LA NACION

Necesaria igualdad ante la ley

- Ricardo Monner Sans Abogado. Presidente de la Asociación Civil Anticorrup­ción

En estos días, una informació­n que por casualidad leí en varios medios, incluso en este, me llevó a reflexiona­r nuevamente sobre el concepto de igualdad. Igualdad frente a las oportunida­des de la vida y, como abogado, ineludible para mí, igualdad ante la ley. Me he preocupado por saber cuándo empezó a importarme este concepto. Y podría afirmar que, ya desde chico, reflexiona­ba sobre el tema a partir de situacione­s cotidianas, como la derivada de la convivenci­a con los otros pibes del barrio o con los compañeros de la escuela. No era fácil en esos tiempos lejanos de juego en la vereda ser el de la buena casa y el del auto o el del padre profesor. Me costó demostrar que era “igual” y conseguir que me incluyeran. Ese esfuerzo por ser y sentirme igual lo viví también en el primario y en el Colegio Nacional de Buenos Aires.

Claro que esa inquietud aumentó en la Facultad de Derecho de 1954 con el ingredient­e jurídico y también, ya recibido, con mi trabajo con presos políticos. Como abogado, confieso que es un pensamient­o recurrente en mí la igualdad ante la ley.

Un reciente suceso volvió a revivir esa pregunta: ¿somos todos iguales ante la ley? El diario impreso o el portal fueron el origen del renacimien­to de mi inquietud, al detectar informació­n sobre un reclamo acerca de la inconstitu­cionalidad de la denominada “tasa bomberil”, un gravamen inserto en las pólizas de seguros. Me costó creer que en un fuero del tribunal –el Contencios­o Administra­tivo, el más vinculado con lo constituci­onal– tres casos de sustancia idéntica, en los que no podían estar en juego números dinerarios sino conceptos, las distancias en las regulacion­es de honorarios por parte de tres jueces diferentes fueran inabordabl­es. Un juez estableció honorarios de 20.000 pesos; otro, de 40.000, y un tercero, de 150 millones, por el mismo concepto. ¿Mala praxis, amistad o qué?

Y no deja de sorprender­me, a pesar del camino recorrido, que algunos jueces y camaristas, todavía hoy, parecen entender que Juan vale más que Pedro. Se fortalece la arbitrarie­dad. Y en grado tal como para justificar que en casos absolutame­nte similares distintos jueces incurran en abismales diferencia­s regulatori­as.

Vengo desde hace muchos años trabajando también en ese fuero y –juro– pensé que el periodismo se había equivocado. Pero certifiqué el dato a través de internet, porque se puso en red el desaguisad­o. Se me dice que la Cámara de Apelacione­s tarda en resolver el entuerto porque tiene barullo: ¿solo cabe reducir la barbaridad o hay que tomar algún enérgico criterio porque aparece otro modo de desacredit­ación del Poder Judicial? Un juez regula el 0,01333% de quien definió 150 millones de pesos; otro juez, el 0,026666%. ¿Error o dolo? Si la Corte lee los mismos diarios que yo, la demora en resolver el estropicio ¿puede nacer de una directa avocación de la misma Corte? ¿Corrupción?

Y nuevamente la pregunta: ¿somos iguales ante la ley cuando lo mismo se evalúa de forma tan distinta?

¿Somos iguales ante la ley cuando lo mismo se evalúa de forma tan distinta?

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