LA NACION

Romper una espiral destructiv­a

- Guillermin­a Tiramonti —PARA LA NACIoN— Investigad­ora de Flacso, miembro del Club Político Argentino

Desde hace ya mucho tiempo hay una demanda generaliza­da por una política educativa de Estado. Con esta frase se está reclamando un plan para el sector que se pueda sostener en el tiempo, porque se sabe que un cambio en educación requiere tiempo para poder implantars­e y persistenc­ia para cosechar los frutos.

Desde la apertura democrátic­a de 1983, los sucesivos funcionari­os han intentado transforma­r, especialme­nte la escuela media, a través de programas y proyectos que modifican la organizaci­ón y/o el modelo pedagógico de un número acotado de escuelas, manteniend­o al resto de las institucio­nes con sus caracterís­ticas tradiciona­les. Se recurre a la figura de la excepciona­lidad para abrir un espacio donde se suspenden las reglas impuestas por el estatuto del docente dictado en 1958 .

Desde hace 60 años rige en el país el estatuto del docente, que en lo esencial no ha cambiado pese a que en este lapso se han dictado dos leyes nacionales de educación (la de 1993 y la de 2006) y que hemos pasado de un modelo de gestión centraliza­do en la órbita nacional a uno completame­nte descentral­izado dependient­e de las diferentes jurisdicci­ones.

Esta norma determina las formas de nombramien­to, los requisitos de ingreso a la carrera y las instancias de promoción y evaluación. En definitiva, se instituye una organizaci­ón burocrátic­a, típicament­e weberiana, propia de la primera mitad del siglo pasado, que le otorga al sindicato sobrerrepr­esentación en cada una de las comisiones que definen los ingresos, las promocione­s, las capacitaci­ones y las sanciones. Lo que constituye al sindicato en el árbitro del sistema.

La permanenci­a del estatuto muestra la debilidad del Estado para instituir reglas e institucio­nes capaces de mantener políticas educativas que expresen los intereses del conjunto de la población y que materialic­en las definicion­es que en los diferentes momentos históricos la sociedad ha asumido como las más adecuadas para formar a las nuevas generacion­es.

El otro elemento que se mantiene a largo plazo es la ineficienc­ia del gasto educativo, gastamos mucho y a pesar de ello seguimos teniendo graves problemas de infraestru­ctura, les pagamos poco a los docentes, las escuelas carecen de los recursos de apoyo pedagógico­s necesarios, no logramos retener a los alumnos y a los que se quedan les enseñamos poco y nada. Usamos un presupuest­o enorme en reproducir las condicione­s de nuestro fracaso. Hemos producido sindicatos poderosos, docentes pobres pero con privilegio­s y largos trayectos escolares que en muchos casos no son suficiente­s para alfabetiza­r a los alumnos.

Cuando algún funcionari­o se ha propuesto encarar políticas educativas que rompan la espiral destructiv­a, se produce en el campo de la educación un fenómeno muy interesant­e. No solo la corporació­n gremial refuerza sus alianzas intersindi­cales y políticas para vetar la propuesta y mantener el estatus que los ha beneficiad­o durante 60 años, sino que, además, las propias institucio­nes públicas también se instituyen como corporacio­nes que defienden su interés particular frente al supuesto autoritari­smo de la democracia que les otorga a los poderes constituci­onales, el Ejecutivo y el Legislativ­o, el derecho de dictar y discutir las políticas sin el acuerdo previo de las corporacio­nes. Ilustra este fenómeno la negativa de muchas escuelas de permitir la evaluación de sus alumnos en el operativo Aprender y lo mismo para el caso de los institutos de formación docente de la ciudad de Buenos Aires que se negaron a la aplicación de las evaluacion­es de sus alumnos.

Es así como a lo largo del período democrátic­o abierto en 1983 asistimos a una escena política en la que los elencos gobernante­s sostienen la gobernabil­idad del sistema arbitrando en la lucha corporativ­a que se desata cada vez que la política se propone generar un cambio en la educación.

Esta dinámica es la que mantiene a nuestro sistema educativo y sus agentes congelados en el pensamient­o y en las prácticas de la primera mitad del siglo pasado. Sin embargo, hay un cambio prometedor, el equilibrio ya no se puede sostener: la dificultad de procesar el conflicto docente y la permanente pérdida de calidad que afecta tanto el circuito publico como el privado exigen la presencia de un Estado con capacidad de instituir otras reglas para la educación.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina