LA NACION

La asesina que más tiempo pasó en la cárcel

El 14 de septiembre de 1984, junto con su pareja y otro joven, asesinó al dibujante Lino Palacio y a su esposa en Recoleta; ella tenía 21 y, al cabo de seis años, fue condenada a prisión perpetua: pasó 22 años presa por ese delito hasta que le dieron la l

- Texto Sol Amaya

Estuvo 22 años presa por matar al dibujante Lino Palacio, en 1984

No había pasado aún un año del retorno de la democracia, del tiempo luminoso que dejaba atrás los años oscuros de la dictadura, cuando un tremendo crimen sacudió a la sociedad argentina. La madrugada del viernes 14 de septiembre de 1984, el reconocido dibujante Lino Palacio y su mujer, Cecilia Pardo Tavera, ambos de 81 años, fueron hallados muertos en su departamen­to/atelier de Callao 2094, en Recoleta. Asesinados. El creador de Don Fulgencio y su pareja habían sido salvajemen­te acuchillad­os durante un robo.

La policía y la Justicia llegaron rápido hasta los autores del conmociona­nte crimen: dos hombres y la que había sido novia del nieto del artista, Claudia Sobrero. Durante tres décadas fue dueña de un triste récord: la mujer más joven condenada a prisión perpetua en la Argentina y con más tiempo efectivo dentro de la cárcel.

Su nombre reapareció este martes, cuando Nahir Galarza fue sentenciad­a a la pena máxima del Código Penal por el homicidio de su exnovio en Gualeguayc­hú. Curiosamen­te, el récord de Sobrero había sido quebrado por otra chica entrerrian­a, Paula Araceli Benítez, que hace tres años mató a su madre de cinco golpes en la cabeza con un palo de amasar mientras dormía en su casa de la ciudad de Colón. Ideó el crimen con su novio para robar un dinero que atesoraban para la compra de un auto.

No se sabe cuánto tiempo estarán tras las rejas Galarza o Benítez. Sí es un hecho que Claudia Sobrero cumplió casi 28 años en prisión, el mayor tiempo que una mujer ha estado recluida en un penal de la Argentina.

Cuando fue detenida, Sobrero tenía 21 años (dos más que Nahir, tres más que Paula Araceli) y dos hijas. Había estado en pareja con Jorge Palacio Zorrilla de San Martín, nieto de Lino Palacio. Habían convivido hasta poco antes del crimen. Cuando se separaron, ella, además del televisor, se llevó también una copia de las llaves de la propiedad de Callao 2094.

Según pudieron reconstrui­r los investigad­ores de la época, Sobrero fue a la vivienda la noche del crimen junto a dos hombres: el chileno Oscar Odín González Muñoz, de 19 años, y Pablo Fernando Zapata Icart, de 22. En principio, el objetivo era cometer un hurto: sabían que en el departamen­to había objetos de valor y creían que el dibujante y su mujer estaban descansand­o en Mar del Plata.

Pero la presencia de los dueños de casa los sorprendió. Los detectives de homicidios de la Policía Federal reconstruy­eron que la entrada de los homicidas se habría producido a las 22.30; media hora antes Cecilia Palacio, hija de las víctimas, había hablado por teléfono con su padre y estaban bien, según declararía después.

Hubo algún breve intercambi­o entre los visitantes y la pareja. En la mesa quedaron tres cafés sin tomar. Según la investigac­ión, González Muñoz hizo evidentes las intencione­s del trío cuando sacó un arma. Pero Palacio se resistió. En ese momento, según las crónicas de la época, Claudia le asestó al dibujante una cuchillada en la espalda. Lino cayó al piso, pero se reincorpor­ó. Ahí. Odín le dio un golpe brutal en la cabeza con una plancha. El creador de Avivato, finalmente, fue asesinado de 27 puñaladas. Su mujer, en tanto, recibió 16 heridas de arma blanca que le causaron la muerte.

Descolgaro­n un cuadro y abrie- ron la caja fuerte empotrada detrás de la pintura. El botín fue magro: un anillo, un reloj y una cadena y una medalla de oro, además de 4000 dólares. Tras el crimen, los tres se fueron a jugar al pool. Quizás estuvieran drogados, creyeron los detectives de la época.

Cuando se descubrió el doble homicidio, el sábado 15 de septiembre de 1984, la policía encaminó rápidament­e la pesquisa. El primer demorado fue el nieto de las víctimas, que en enero de ese mismo año había sido acusado de haberles robado a sus abuelos 9000 dólares. Rápidament­e fue desvincula­do de la autoría del crimen, aunque siguió ligado a la causa.

Sobrero y González Muñoz, que eran pareja, escaparon hacia Tucumán; ella se quedó en esa ciudad, pero él siguió en movimiento: esperaba fondos para seguir la fuga. La policía detuvo a Claudia en la capital tucumana y a Odín, cuando iba en un ómnibus de Santiago del Estero a Córdoba. Fueron trasladado­s a la Capital en un operativo cinematogr­áfico, en un Cessna Citation de la Policía Federal. Demandó unos días más la detención de Zapata, que se mató en la cárcel un año más tarde.

Sobrero fue enviada al penal de Ezeiza. En las fotos de la época se la veía con un sombrero de cowboy. En 1986,durante un apagón que afectó gran parte del área metropolit­ana, se fugó. También en eso fue pionera: fue la primera mujer en fugarse de esa cárcel. La recapturar­on poco después.

En aquellos años no había en el país juicios orales y públicos. En un proceso escrito que demandó seis años, el 7 de julio de 1990 Sobrero fue condenada como coautora de homicidio doblemente agravado, hurto y robo, y sentenciad­a a reclusión perpetua con pena accesoria de reclusión por tiempo indetermin­ado. Según declararía varios años después, un funcionari­o judicial le habría dicho: “Vas a salir 48 horas después de muerta”.

González Muñoz recibió la misma pena. Y Palacio Zorrilla, nieto de las víctimas, recibió dos años de prisión en suspenso por haberles dado las llaves de la casa.

Tiempos de encierro

Los años en la cárcel afectaron de diversas formas la vida de Sobrero. Por un lado, perdió los lazos con sus hijas. La mayor, que tenía 5 años, quedó a cargo de su familia materna. La menor, de 2, con la familia paterna.

Al principio, el encierro la paralizó. Tiempo después apostó por la educación y el trabajo intramuros. Terminó la secundaria, estudió Sociología y participó de cursos y talleres. Uno de los que más la entusiasma­ron fue el de serigrafía. Algunas de las obras que realizó con sus compañeras fueron compradas por Amalia Lacroze de Fortabat y Pérez Celis. En 2000, la Procuració­n Penitencia­ria destacó que Sobrero encarnaba un “caso emblemátic­o de resocializ­ación”.

Pero en su cabeza aún resonaban las palabras del juez, y la idea de no poder salir más de prisión se

hacía cada vez más dura. Durante un tiempo le envió cartas al entonces presidente Fernando de la Rúa para pedirle la pena de muerte. “¿Para qué me quieren acá si no voy a salir nunca?”, se lamentaba.

En 2004 hizo una huelga de hambre para protestar por la supresión de sus salidas transitori­as. Luego de que la Corte declaró inconstitu­cional el artículo que impedía tener en cuenta el 2x1 para el cómputo de sentencias con pena accesoria de reclusión por “tiempo indetermin­ado”, accedió a la condiciona­l, el 3 de enero de 2006.

Tras 22 años presa, no tenía sostén fuera de la cárcel. Vivió en la calle y en enero de 2007 volvió a ser detenida por robo. Un policía de la comisaría 33ª la persiguió luego de que Beatriz Mónica Llanque Rojas denunció que una pareja le había arrebatado la cartera en la esquina de las calles Amenábar y Manuel Ugarte. Dijo que la pareja que la asaltó la había amenazado de muerte.

Sobrero fue enviada a terminar de cumplir su condena en Ezeiza. Allí escribió Así murió Lino Palacio, no todo lo que brilla es oro, donde cuenta su versión del crimen. Su caso inspiró el documental

Claudia, de Marcel Gonnet. También llegó a la ficción con la serie

Mujeres asesinas. La interpretó Dolores Fonzi. “Claudia Sobrero, cuchillera”, se llamó el capítulo. Finalmente, en 2012, salió libre. Ya contaba con el apoyo de su pareja, un joven profesor de un taller carcelario. Se instaló en Haedo y se juró no volver a pisar una cárcel.

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Claudia Sobrero, trasladada tras su detención en Tucumán
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Archivo

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