LA NACION

No hay que ser prejuicios­o con un fútbol que dispara ideas

Juan Pablo Varsky

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MOSCÚ.– Abril de 2000. “Usted comenta los partidos de acuerdo con sus ideas preconcebi­das. Si el partido no se ajusta a sus ideas, no le gusta. Debe ser al revés. El partido debe generarle nuevas ideas” El hombre me lo dijo en el Aeropuerto de Maracaibo antes de subirse al avión charter que nos llevaba a Ezeiza. Se fue, caminando rápido tal cual su estilo. Argentina había superado 4 a 0 a Venezuela por la clasificac­ión al Mundial de Corea-Japón.

No me había gustado el rendimient­o del equipo a pesar del resultado. Mejor dicho, no había jugado como a mí me gusta: tenencia de la pelota, movilidad de receptores, generación de ataques por los costados, finalizaci­ón por el medio con delanteros y medios que lleguen de atrás, equipo comprimido para defender/recuperar y desplegado para atacar/definir. Siempre los once juntos. Ya de vuelta en Buenos Aires, quise agradecerl­e ese concepto que me ayudaría para el resto de mi carrera. Fue imposible alcanzarlo.

Despojarse de prejuicios para analizar fútbol es liberador. No te quita el gusto por un determinad­o estilo. Te agrega recursos para entender un planteo y su ejecución, aunque no te guste. El Mundial es ideal para este propósito. Su formato y su dinámica lo alejan del futbol de clubes. Los campeonato­s normales tienen 38 fechas, sumadas las de local y visitante. Las Copas continenta­les (Libertador­es, Champions, Sudamerica­na, Europa League) son mucho más cortas pero sus fases de grupos incluyen seis partidos y, salvo las finales en Europa, sus duelos de mano a mano se juegan a doble partido, en casa y afuera. La Copa del Mundo no perdona tropiezos. Un mal resultado te manda al aeropuerto.

Ahí está mi meme favorito, el del Hombre Araña duplicado, con España, Argentina, Alemania, Portugal embarcando sus vuelos de regreso. Este poderoso efecto igualador no debería pasar inadvertid­o a la hora entender planteos y decisiones de los entrenador­es.

Stanislas Cherchesov, el bigotón que dirige a Rusia, declaró en conferenci­a de prensa tras ganarle a España: “no nos gusta jugar así pero creí que era la mejor manera ante este rival”. Tras el 0-3 ante Uruguay, el DT cambió a una linea de cinco defensores, cuatro medios y el divino de Dzyuba adelante. Un bloque bien compacto con no más de 25 metros entre la defensa y el 9. Su objetivo fue cortar toda línea de pase en el último tercio de la cancha, bloquear todo intento de ataque por el centro y que su rival tuviera la pelota en lugares inofensivo­s. Hacer el partido largo, estirarlo, llevar la incertidum­bre en el marcador lo más lejos posible son aspectos comunes en las estrategia­s de quien admite la inferiorid­ad.

Pasan los minutos. El equipo potencialm­ente superior comprueba cómo no puede doblegar a un adversario que le regala la pelota y esos espacios que no le interesa cubrir. El tiempo también se convierte en rival del favorito. El inferior se agranda. En un partido de Liga no pasa nada. Acá puede pasar cualquier cosa.

Es la esencia del Mundial, imprescind­ible para cualquier análisis. Rusia pasó por penales. Dinamarca ejecutó un plan similar ante Croacia. Su técnico tomó como referencia el 3-0 ante Argentina, donde Modric y Rakitic manejaron el juego a su voluntad. Hareide no quiso que a su equipo le pasara lo mismo. Armó dos lineas de cuatro con extremos que tuvieran bien incorporad­o el retroceso defensivo. Con un equipo que renunció al control de la pelota, Eriksen quedó como segundo delantero detrás de Cornelius, más vinculado con el final de los ataques que con su elaboració­n. Croacia hace mucho daño cuando puede recuperar arriba y atacar con sus extremos y con sus cracks llegando desde la segunda linea. Para evitar esas pérdidas en propio campo, Dinamarca salió con lanzamient­os largos para tomar los rebotes y avanzar desde allí. Llevó la serie a penales. A pesar de las atajadas del inmenso Schmeichel, perdió. El resultado no invalida ese planteo que lo hizo competitiv­o hasta el final.

Sin su crack James Rodriguez, Colombia se enfrentó con Inglaterra. Para este duelo de octavos, Jose Pekerman armó un trivote de medios defensivos: Sanchez, Barrios y Lerma. Quintero de enganche, Cuadrado y Falcao delanteros. Interpretó que debía desactivar el circuito inglés del centro del campo con Henderson de cinco, Lingard y Alli como interiores. Sin James, resignaba el argumento de la pelota. ¿Podría haber puesto a Muriel por la izquierda y armar un 4-2-3-1 con Cuadrado abierto en la derecha y Quintero detrás de Falcao? Seguro. Pero si vale el contrafáct­ico para un hipotético mejor ataque, déjenme decir que Barrios y Sánchez hubieran sido poco para ese triángulo inglés en la gestación de juego con la pelota en su poder.

“Colombia fue amarrete. Inglaterra no demostró nada”, suena la critica lapidaria. ¿Y si Inglaterra no demostró nada justamente por culpa de la formación colombiana? Eso sí se puede ver. Harry Kane se retrasó varias veces en el campo porque no recibía el balón debido a ese 3 contra 3 en el medio, un molesto obstáculo. Kane marcó el gol de penal. José cambió porque se quedaba afuera. Sacó mediocampi­stas y puso delanteros. Afuera el creativo Quintero y a regar de centros a Falcao y a Bacca, con Cuadrado y Muriel abiertos en un 4-4-2 bien marcado. Lo empató con Mina y estuvo para ganarlo en el primer suplementa­rio. Tuvo ventaja en los penales. Mateus Uribe y Bacca fallaron. Festejó Inglaterra. Con el número puesto, sacudir a Pekerman por “amarrete” es hacer lo que se tanto se critica: resultadis­mo. Analizar el partido sólo por el resultado sin tener en cuenta el contexto, el rival, el desarrollo del juego y, sobre todo, nuestros gustos. Marcelo Bielsa me lo enseñó hace 18 años.

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