LA NACION

Tiki taka versus Potemkin

- Ezequiel Fernández Moores —para La NaCIoN—

MOSCÚ.– Podría elegir la formidable e inédita reacción de Bélgica, que lleva dos años sin perder y le ganó 3-2 al harakiri japonés en cinco dramáticos minutos finales. O CroaciaDin­amarca y su récord de cinco penales detenidos en el desempate. O al sólido Brasil que se clasifica a cuartos por séptima vez consecutiv­a y se convierte en la selección más goleadora en los Mundiales. O los penales anoche de Inglaterra-Colombia. O a Kylian Mbappé, francés subsaharia­no de 19 años aceptado por el Primer Mundo, figura del 4-3 ante la Argentina de la gran generación que se despidió jugando poco, pero luchando al menos hasta el último segundo. Ninguno de ellos. Elijo uno de los peores partidos del Mundial. El que desató la mayor fiesta y que abrió también el mejor debate. Es el triunfo de la anfitriona Rusia ante España, que había llegado favorita pero se fue en octavos, sin perder. El invicto de 24 partidos es ahora una marca inútil para la selección señalada por muchos como la mejor de todos los tiempos cuando su tiki taka ganó la Eurocopa en 2008 y 2012 y el Mundial de 2010, un estilo hoy en crisis.

Rusia la eliminó porque fue tan granítica como El Acorazado Potemkin, joya histórica del cine mundial y de la propaganda soviética sobre el motín de 1905 en el puerto de Odesa. Una rebelión contra el maltrato de la armada zarista que estalla finalmente por la carne podrida del borsch. Inolvidabl­e la escena de la escalera de Odesa, siete minutos de salvaje represión con disparos de los soldados y sablazos de los cosacos. Sergei Eisenstein, su director, también él víctima de la censura estalinist­a, la filmó cuando tenía apenas 26 años. Su tumba en el hermoso cementerio Novodevich­i, junto a las de políticos, artistas y cosmonauta­s que forman parte de la historia rusa, está casi pegada al Luzhniki. Su obra inspiró tal vez el puro heroísmo de hombre anónimo, argumento del cine de los tiempos soviéticos, pero sin el arte de Eisenstein. España creyó tenerlo con la posesión de pelota. A su modo, también creían tener un arte Alemania y Argentina. Fueron las tres seleccione­s con mayor tenencia en la primera fase de Rusia. Las tres eliminadas. Su caída reabrió el debate sobre la utilidad de tener la pelota como herramient­a para controlar, y ganar, un partido. Pero España, Alemania y Argentina no perdieron por la posesión. Perdieron porque jugaron mal.

Jorge Sampaoli avisó antes de caer ante Francia que Argentina jugaría con el cuchillo entre los dientes. Así jugaban al soule, el fútbol de la Edad Media, los pueblos vecinos de Bretaña, Normandía y Picardía, sin reglas, ganando terreno en aldeas, bosques y arroyos con esquives y a pura brutalidad, cuchillo incluido, hasta que fue prohibido por violento, pagano e improducti­vo. Pero ganó Francia. Y su cuchillo fue la pelota. España, a su turno, asumió que el tiki taka estaba en crisis. Por eso, Julen Lopetegui primero y Fernando Hierro después, insistiero­n con Diego Costa, un nueve de área que, según cuenta Diego Torres en El País, rechazaron siempre los volantes históricos del equipo (¿cogestión a la española?). Con Andrés Iniesta suplente, España eligió más combate y verticalid­ad para enfrentar a Rusia. A Diego Costa sumó a Koke, figuras del Atlético Madrid del Cholo Simeone. Es el DT del cuchillo entre los dientes. El que parece elegir ahora la mayoría que pide la cabeza de Sampaoli.

Nos dicen que Rusia 2018 demuestra que el fútbol se ha igualado. Puede que sea así en el fútbol de las Federacion­es-seleccione­s. Pero no en el de clubes, donde la poderosa Europa sigue alejándose cada vez más. Federacion­es-Estados más pobres, Clubes-privados más ricos. Dineros al margen, nunca fue fácil quebrar a rivales que instalan un acorazado Potemkin frente a su arco. Es la vieja ley del fútbol. Más allá del VAR, la pelota mantiene reglas centenaria­s que convierten al drama en espectácul­o. Permiten al más débil no jugarle de igual a igual al más poderoso. Ganar montando trincheras en el arco propio y casi renunciar al otro. Potemkin, eso sí, no es responsabl­e si el más rico, con o sin cuchillo entre los dientes, casi no tira al arco. Y si toca una y otra vez al costado, ya no para tener el balón, sino porque no sabe cómo atacar.

En 1960, la España franquista se negó a jugar contra la URSS por cuartos de final de la Eurocopa. Tenía a Alfredo Di Stéfano (Balón de Oro 1957 y 59), a Luis Suárez (Balón de Oro 1960), a Ladislao Kubala, a Francisco Gento y a Helenio Herrera como DT. La URSS de Lev Yashin era campeona olímpica y terminó ganando esa Eurocopa. El “gobierno fascista español tiene miedo al equipo del proletaria­do soviético”, afirmo Pravda. La UEFA multó a España, que sí celebró en la Eurocopa siguiente, ganándole a la URSS ante más de cien mil personas que vivaron a Franco en el Bernabéu. Ahora es el turno de Rusia. El día que comenzó el Mundial el gobierno de Vladimir Putin presentó una reforma a una ley que considera de los tiempos soviéticos y pide aumentar la edad jubilatori­a. Vetadas en las sedes mundialist­as, las protestas sucedieron el último domingo lejos de la pelota y de la prensa. En las mismas horas en las que Rusia le ganaba a España. Y miles y miles, Ucrania incluida, dice la TV de Moscú, salían a celebrar a las calles.

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Sebastián Domenech
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