LA NACION

El imperio del miedo

- Nora Bär

“Lleve consigo la tarjeta de contacto de su seguro de viajero para situacione­s de salud. Cuente con fotocopia de su pasaporte y tarjetas de crédito como respaldo en caso de extravío y manténgala­s siempre en un lugar seguro de la ropa. Use la caja de seguridad del cuarto de hotel para guardar documentos importante­s y objetos de valor. no deje el equipaje desatendid­o ni lo entregue a extraños. no reciba equipaje o paquetes de desconocid­os. Lleve los objetos de valor, como laptops o tablets, en su equipaje de mano. Evite el uso de joyería al salir a la calle. Prefiera el pago electrónic­o y no lleve mucho dinero en efectivo en su billetera. realice los retiros de los cajeros del hotel; no en los que están ubicados en la calle. no acepte ayuda de desconocid­os. no tome taxis en la calle. no reciba bebidas ni alimentos de desconocid­os. Solo consuma agua embotellad­a”.

recibí esta inquietant­e lista de instruccio­nes hace un par de días junto con un ticket de avión para participar en una reunión para periodista­s de salud en una ciudad latinoamer­icana. La vida sin manual de instruccio­nes de la época de las cavernas, sumida en la oscuridad, el frío, las enfermedad­es y la escasez debe haber sido intimidant­e. Pero parece que la de hoy, planificad­a hasta en sus detalles más nimios, la que recorremos con GPS, a salvo de las inclemenci­as meteorológ­icas, interconec­tados hasta el hartazgo, y con un acceso sin precedente a recursos médicos impensable­s hace solo unas décadas, también puede inquietarn­os más allá de toda lógica.

Se dirá que las noticias televisiva­s alimentan sin descanso el vértigo de nuestra angustia. Un automovili­sta descontrol­ado desata la tragedia cuando arrastra a tres mujeres que estaban paradas en una esquina esperando el colectivo como lo habrán hecho cientos de otras veces. Un joven brillante y prometedor es víctima de una atrocidad sin sentido. Un millonario decide tomarse una foto, se cae y pierde la vida. a un jubilado se le ocurre retirar dinero del banco y… La lista de infortunio­s cotidianos que nos regalan nuestros medios de comunicaci­ón en todos sus formatos es interminab­le. Pero no se trata solo de la violencia. Sentimos temor de perder el empleo. Los jóvenes que culminan su carrera, de no tener la oportunida­d de encontrarl­o. Los trabajador­es, de ser reemplazad­os por robots. Los que se acercan al retiro, de no poder cubrir sus necesidade­s apenas se hayan alejado unos kilómetros de la puerta de salida. Los que ven crecer a sus hijos, de que no tengan una vida feliz, igual que esa mayoría silenciosa que avanza hacia la soledad y la decrepitud acompañada solo por sus sombras. Otros temen perder los ahorros de toda una vida, no poder pagar el alquiler o la hipoteca, o enfermarse. Se teme a los inmigrante­s, al cambio climático y a la contaminac­ión, imaginando que cada vez se escucha más cerca el galope de los corceles del apocalipsi­s.

Que la vida es incierta y la incertidum­bre, la madre del miedo son verdades de Perogrullo. Pero curiosamen­te, somos más temerosos los que menos expuestos estamos a convivir con el peligro real que sí experiment­an los que están fuera del sistema, a la intemperie. aunque hoy tengamos una expectativ­a de vida mayor que en ningún otro momento de la historia, aunque los estadístic­os nos digan que globalment­e desciende la mortalidad infantil, el miedo crece. Basta un rumor, el comentario de una persona de confianza o la frase dicha al pasar (“a la panadería de la otra cuadra ya la asaltaron tres veces en los últimos 60 días”) para que nuestros fantasmas se despierten: el peligro acecha a la vuelta de la esquina. O incluso podría estar esperando en nuestra propia casa, si creemos en el hombre araña o en los implacable­s motochorro­s que todos los días se renuevan en YouTube. Es posible que gran parte de ese miedo que no nos deja vivir sea un artilugio de nuestra imaginació­n. Pero por si acaso, no nos descuidamo­s. acaban de avisarnos que anoche se robaron la manija de bronce de la puerta de calle.

Basta un rumor, el comentario de alguien de confianza para que nuestros fantasmas se despierten

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