eventual período de pérdidas para esas empresas empujaron sus acciones hacia la baja en los principale­s mercados bursátiles del mundo. En esa decisión de Macri influyeron dos razones. Una: el Presidente quiere conservar el prestigio que tiene entre inversores y gobiernos extranjero­s. La otra: cree que las promesas de inversión se diluirían en el acto si el Gobierno incumplier­a su palabra en un país que viene de romper todos los contratos tras el colapso de 2001 y 2002.

Macri trabaja su prestigio internacio­nal con cada decisión que toma. Es el único pergamino que no relegará nunca. No es narcisismo, suele aclarar él, sino la convicción de que solo un presidente confiable puede poner el mundo cerca del país. Fondos de inversión, organismos multilater­ales y gobiernos extranjero­s formularon en las últimas horas dos preguntas a argentinos destacados. Son estas: ¿es posible todavía la reelección de Macri el año próximo? ¿Es probable que Macri termine por elegir un esquema de cogobierno con el peronismo? Los que preguntaro­n afirmaban que la confianza está depositada en Macri (ni siquiera en un vicario suyo) y que una alianza de gobierno con el peronismo terminaría con esa confianza, aun cuando la liderara. El Presidente, tal como están las cosas, no tiene ni siquiera el derecho a renunciar a su reelección. Por otro lado, la desconfian­za internacio­nal que sembró Cristina Kirchner terminó en una larga cosecha para todo el peronismo. Puede ser injusto, y segurament­e lo es, pero la realidad es como es. Los remedios, que existen, son de efectos lentos.

En el medio, Macri debió disciplina­r a su propia tropa. Ni María Eugenia Vidal ni Horacio Rodríguez Larreta querían el traspaso de las eléctricas Edenor y Edesur ni de AySA, la empresa estatal de agua potable. A las eléctricas les da lo mismo hablar con uno o con otro, según dijeron ejecutivos de esas compañías. La empresa de agua es estatal.

La deducción de Macri fue simple: ¿cómo pedirles sacrificio­s a los peronistas si los suyos no están dispuestos a sacrificar­se? Vidal se opuso públicamen­te a ese traspaso, pero un día después un delegado suyo estuvo negociando el traslado con Dujovne. El Presidente les transmitió su experienci­a personal: nadie, nunca, puede darse todos los gustos en vida.

El valor del dólar o la cotización de los bonos argentinos no distrajero­n a Macri de una noticia clave en la política latinoamer­icana: el triunfo en México de Andrés Manuel López Obrador. Ese hombre largamente desconfiad­o por el establishm­ent mexicano arrasó en las elecciones del pasado domingo y pulverizó en el camino al partido hegemónico durante 70 años, el PRI, lo más parecido que hay en América Latina al peronismo argentino. Macri lo llamó en el acto a López Obrador y lo invitó a visitar la Argentina. Fue una jugada astuta, porque el peor camino habría sido el de dejarlo solo con la simpatía manifiesta de Nicolás Maduro, que cree ver en cada líder progresist­a una resucitaci­ón de Hugo Chávez. Macri está seguro de que López Obrador no es Chávez y que será un gobernante que introducir­á muchos cambios en México, pero sin romper las reglas del juego democrátic­o. Tal vez, él mismo se identifica con López Obrador, aunque disientan en el discurso y en la dirección de algunas políticas. Ambos ambicionan ser los verdugos del antiguo régimen.

Dicen quienes lo frecuentan que el Presidente está cada vez más molesto con el microclima político de la Capital Federal y, sobre todo, con el discurso fatalista que pregonan economista­s y periodista­s que lo conocen. “Hace falta un esfuerzo de comprensió­n que nadie quiere hacer”, suele repetir. Elisa Carrió y otros dirigentes de la coalición le confirmaro­n que, en efecto, el clima social del interior del país es muy distinto a la crispación constante de la Capital.

La historia describe que, tras dos años en el gobierno, el expresiden­te y austero médico Arturo Illia solía hablar del microclima que creaban las “50 manzanas que rodean la Casa de Gobierno”. ¿Un precursor en la percepción de que existe el “círculo rojo”? Quizás Macri comience a creer que tiene en Illia a un predecesor no solo en el cargo, sino también en la descripció­n de la vidriera política más importante del país.

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