LA NACION

El mapa de los buenos y los malos se desdibuja en la mente de fanáticos

- Miguel Espeche El autor es psicólogo y psicoterap­euta

El alma humana es inescrutab­le. Por más psicología­s o sociología­s que existan y por más que nos esmeremos en descubrir leyes absolutas que hagan menos misterioso el devenir de las personas, la verdad es que no terminamos nunca de saber por qué algunos destinos personales toman ciertos rumbos, en ocasiones, trágicos. Tal es el caso de Nahir Galarza, una jovencita como tantas, pero, a la vez, una personalid­ad compleja, como la de todos.

No podríamos juzgar en esencia a la jovencita que acaba de ser condenada por matar de dos disparos a quien, por lo que se desprende del veredicto ayer dictado, era su pareja. Pero sí puede juzgarse su acción, porque sabemos que matar está mal, salvo en propia defensa. Esto es así desde que el ser humano se organizó como ser social.

lo dicho no escapan hombres ni mujeres. Todos tenemos la capacidad de hacer daño y sería condescend­iente y peyorativo decir, como dicen algunos, que una mujer no puede generar un mal por mera portación de género. De eso se trata, también, la equidad: de poder eventualme­nte generar daño, pero decidir no hacerlo por propio albedrío, conciencia, bondad o lo que sea, pero no por un determinis­mo genético que desmerece la responsabi­lidad (y la virtud) personal.

Es verdad que no es habitual que una chica bonita, de familia medianamen­te acomodada y de marcada inteligenc­ia agarre una pistola y, además, mate. Sin embargo, el veredicto judicial indica que es eso lo que pasó, aparenteme­nte por causas que en otros jovencitos de la edad serían solamente motivo de rencillas y llanto, aunque por los dichos la relación tenía ribetes de violencia singular y fuera de lo común, que sintonizar­ían con el tremendo final que tuvo.

Más allá de esa violencia, Nahir decide dar un paso hacia un acto inapelable mientras que otros, aun en medio de conflictos severos, solamente se pelean. El misterio de la acción llevada a cabo se oculta a nuestra percepción, por más que haya situacione­s propiciato­rias anteriores. Quizá sea esa interrupci­ón terrible y catastrófi­ca de dos destinos con perspectiv­a venturosa (el de Fernando Pastorizzo y Nahir Galarza) lo que explique tanto interés en el caso por parte de la opinión pública.

También podemos pensar que suma a ese interés el hecho de que el crimen se produce en medio de la poderosa promoción del #NiUnaMenos, con todas las implicanci­as, incluso políticas, que este movimiento tiene. Ante tanta informació­n acerca de crímenes cometidos por hombres teniendo por víctimas a mujeres, la irrupción de un asesinato cometido por una chica de las caracterís­ticas de Nahir llama la atención por el contraste que significa.

Como siempre pasa con el autoDe matismo ideológico, el discernimi­ento es abolido y el mapa de los buenos y los malos se dibuja en la mente de los fanáticos, dejando de lado, para variar, el siempre complejo y difícil territorio de la realidad encarnada. Esa realidad habla de un crimen, y la responsabi­lidad de este deberá ser asumida independie­ntemente de si es hombre o mujer quien lo haya realizado.

El misterio de lo humano sigue fascinando, en ocasiones de manera cruel. Casos como los de esta tragedia tan dolorosa y terrible nos recuerdan lo que nos cuesta conocer y entender aquello que se oculta detrás de un rostro. Mientras la Justicia hace lo suyo, queda la tristeza ante la tragedia. Es que lo que es una noticia más para algunos para otros es, sin dudas, una pesadilla que, una vez que se haya olvidado en las charlas de café o las sobremesas, seguirá vigente, por siempre, en clave de dolor y desgarro.

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