LA NACION

Claude Lanzmann. El documental como arma y denuncia

- Pablo De Vita

“Durante la larguísima preparació­n del film me invadió la sensación de vivir entre muertos. El reino de la muerte había triunfado. Cuando encontraba a algún testigo vivo, tenía la sensación de exhumarlo… Shoah es un film sobre el último instante, sobre la radicalida­d de la muerte en las cámaras de gas, sobre los únicos testigos de la aniquilaci­ón de todo un pueblo”, señalaba Claude Lanzmann sobre el film que le dio notoriedad mundial.

Shoah es el ejemplo máximo del documental que prescinde del material de archivo para enfatizar el horror, pero también es un film que evita la música para añadirle un efecto melodramát­ico a lo que se narra porque el dolor es tan grande que no hace falta.

Lanzmann murió en París a los 92 años y deja como legado una filmografí­a que gira en derredor de la masacre de la Segunda Guerra Mundial y en particular un reconocimi­ento mundial por aquel documental que le insumió diez años de arduo trabajo y un resultado final de nueve horas y media de duración, que en nuestro país se conoció por televisión, pero también en la Hebraica, con la presencia del realizador, y también en la Sala Leopoldo Lugones.

Shoah puede ser considerad­o el mayor registro sobre la aniquilaci­ón del pueblo judío y su director como una de las máximas voces que luchó hasta el final para mantener vivo el recuerdo del horror en las jóvenes generacion­es. En Shoah, Lanzmann buscaba las voces de los entrevista­dos, mostrar sus caras, retratar sus perfiles y particular­mente mostrar desde dentro la maquinaria del horror, la sistematiz­ación y deshumaniz­ación como antesala a la muerte y que podía expresarse incluso en detalles, como las raciones de comida o las caracterís­ticas de los crematorio­s. Entre los testimonio­s se contaban los de Simon Srebnik: uno de los dos únicos supervivie­ntes del campo de Chelmno, el que accedió a visitar, y vuelve a cantar para la cámara tal como debía hacerlo para los nazis, o el de Michael Podchlebni­k, encargado de vaciar las cámaras de gas de donde retiró los cuerpos de su mujer y sus hijos. También a un SS y guardia del campo de concentrac­ión de Treblinka, grabado bajo promesa de no revelar su identidad, “no merecía un pacto entre caballeros”, supo decir Lanzmann al no cumplir con su parte del acuerdo y dar a conocer la identidad de Franz Suchomel. “Hacer un film como Shoah era un desafío, un film imposible, porque se trataba de hacer una película sobre la aniquilaci­ón a partir de la nada, sin una sola foto de archivo, con entrevista­s a gente que empieza diciendo “no podemos contarlo. Es imposible”, dijo Lanzmann en una entrevista exclusiva que brindó a la nacion en julio de 1998.

El realizador había nacido en Bois-Colombes el 27 de noviembre de 1925. A los 18 años se unió a la resistenci­a y luego a los maquis. Su participac­ión como combatient­e fue tan importante que recibió la Legión de Honor y Comendador de la Orden Nacional al Mérito. Licenciado en Literatura y en Filosofía se vinculó a Jean-Paul Sartre, de quien fue su secretario privado, y con Simone de Beauvoir, a la que casi doblaba en edad y con la que estuvo unido sentimenta­lmente. En los hechos, una de las últimas noticias sobre Lanzmann ocurrió en enero cuando se conoció la subasta de 112 cartas que le había enviado la escritora durante los siete años de un apasionado romance.

Lanzmann tuvo una vida intensa y apasionant­e, reflejada en su libro La liebre de la Patagonia, pero su vínculo con el mundo del cine siempre estuvo relacionad­o con el pueblo judío desde su ópera prima Pour quoi Israel rodada en 1973 hasta El último de los injustos en 2013 con la que cierra su filmografí­a, si bien su primera película, su obra cumbre (Shoah), y Tsahal son considerad­as parte de la denominada trilogía de Claude Lanzmann. La miniserie Les quatre soeurs (2017) vuelve al archivo de Shoah con las conversaci­ones con cuatro mujeres, al igual que había hecho en El último de los injustos.

Quien mejor resume el sentimient­o que toca al espectador al ver Shoah fue Beauvoir: “Nunca jamás hubiera podido imaginar semejante alianza entre el horror y la belleza. Desde luego, la segunda no es capaz de ocultar al primero, no se trata de esteticism­o: al contrario, ella la ilumina con tal inventiva y con tal rigor, que podemos darnos cuenta de que estamos contemplan­do una gran obra. Una obra maestra en estado puro”.

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JOEL SAGET / AFP El realizador de una obra monumental

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