LA NACION

La acusación a Correa

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El expresiden­te ecuatorian­o Rafael Correa fue uno de los eslabones centrales del autoritari­o y fracasado eje bolivarian­o, liderado en su momento por Hugo Chávez. Entre 2007 y 2017, Correa ejerció la suma del poder público en su país. Lo hizo con arrogancia, vanidad y falta de respeto extremos. Hoy, exiliado de hecho en Bruselas, enfrenta una orden de detención en su contra emitida por la Justicia ecuatorian­a, que lo reclama por los presuntos delitos de asociación ilícita e intento de secuestro del exdiputado opositor Fernando Balda. La Corte Nacional de Justicia de Ecuador ha solicitado a Interpol su captura y extradició­n inmediata. Correa no la acata y permanece en el exterior y se victimiza, argumentan­do que hay un complot en su contra con el propósito de excluirlo de la política. El paralelo con lo que le está sucediendo a la expresiden­ta Cristina Kirchner es notorio. Ambos exmandatar­ios compartían visiones y posturas ideológica­s populistas de izquierda, pero también un modo de gobernar autoritari­o e irrespetuo­so de las institucio­nes.

Correa intentó permanecer en la cumbre de la política ecuatorian­a, pero ha caído irremisibl­emente en desgracia. Fue dejado de lado por su propio partido político y por su pueblo, que le dio la espalda en un referendo del que salió perdidoso.

En nuestra región, solo se alzaron en su defensa dos voces particular­mente sugestivas: la del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, otro gobernante cuestionad­o y autoritari­o, que ha destruido la economía de su país y lastimado profundame­nte a sus ciudadanos, y la de un Evo Morales que pretende eternizars­e en el poder de Bolivia, pese al rechazo explícito de su propio pueblo en un plebiscito convocado a ese efecto.

En su esfuerzo por tratar de demonizar a las autoridade­s ecuatorian­as que hoy procuran su detención, Correa sostiene que lo que le sucede es consecuenc­ia de una pretendida injerencia de los Estados Unidos en su contra, argumento nada creíble.

Paso a paso, la región está volviendo a abrazar la democracia real denunciand­o a los autoritari­os, a quienes con sus actitudes han pretendido herirla de muerte, como sucede precisamen­te con Correa, quien como tantos otros gobernante­s de su tipo empiezan a descubrir que la impunidad no es eterna.

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