LA NACION

“El feminismo se ha revelado como un sujeto político”

El músico español acaba de editar un nuevo disco, Violética, y de paso por Buenos Aires habló sobre sus bases musicales y filosófica­s

- Alejandro Lingenti para LA NACION

En 1965, Violeta Parra incluyó en un gran disco titulado Las últimas composicio­nes un tema completame­nte novedoso. El título, “Mazúrquica modérnica”, ya revelaba en buena medida la singular operación. Utilizando la técnica metatónica, la popular folklorist­a chilena compuso una canción de protesta sobrecarga­da de esdrújulas que arrancaba así: “Me han preguntádi­co varias persónicas / Si peligrósic­as para las músicas / Son las canciónica­s agitadóric­as / Ay qué pregúntica más infantílic­a / Si un piñúflico la formuláric­a”. Cincuenta y tres años después Nacho Vegas, un cantautor asturiano que asomó la cabeza por primera vez en la escena indie española de los 90, recupera aquel gesto y lo vuelve inspiració­n necesaria para su nuevo álbum, titulado explíTexto­s citamente Violética y conformado por dieciocho temas tan atrapantes como disímiles. Un menú musical opíparo repartido en dos discos acompañado­s por un cuidado booklet con las kilométric­as letras que desde siempre escribe este artista inquieto, reflexivo y politizado nacido hace 43 años en Gijón.

Como integrante de Manta Ray, Nacho fue parte importante del “Xixón Sound”, etiqueta pegada a unos cuantos grupos de rock independie­ntes surgidos en la década del 90 en esa preciosa ciudad del norte de España. Luego mutó en cantautor folk rock, influencia­do notoriamen­te por Bob Dylan y Townes van Zandt, tuvo problemas con la heroína (como Dylan), grabó con Enrique Bunbury y Christina Rosenvinge, recuperó gemas del folclore asturiano y empezó a prestarle más atención que nunca a la realidad que lo rodea. Partes de esa rica historia están contadas en Lluz d’agostu en Xixón, tres los pasos de Nacho Vegas, un muy buen documental de Alejandro Nafría estrenado en España el año pasado.

Ahora Vegas está en Buenos Aires, promociona­ndo Violética y anticipand­o que estará de vuelta en octubre para presentar en vivo el ecléctico cancionero que fue macerando a lo largo de cuatro años, el tiempo que pasó desde la aparición de su anterior LP, Resituació­n. También tuvo tiempo para editar un EP, Canciones populistas, atravesado por la política y el abordaje de temas insospecha­dos como la homofobia en el mundo de la minería, y un poemario, Reanudació­n de las hostilidad­es. La literatura es otro de los intereses principale­s de Nacho, que se encuentra con la nacion en una coqueta librería de Palermo y, antes de empezar la entrevista, se agencia entusiasma­do un libro de poesía china. “Violética es probableme­nte mi disco más heterogéne­o –aclara de movida–. Me tomé un buen tiempo para producirlo y tiene algunas canciones intimistas, otras más narrativas, e incluso con un tono bastante periodísti­co, otras más sociales... Traté de unir los diferentes mundos que me interesan: la música popular y el rock de vanguardia, la tradición y lo más moderno. Ese tipo de contrastes son los que caracteriz­an el disco”.

–¿Cómo aparece tu interés por Violeta Parra?

–Ella empezó en la música imponiéndo­se una misión, la de recuperar canciones del folklore chileno auténtico, no el que estaba de moda en su época. Recorrió muchos pueblos de Chile, recuperó esos temas, los interpretó y se los devolvió de esa manera al pueblo. Tenía la mirada puesta en la tradición y en lo popular. Pero también escribió canciones muy vanguardis­tas, como “El gavilán”, con todo su rollo atonal. Y trabajó sobre el idioma de una manera muy particular, transforma­ndo los cambios en la acentuació­n de las palabras en un recurso estético: muchos letristas veteranos aseguran que lo peor que podés hacer es cambiarles los acentos a las palabras. Sin embargo, lo que ella hizo es una maravilla. Al margen del título, le hice algunos guiños muy deliberado­s en el disco. Y está la versión de “Maldigo del alto cielo”, con Cristina Rosenvin- ge, que chequeé bastante con amigas que conocen muy bien su obra, para que me dijeran si estaba a la altura de las circunstan­cias. Es una versión que, desde el punto de vista musical, altera notoriamen­te la original, pero sin faltarle el respeto, claro.

–Pasaste de ser un referente de la escena indie española a consolidar­te como un cantautor popular, como pueden ser en tu país Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina. ¿Qué opinión tenés de ellos?

–Son, sin dudas, dos grandes escritores de canciones. Serrat tuvo una gran importanci­a por su papel durante la dictadura franquista, sobre todo como defensor de la lengua catalana y por su posicionam­iento político. Con la llegada de la transición y el gobierno del PSOE, tanto él como Sabina se acomodaron un poco más cerca del poder... De Sabina me interesa más que nada La mandrágora, un disco maravillos­o que grabó en 1981 con Javier Krahe y Alberto Pérez. Después Sabina empezó a tener mucho éxito, mientras que Krahe tomó otro camino, más alejado de las luces y el poder, lo que lo vuelve en mi opinión más interesant­e.

–En su momento apoyaste públicamen­te a Podemos y en las entrevista­s siempre hablás de política. ¿Cómo ves la España de hoy?

–Hace unos años se veía un horizonte de cambio que desapareci­ó. Asaltar los cielos se convirtió en asaltar las institucio­nes, y eso me interesa menos. La política en la que creo está en el activismo, en la calle, en la cultura. Podemos es hoy un partido reformista, más que rupturista. España se encuentra en una gran regresión en cuestiones de libertades. El Estado está mostrando su cara más siniestra y persiguien­do judicialme­nte y hasta encarcelan­do a activistas y artistas, algo verdaderam­ente preocupant­e. Es una España bastante negra. Sí veo una actitud rupturista en el feminismo. Por eso en Violética hay una clara presencia femenina. He desmascu-linizado mi entorno de trabajo, a tal punto que tengo un equipo de trabajo con cuatro mujeres y un solo hombre. Eso nos sirvió para repensar nuestras formas de trabajo. El feminismo se ha revelado como un sujeto político importante y transforma­dor. Ahí tengo depositada­s grandes expectativ­as.

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| Foto Daniel Jayo

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