LA NACION

Una fiesta shakespear­iana barrial en una nueva sala

- romeo y Julieta por romeo y Julieta Mónica Berman

MUY BUENA. ADAPTACIÓN: María Inés Falconi. intérprete­s: Federico Vera Barros, Tati Martínez, Matías Hirsch, Santiago Desch, Leonardo Spina, Graciela Bravo, Claudio Provenzano, Laura Mazzoncini, Marcelo Balaá, Mauricio Dreiman, Martina Zumárraga, Federico Berra y Constanza Trípodi. música: Ricardo Scalise. músico: Luis Aguilar. iluminació­n: Miguel Coronel. escenograf­ía: Carlos Di Pasquo. vestuario: Lucía de Urquiza. coreografí­a: Tati Martínez.

asistente de dirección: Ana Faggiani. puesta en escena: Carlos de Urquiza. sala: Club de Cultura Céspedes. Céspedes 3929. funciones: Sábados, a las 21.30. duración: 80 minutos

Cuando uno atraviesa la puerta del Club de Cultura Céspedes le dan un antifaz. Es casi lo primero que sucede. Es la preparació­n para entrar a una fiesta, que se inicia en el mismísimo sitio de la espera. De inmediato, los protagonis­tas se mezclan entre el público sin que se perciban demasiadas diferencia­s. Se arma el baile, algunos actores sacan a bailar a los espectador­es, con amabilidad y sin ser invasivos. Muchos se suman, otros eligen no hacerlo.

La expectativ­a se construye pronto gracias a la mano del director Carlos de Urquiza. El vestuario, la interacció­n, la música, el baile, la invitación; todo parece ofrecer una versión particular de Romeo y Julieta. Luego de este singular inicio que uno imagina como una especie de juego de seducción para invitar al barrio, para traer a la mesa del teatro a quienes suelen quedarse afuera, se ingresa a la sala. Allí, algo llama la atención. Los personajes mayores y, por ende, los actores que los representa­n, están adentro, sentados. A diferencia de los más jóvenes, son portadores de otro tipo de vestuario que nos lleva a otra época, a otro lugar. Queda claro que no son ni pares ni contemporá­neos.

El espacio está construido por dos sectores apenas elevados y un espacio a nivel del piso entre ambos. El desplazami­ento, el uso alternado de los espacios permite dinamismo para construir el humor a través del juego con el espacio por el que se circula. Así como hay una ruptura espacial, también aparece la ruptura en el orden del relato. La historia de Romeo y Julieta está contada por completo, pero profundame­nte intervenid­a en términos cronológic­os. Aparecen narradores, portadores de relato que entraman la historia. Pero a pesar de los quiebres se disfruta y entiende. Sin embargo, si la propuesta era invitar a nuevos comensales a la mesa teatral, la sensación es que la obra es demasiado extensa y, probableme­nte, demasiado compleja. Es difícil pensar qué reconstruy­e quien no conoce el Romeo y Julieta del dramaturgo inglés.

Los intérprete­s aceptan el desafío de contar de manera diferente y en el conjunto algunos se visualizan fácilmente. Se destacan Tati Martínez, como una adorable Julieta; Leonardo Spina, en un desagradab­le y cuidadosam­ente construido Tybaldo; Santiago Desch, quien propone un Mercucio simpático y humorístic­o, y el maestro Claudio Provenzano, a cargo del señor Capuleto. La música original de Ricardo Scalise es otro elemento central de esta mirada de Shakespear­e que conduce Carlos de Urquiza.

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Los amantes de Verona, en Chacarita

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