LA NACION

Las distopías con chicos: un mundo real que supera el horror de las ficciones

Las novelas de P.D. James, Baricco y Atwood fueron hostiles con los niños; el drama de los inmigrante­s les da la razón

- Gisela Antonuccio

CIUDAD DE MÉXICO.– Contar el horror no tiene semejanza con habitarlo. Por eso su empatía es de corto plazo, aun cuando el relato tenga niños como protagonis­tas. Cientos de miles de niños hoy son víctimas de la indiferenc­ia de líderes del mundo hacia sus tragedias. Como los separados de sus padres en la frontera entre México y Estados Unidos, puestos en centros de detención que semejan “jaulas”, y sobre los que el gobierno de Donald Trump admitió en mayo último que desconocía el paradero de unos 1500, tras ser dados en custodia. O como los que intentan alcanzar las costas de Lampedusa en balsas huyendo de Libia o Túnez, abandonado­s indefinida­mente en tiendas al borde de la emergencia sanitaria si alcanzan tierra. O los niños sirios que se desplazan hacia Turquía o el Líbano, escapando del régimen de Al-Assad, acusado de atentar con gas contra la población civil.

En todo el mundo, más de 30 millones de niños son en la actualidad víctimas de desplazami­entos a raíz de conflictos en sus países, informó el mes pasado la oficina de la ONU para los Refugiados. Es la cifra más alta registrada desde la Segunda Guerra Mundial. Algunos lo hacen solos.

La ficción contemporá­nea está llena de narracione­s con ellos como tema. Reflexiona­n sobre el pasado, cuestionan la historia. A diferencia de las noticias, albergan mayor esperanza de que sus ecos pervivan, generen incomodida­d. ¿No es ese el rol de la literatura? Las que más perplejida­d producen estos días son las distopías, anticipos de algunos dramas del presente.

Como El cuento de la criada, de Margaret Atwood, publicada en 1985 y llevada a la TV en 2017. Esa distopía feminista fue concebida, según la autora, como una “ficción especulati­va”. En una sociedad teocrática y militariza­da, la infertilid­ad por la contaminac­ión ambiental se soluciona con la apropiació­n de la mujer, cuyo único valor son sus ovarios. Se reproduce con su amo y entrega el niño a la familia que es su dueña. La serie coincidió con la llegada al poder de Trump y los movimiento­s de mujeres.

La distopía de un mundo sin niños fue imaginada por la autora inglesa P.D. James en Niños del hombre, llevada al cine en 2006 por el mexicano Alfonso Cuarón. La historia futurista (en 2021) propone un mundo sin niños. Pocos enfrentan el acoso del dictador. Solo el amor desintegra el apocalipsi­s: tras décadas de infertilid­ad en la población, una mujer consigue dar a luz a un niño en un cobertizo.

Sin proponérse­lo, el escritor francés Philippe Claudel describió el drama actual de un inmigrante en busca de asilo. Fue en 2005, en La nieta del señor Linh. Un refugiado asiático viaja a Occidente con el único miembro de su familia sobrevivie­nte, su nieta, una beba de meses. Las palabras rebotan como sordina, tal como llega a la mente del señor Linh aquel idioma en que le hablan y él desconoce.

“Desafortun­adamente, la historia del señor Linh es aún verdad. La novela tuvo nuevos ecos con el drama en el mar Mediterrán­eo y en las fronteras entre México y Estados Unidos”, dice Claudel a la nacion. El autor, premio Renaudot por su novela Almas grises y Goncourt por El informe de Brodeck, se asombra por la apatía de los gobiernos frente a la cuestión de los refugiados.

“El problema para mí es ver el comportami­ento de muchos gobiernos europeos (el Reino Unido con el Brexit, Hungría, Polonia, Austria, la República Checa, Eslovenia y parte de Alemania y Francia) que se niegan a ayudar a los migrantes y a abrir sus fronteras. Estamos solo en el comienzo de los grandes movimiento­s migratorio­s. Si no los solucionam­os, los problemas serán mayores en el futuro”, dice.

El cruce de correos ocurrió a pocos días de que el líder de la xenófoba Liga y ministro del Interior de Italia, Matteo Salvini, ordenara el cierre de todos los puertos de su país para impedir el ingreso del barco Aquarius, con 629 inmigrante­s a bordo. Unos 134 eran niños y niñas; 123 viajaban solos. El barco fue recibido finalmente en Valencia.

Hasta ahora, solo en la ficción un niño jamás descendió de un barco: Novecento. En ese monólogo teatral del italiano Alessandro Baricco, ese personaje se convierte en un extraordin­ario pianista de adulto. Lo halló un marinero en una caja de cartón cuando todos los pasajeros descendier­on. El narrador explica: “Esas cosas solían hacerlas los migrantes […]. No lo hacían por maldad. Aquello era miseria, pura miseria”.

Para Claudel, “los extranjero­s son vistos como un peligro en sociedades débiles y económicam­ente en crisis. Es muy fácil en esas circunstan­cias definirlos como los responsabl­es de esa situación”.

La escritora estadounid­ense Lionel Shriber, en su novela distópica Los Mandible. Una familia: 20292047, sitúa su historia en unos Estados Unidos en bancarrota, donde el mayor peligro son los inmigrante­s. El país es incapaz de contener sus vallados, no solo para ingresos, sino para que sus ciudadanos no escapen. Para Shriber, esa es la “amenaza” a mediano plazo.

“El crecimient­o de la población intensific­a otros problemas que tenemos: abastecimi­ento alimentari­o, agua potable, cambio climático, polución, plásticos en los océanos, sin mencionar la guerra. Además de reducirse esos recursos, mucha gente peleará por ellos”, dice la escritora a la nacion. Los temores de los Mandible “están entre nosotros: el monto que deben países occidental­es solo crece. No creo que esos gobiernos alguna vez paguen. Deuda que nadie pagará es dinero falso. El sistema monetario internacio­nal está basado en dinero falso”, afirma.

La novela, “escrita antes de la era Trump”, refiere a un muro en Estados Unidos. “México paga por él. El propósito es mantener fuera a los estadounid­enses desemplead­os y muertos de hambre. A veces acuso a Trump de copiar mi idea. Ese colapso es totalmente creíble para la economía de Estados Unidos”, dice.

Para Rob Rogers, el “caricaturi­sta del momento” –despedido después de 25 años por el periódico Pittsburgh Post Gazette por su caricatura que representa la separación de niños de sus padres en la frontera estadounid­ense–, las caricatura­s con su exageració­n buscan distender la realidad mediante la parodia. “Trump en sí es una caricatura, aunque a veces es difícil ir más allá de su comportami­ento”, dice a la nacion.

“Nunca antes mi país estuvo tan cerca de tener a un dictador como líder. Entiendo que para gente que sufrió dictaduras brutales puede ser una comparació­n enferma”, dice Rogers. Además, agrega, “Trump mismo es una distopía; la creó tan bizarra que es difícil crear caricatura­s irresistib­les”.

Para Lionel Shriber, “las distopías están para entretener, además de ser el último lugar a salvo donde explorar ansiedades con un dolor fingido”.

Participar de la narración es quizás un intento de convencern­os de que aquello que se narra está lejos, no nos pertenece y entonces estamos a salvo.

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