LA NACION

Populista. La misma palabra para líderes bien diferentes

El término, con connotacio­nes negativas, se generalizó para calificar a políticos antagónico­s

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– ¿Cuál es el denominado­r común entre dirigentes tan diferentes como Vladimir Putin, Donald Trump, Recep Tayyip Erdogan, Sebastian Kurz, Viktor Orban, Jaroslaw Kaczynski, Giuseppe Conte, Milos Zeman, Andrei Babis, Nicolás Maduro, Marine Le Pen, Jean-luc Mélenchon o –desde el domingo pasado– el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador? ¿Son todos “populistas”? ¿O acaso “populista” se ha convertido en un comodín peyorativo?

“Omnipresen­te en los análisis de especialis­tas como en los medios de comunicaci­ón, el término es tan difícil de definir que suele ser utilizado, en efecto, para calificar realidades radicalmen­te diferentes”, afirma el politólogo francés Philippe Raynaud.

Desde hace algunas décadas, “populismo” entró en el vocabulari­o político cotidiano, con connotacio­nes generalmen­te negativas. Llamar “populista” a un dirigente significa descalific­arlo, situándolo fuera de la esfera política respetable y haciendo pesar sobre él la doble sospecha de demagogia y autoritari­smo.

“Populista sería quien, en nombre de una pretendida homogeneid­ad del pueblo, se apoya en el resentimie­nto popular contra las elites y/o contra los extranjero­s reales o supuestos para promover mediante el autoritari­smo una política de exclusión”, precisa Raynaud. Sin embargo, no siempre fue así. Por esa razón, cuando se habla de populismo es necesario recordar que se usa un término que tiene su propia genealogía.

El populismo nació en rusia, en el siglo XIX. Lo acuñaron los llamados narodniks, un grupo de intelectua­les de la clase media opuestos al zarismo, influencia­dos por el socialismo y preocupado­s por la suerte del campesinad­o.

El segundo populismo vio la luz en varios países de américa Latina en los años 40. Entre ellos, el peronismo representa para los especialis­tas el “ejemplo perfecto del populismo que llega al poder”.

Hoy, el mundo estaría viviendo la tercera edad del populismo. Europa es, desde hace dos décadas, escenario del surgimient­o de fuerzas políticas calificada­s de populistas: en Gran Bretaña con el éxito de los partidario­s del Brexit; en italia con el triunfo del Movimiento 5 Estrellas y de la Liga; en austria con la ultraderec­ha, que gobierna en coalición con los conservado­res del primer ministro Sebastian Kurz; en Holanda con el avance del xenófobo y antiinmigr­ación partido por la Libertad (PVV), o en alemania con la entrada al parlamento de la extrema derecha de alternativ­a para alemania (afd), en octubre pasado. La Hungría del primer ministro ultranacio­nalista Viktor orban y la polonia del partido Derecho y Justicia (pis) comparten la misma retórica antiinmigr­ación y antieurope­a. Y en Francia, los dirigentes de los extremos –a la derecha Le pen y a izquierda Mélenchon— no ocultan su voluntad de restablece­r un lazo directo con el pueblo para sustraerlo del poder controlado por corruptas elites.

La mayoría de esos dirigentes –aunque no todos– tienen en común una crítica radical de la democracia liberal y la afirmación desacomple­jada de la primacía de la defensa nacional y la soberanía, en desmedro de las institucio­nes, los valores y los desafíos europeos como bloque. pero el fenómeno no se limita a Europa, sino que reviste un carácter mundial.

“El éxito de Trump en Estados Unidos se debió a una campaña marcada por la transgresi­ón y la provocació­n, cuyas promesas llevaban los signos clásicos del populismo: devolver la palabra al pueblo y ‘hacer la limpieza en Washington de una vez por todas’. pero también con mucho nacionalis­mo y proteccion­ismo”, señala Gilles andreani en un estudio sobre La ola populista global.

incluso la rusia de putin y la Turquía de Erdogan, dos históricas potencias cuyos intereses geoestraté­gicos suelen enfrentarl­as, también convergen en una suerte de populismo de Estado, particular­mente acentuado en Turquía, después de la tentativa de golpe de Estado de julio de 2016.

asia registra el aumento simultáneo del nacionalis­mo y del populismo, alentados por las reivindica­ciones territoria­les y las rivalidade­s políticas en el sudeste y el nordeste de la región. La india fue probableme­nte el país que precedió las mismas evolucione­s en Europa con la llegada al poder del hombre fuerte del nacionalis­mo hindú, Narendra Modi. En Filipinas, rodrigo Duterte –candidato declarado de “la gente de abajo”, vencedor de las elecciones presidenci­ales de mayo de 2016– trajo consigo una represión salvaje del tráfico de droga, que se tradujo en centenares de ejecucione­s sumarias.

En cuanto a américa Latina, las diferencia­s políticas son grandes entre dirigentes calificado­s de populistas, desde Juan Domingo perón hasta Hugo chávez, pasando por carlos Menem, alberto Fujimori, Nicolás Maduro o cristina Kirchner.

pero ¿qué es exactament­e el populismo? La dificultad radica en que, según los autores, su definición nunca es la misma. optando por una definición contemporá­nea, se podría decir que un populismo “químicamen­te puro” sería un pensamient­o político que reposa a la vez en la visión de un pueblo que se enfrenta, unido, a las elites y promueve el nacionalis­mo.

Según esa definición, el modelo populista describe a la vez un orden social y político: democracia directa y no representa­tiva y valorizaci­ón de los “pequeños” contra los “grandes”. Un esquema con todas esas ambivalenc­ias desemboca obligatori­amente en la designació­n de chivos expiatorio­s y en un orden geopolític­o preciso: proteccion­ismo en vez de libre comercio, unilateral­ismo en vez de multilater­alismo.

Dicho esto, es necesario saber si la noción de populismo abarca o no otras nociones como la de extrema derecha o extrema izquierda.

“En este punto, la cuestión no solo es filosófica, sino política. porque es evidente el interés de muchos de poner en la misma bolsa –para deslegitim­ar– a un López obrador y a un Erdogan”, opina raynaud.

Según el politólogo pierre rosanvallo­n, si bien la noción de populismo es operante, eso no quiere decir que haya un solo populismo.

“El populismo de extrema izquierda y de extrema derecha son diferentes: su relación con la idea de nación no es la misma y los chivos expiatorio­s que escogen tampoco lo son”, escribe rosanvallo­n.

Generaliza­ción

De la misma forma, también se podría decir que los demás partidos del espectro político tampoco escapan al populismo.

Thomas Wieder, correspons­al del diario Le Monde en Berlín, forma parte de aquellos que consideran que el “macronismo” (el partido La república en Marcha del presidente francés, Emmanuel Macron) tiene un componente populista.

“En su forma de denigrar a los cuerpos intermedio­s, de ignorar y culpar a los medios, en su relación complicada con el parlamenta­rismo. En ciertos aspectos, el macronismo es un liberal-populismo”, afirma Wieder. para decirlo de otro modo, un liberalism­o que se sirve de algunas armas del populismo para combatir mejor a otros populismos, como la extrema derecha de Le pen o la extrema izquierda de Mélenchon.

Yendo más lejos, incluso se podría decir que, en este mundo de las redes sociales, habitado por muchedumbr­es sentimenta­les, casi ningún dirigente político se salva de utilizar una cierta dosis de demagogia para gobernar.

Desde ese punto de vista, el populismo puede ser definido como una suerte de patología comprensib­le de la “democracia de opinión”, cuyo desarrollo acompaña como si fuera su propia sombra.

Muchos dirigentes tienen en común una crítica radical de la democracia liberal y la afirmación de la defensa nacional y la soberanía

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Recep Tayyip Erdogan Vladimir Putin Donald Trump Sebastian Kurz Giuseppe Conte Nicolás Maduro Andrés López Obrador presidente turco presidente ruso presidente norteameri­cano canciller austríaco presidente italiano presidente venezolano presidente electo mexicano

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