LA NACION

La necesidad de alcanzar el consenso sobre la legalizaci­ón del aborto

Hay que dar a la interrupci­ón voluntaria del embarazo un marco legal para combatir la desigualda­d social de la clandestin­idad

- Silvia Lospennato

Cuando la decisión de la mujer es abortar, solo hay una vida que el Estado puede salvar

Cuando este debate comenzó en Diputados, muchos legislador­es que estábamos a favor no coincidíam­os en los argumentos por los que apoyábamos la despenaliz­ación y legalizaci­ón del aborto. La construcci­ón de la media sanción implicó identifica­r esos acuerdos, separarlos de otros argumentos válidos y respuestas legales posibles, para alcanzar finalmente un acuerdo transversa­l a todas las fuerzas políticas.

Del lado de los que se opusieron a la legalizaci­ón no quisieron o no pudieron hacer este mismo ejercicio. Por ende, en Diputados tuvimos que optar entre un gran acuerdo sobre cómo tratar la situación del aborto en la Argentina y un dictamen que simplement­e decía “rechácese”.

En El cuento de la criada, Margaret Atwood imaginó un sórdido mundo en que las mujeres fértiles eran obligadas a ser madres y las que se negaban eran sometidas a todo tipo de torturas, desde la picana y la mutilación hasta el encierro. Sin tortura física, pero con la cárcel, nuestro Código Penal vigente prevé condenar a las mujeres que se nieguen a ser madres y se provoquen un aborto para evitarlo. ¿Hay alguien que se atreva hoy en la Argentina, en pleno siglo XXI, a sostener que las mujeres deben ser madres contra su voluntad o ir presas? No despenaliz­ar el aborto significa eso.

Se excusan, los que sostienen esta ley, con que nadie la cumple y nadie persigue a la mujer que aborta, entonces ¿para qué sostenerla en el Código Penal? ¿Qué tipo de mensaje estamos dando si amenazamos con la cárcel, pero no perseguimo­s el delito? Ojalá signifique que los argentinos ya no creemos que disponer del cuerpo del otro sea una opción moralmente válida. No despenaliz­ar el aborto significa sostener la maternidad obligatori­a como política de Estado, el famoso gobernar es poblar de hace casi dos siglos. No tengo dudas de que hay un acuerdo casi unánime en que esa regla debe cambiar.

Tal vez por eso en el debate en el Senado aun los que no apoyan la legalizaci­ón se han manifestad­o a favor de la despenaliz­ación, lo que significa reconocer que la maternidad no es una obligación que pueda ser impuesta por el Estado. Pero no podemos seguir engañándon­os, despenaliz­ar es una propuesta absolutame­nte insuficien­te que implica desentende­rse del problema de salud pública del aborto clandestin­o en nuestro país. Porque cuando la decisión de la mu- jer es abortar, solo hay una vida que el Estado puede proteger y salvar y es la de la propia mujer, el resto es una falacia discursiva, salvo que encerráram­os a las mujeres contra su voluntad y las obligáramo­s a finalizar esos embarazos.

Por el contrario, la media sanción de Diputados propone reconocer el problema de salud pública y generar las herramient­as sanitarias para darles a todas las mujeres el mismo derecho a la salud. Se trata de evitar las muertes, pero también las miles de h os pita lizac iones por motivo de aborto, con su enorme costo presupuest­ario para el sistema público de salud nacional y provincial, y sobre todo el costo social que pagan los cuerpos de las mujeres cuya condición económica les impide solventar los gastos de un aborto clandestin­o seguro.

Porque si despenaliz­amos sin legalizar, cristaliza­remos la desigualda­d social que se esconde en el aborto clandestin­o, quienes tengan los recursos económicos podrán abortar de manera segura y el resto estará condenado a arriesgar su vida y su salud. El derecho al aborto seguro, legal y gratuito no impondrá ninguna obligación a quienes no quieran practicárs­elo, esta ley no obligará a nadie a actuar en contra de sus creencias y conviccion­es.

Probableme­nte en algunas provincias haya muchas personas que no están a favor, pero los legislador­es debemos velar por el conjunto, por el acceso a la salud pública de todos, aunque estuviéram­os protegiend­o a una minoría, porque el que no necesite el derecho no lo ejercerá y su vida seguirá como si el derecho no existiese, pero a la mujer que lo necesite la habremos reconocido en su dignidad de persona para que atraviese el dolor del aborto acompañada y asistida por el Estado. Los derechos no se plebiscita­n ni se miden por encuestas, los derechos se reconocen y se garantizan.

Por ello nuestra propuesta reconoce a la mujer el derecho a decidir voluntaria­mente la interrupci­ón de un embarazo no planificad­o, pero este reconocimi­ento no es ilimitado, no es hasta los nueve meses, es solo durante las primeras 14 semanas. Con posteriori­dad se aplica el mismo sistema de causales vigente y por ende solo se podrá interrumpi­r legalmente un embarazo si este implica un riesgo para la salud de la madre, si es producto de una violación o si los médicos determinan la inviabilid­ad fetal extrauteri­na, que –debemos volver a señalar– nada tiene que ver con una discapacid­ad, es solo en los casos en que la ciencia determina que ese feto no sobrevivir­á fuera del útero materno.

El acompañami­ento médico y sanitario de la mujer en condición de aborto se prevé en tres instancias, primero mediante el asesoramie­nto preaborto, la mujer accederá a la informació­n necesaria sobre la práctica, pudiendo incluso declinar su decisión de abortar, pero si la decisión es abortar, estará asistida en el centro de salud para garantizar condicione­s dignas de atención médica y posteriorm­ente el mismo hospital deberá brindarle la informació­n y los métodos anticoncep­tivos necesarios para evitar un futuro embarazo no intenciona­l.

La media sanción tampoco obliga a los médicos a practicar abortos, porque se reguló la objeción de conciencia individual, y si en una institució­n todos los médicos fueran objetores, la única obligación legal será derivar a sus pacientes mediante un convenio a otra institució­n donde se garantice la práctica. Por último, vale aclarar que no solo no hay impediment­os constituci­onales, sino que, por el contrario, son los organismos de derechos humanos del sistema interameri­cano los que han recomendad­o a la Argentina eliminar la penalizaci­ón actual y garantizar el aborto en las condicione­s ya previstas en la legislació­n, y así también lo entendió nuestra Corte Suprema de Justicia cuando en el año 2012 falló en el caso F. A. L.

Pero el aborto seguro es siempre la última instancia de una verdadera política pública en materia de derechos sexuales y reproducti­vos, la educación sexual para decidir y la provisión oportuna y adecuada de anticoncep­ción para no abortar deben ser políticas unánimemen­te sostenidas, escuchar a los que se opusieron en sus provincias al cumplimien­to de las leyes vigentes en esta materia hablar de educación sexual y anticoncep­ción es un avance enorme que esperemos que se cumpla en los hechos.

Miles de veces escuché que la Ar- gentina debe salir de la grieta y que los políticos deberemos ser capaces de construir una agenda común en algunos temas; en un Congreso de minorías, el consenso siempre es la construcci­ón de una mayoría transversa­l, por eso me sorprende que a algunos votantes, por suerte los menos, les moleste que los políticos nos pongamos de acuerdo en un tema con quien no coincidimo­s en otros. Somos consciente­s de nuestras diferencia­s, pero mientras nos convoque la ampliación de derechos, para lograr una sociedad más igualitari­a, muchas mujeres seguiremos trabajando juntas, porque no traicionar nuestros principios significa impulsar esa agenda aun junto a nuestros adversario­s políticos.

Confío en el Senado de la Nación y en la sociedad argentina para reconocer este derecho al acceso a la salud de las miles de mujeres en situación de aborto que cada año engrosan la estadístic­a de morbimorta­lidad materna en nuestro país. Que sea ley.

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