LA NACION

Ojos que no ven...

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Lo único seguro que tenemos en la vida es que un día moriremos. El tema de la muerte es un tema tabú en la sociedad occidental. Sin embargo, se trata de algo natural y deberíamos poder naturaliza­rlo, como un movimiento que continúa a la vida, sin interferen­cias de ningún tipo. Lo más común en la vida es que los hijos sobrevivan a los padres. ¿Qué nos pasa como padres cuando esto se subvierte y se muere un hijo? Si conocemos familias en las que un hijo ha fallecido antes que los padres, las veremos devastadas, traumatiza­das. Por más que pasen los años, el dolor es tan profundo que las heridas aún duelen. Y aquí cabe una reflexión sobre el aborto. En el caso que una mujer pueda elegir si el ser que lleva en su vientre nacerá o no, ¿es verdad el refrán que dice “ojos que no ven corazón que no siente”? ¿Cuál sería la diferencia entre un nonato y un niño recién nacido? ¿Su grado de evolución? ¿Duele menos la muerte de un niño en el seno matero, un niño pequeño o de un adolescent­e de 18 años? ¿Con qué parámetro estaríamos midiendo el dolor? ¿Somos las mujeres las únicas

que deberíamos tener en nuestras manos el poder de decidir si ese ser vivirá o no? ¿Somos omnipotent­es y todopodero­sas? ¿Cuáles son las fuerzas más grandes que nosotras que hacen que una mujer quede embarazada y otra no?

La vida y la muerte son un misterio, respetar los misterios y aceptarlos tal como son forma parte de la humildad que necesitamo­s como seres humanos para poder evoluciona­r en conciencia.

María Gabriela Petrich

DNI 14.951.684

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