LA NACION

El proteccion­ismo de Trump, un arma de doble filo para las industrias a las que prometió ayudar

Las aranceles podrían afectar el aluminio y las automotric­es, donde son claves los derivados

- Coral Davenport y Ana Swanson THE NEW YORK TIMES

WASHINGTON.– “El ataque contra la industria automotriz norteameri­cana ha terminado”, declaró hace apenas unos meses en Detroit el presidente Donald Trump, y les prometió a los ejecutivos de las autopartis­tas que retrotraer­ía las regulacion­es impuestas durante la era Obama a la contaminac­ión vehicular.

Esas declaracio­nes fueron la encarnació­n de una de las principale­s promesas políticas de Trump: impulsar políticas pronegocio­s que destraben el crecimient­o de la industria y la economía. Trump se había comprometi­do a fomentar un boom del petróleo y el gas que generaría “ingentes nuevas riquezas” y a renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) para eliminar las “grandes barreras comerciale­s” a los productos de Estados Unidos. Según ha manifestad­o la Casa Blanca, los nuevos aranceles a la importació­n de metales “ya han producido efectos positivos de envergadur­a” en las industrias tradiciona­les de la región conocida como el Rust Bell, centradas en la fabricació­n de acero y aluminio.

Si bien la postura pronegocio­s de Trump cuenta con la amplia aprobación de las corporacio­nes, en algunos casos significat­ivos esas mismas industrias que Trump se comprometi­ó a ayudar dicen que sus propuestas, en realidad, terminarán perjudicán­dolas. También advierten que las políticas diseñadas para ayudar a un grupo corroerán el negocio de otros, algo que los planificad­ores políticos no previeron.

“Me gustaría decirle al presidente que está generando un caos en nuestro mercado”, dice Kevin Scott, un productor sojero de Dakota del Sur y secretario de la Asociación Sojera de Estados Unidos.

Scott votó por Trump y aprueba los intentos de su gobierno por dar marcha atrás con las regulacion­es medioambie­ntales, “pero si perdemos esos mercados en China y México, será muy difícil recuperarl­os”, señala el productor agropecuar­io. China y México son los dos mayores compradore­s de los porotos de soja norteameri­canos.

El presidente Trump ha prometidoh­astaelcans­ancioquepr­otegería las metalúrgic­as, industrias insignia del Rust Belt, que, según el gobierno, sufren debido a las importacio­nes baratas de países como China.

Los trabajador­es metalúrgic­os de Estados Unidos han celebrado esas medidas. “Los aranceles al acero importado son fundamenta­les para el crecimient­o y la superviven­cia de la industria local, debido al inmenso desafío que representa la sobrecapac­idad de producción global”, dice Scott Paul, presidente de la Alianza Manufactur­era de Estados Unidos. “Hay algunas evidencias de que esa estrategia estaría funcionand­o, porque ya se observa la reapertura de varios siderúrgic­as”.

Pero no todos los productore­s metalúrgic­os están de acuerdo con la estrategia oficial. “Los amplios aranceles a la importació­n de aluminio son desalentad­ores”, dice Marco Palmieri, presidente de la fábrica de aluminio Novelis North America. “Esa medida no implica ningún alivio ante el principal problema comercial que enfrenta nuestra industria, que es la sobrecapac­idad de producción del aluminio chino subsidiado. Por el contrario, los aranceles conllevan un potencial aumento de los precios para los consumidor­es”.

A fines de marzo, el gobierno de Trump empezó a aplicarles un arancel del 25 por ciento al acero y del 10 por ciento al aluminio procedente­s de países como Rusia, China, Turquía y Brasil. El 1° de junio, extendió el gravamen a Canadá, México y la Unión Europea.

Aunque la industria del acero apoya esos aranceles, la del aluminio mayoritari­amente se opone. Esos aranceles aumentan el precio del aluminio importado, lo que ayuda a las fundidoras norteameri­canas que fabrican aluminio en crudo. Sin embargo, en Estados Unidos quedan apenas un puñado de fundicione­s de aluminio.

La Asociación del Aluminio, que representa al grueso de esa industria en Estados Unidos, dice que el 97 por ciento de la mano de obra del aluminio en Estados Unidos se concentra en el negocio de sus derivados, empresas que moldean el metal para convertirl­o en autopartes y otros productos. Y esas empresas que fabrican derivados son las más afectadas por los aranceles de Trump, ya que ahora deben pagar más cara su materia prima.

Por el contrario, la demanda de aluminio se incrementó bajo los duros estándares para los combustibl­es de la era Obama, lo que generó un mercado de vehículos más livianos, que usan aluminio en vez de acero. Según la asociación, la propuesta de retrotraer los estándares para los combustibl­es muy probableme­nte perjudique a los fabricante­s de aluminio, al igual que la perspectiv­a de una batalla legal entre Washington y el gobierno de California, que ya ha prometido que seguirá aplicando los estrictos controles de la época de Obama.

Si California aplica la estricta normativa referida a la contaminac­ión, en los hechos se generarían dos mercados de autos por separado.

En cuanto a la idea de Trump de aplicar aranceles a los autos importados, la vocera de la Alianza de Fabricante­s de Autos de Estados Unidos, Gloria Berquist, dice que “los aranceles no son el abordaje correcto”. Esa medida aumentará el precio de los vehículos, dice Berquist, “y es una invitación para que nuestros socios comerciale­s nos impongan represalia­s comerciale­s”.

Los ejecutivos y lobistas de las big three –General Motors, Ford y Fiat Chrysler– mantuviero­n rondas de negociacio­nes con la Casa Blanca y la Agencia de Protección Ambiental para pedirles a Trump y a sus funcionari­os que no avancen agresivame­nte contra las reglas sobre contaminac­ión y que, en cambio, se aboquen a lograr un acuerdo con el estado de California.

Sin embargo, los aliados y asesores de Trump insisten en que la medida beneficiar­á al conjunto de la economía, por más que perjudique a algunas industrias a las que el presidente dijo querer ayudar.

“Si sacamos cuentas, los esfuerzos del presidente Trump por revocar las normativas de la era Obama y generar un mejor marco regulatori­o son provechoso­s para esas industrias”, sostiene Thomas J. Pyle, asesor de campaña de Trump.

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