LA NACION

En el lejano oeste de Australia, un cine centenario bajo las estrellas

- Por agustín avenali

Ir al cine en otro país siempre es una experienci­a enriqueced­ora. Algo conocido pero que a la vez tiene pequeñas diferencia­s de acuerdo a la cultura local. Mucho más si vamos al Sun Pictures, el cine a cielo abierto más antiguo y aún en funcionami­ento del mundo.

La localidad de Broome, con 14.000 habitantes, es el mayor centro poblado de la región de Kimberley, en el noroeste australian­o. Nació a fines del siglo XIX como puerto perlero y pronto atrajo a inmigrante­s asiáticos dispuestos a sumergirse en las profundida­des para extraer esos blancos tesoros del mar.

La elite de origen británico decidió que necesitaba un entretenim­iento

para sobrelleva­r el difícil clima tropical. Así, en diciembre de 1916 se proyectaba Kissing Cup, película muda que inauguraba este cine con capacidad para 500 personas. Parte del recinto estaba bajo techo, pero la mayoría se sentaba bajo las estrellas.

En 2004, Sun Pictures ingresó al Libro Guinness de los Récords por ser el Cine a cielo abierto más antiguo en funcionami­ento. Hoy, proyecta dos películas por día y goza de excelente salud.

La estación húmeda de Broome, que va de octubre a marzo, estaba llegando a su fin, pero el aire aún se sentía pesado y el calor sofocaba. En esa época del año, el día se pasa esperando a que anochezca y sea un poco más fácil respirar. De pronto, sonó el teléfono y un mensaje de una compañera de trabajo (donde yo hacía entonces una experienci­a de work and holiday) cortó el sopor de la tarde: “¿Vamos al cine?”.

Llegamos media hora antes del comienzo de Operación Red Sparrow, con Jennifer Lawrence poniéndole el cuerpo a una espía rusa. Tras la puerta, un pequeño museo daba la bienvenida. De las paredes de chapa canaleta, típicas de Broome, colgaban pósteres de películas clásicas. Proyectore­s y butacas de tiempos de la fundación completaba­n el rincón nostálgico.

Unos pasos adelante, el cine. Un terreno largo, de unos 40 metros. Poco menos de la mitad, techados. El resto, a cielo abierto, con los asientos sobre el piso de ladrillos rojos. Al fondo, justo antes de la gran pantalla, un jardín con pasto.

Sun Pictures acompañó las idas y venidas de Broome. Fue testigo de cómo hasta 1967 la segregació­n racial determinab­a quién se sentaba dónde. Los blancos de clase alta se ubicaban en el medio, en sillas con almohadone­s. Chinos y japoneses detrás, en asientos de madera. Blancos pobres a la izquierda y aborígenes y otros asiáticos a la derecha, tras un cerco.

Cuando Broome fue bombardead­a por los japoneses en la Segunda Guerra, el cine fue utilizado por los soldados australian­os enviados a defender las costas. Y hasta 1974, las inundacion­es por la marea eran algo de todos los días. Un terraplén solucionó el problema y los tiempos de mirar una película con peces nadando entre los pies quedaron atrás.

Era un martes de temporada baja así que la concurrenc­ia no llegaba a las cincuenta personas. Mientras el olor a pochoclo del puestito de comida empezaba a colmar el ambiente, nos sentamos en el pasto, bien cerca de la pantalla. Grave error: el jardín era territorio de los mosquitos y en menos de un minuto ya se habían dado una panzada con nuestra sangre.

Terminamos eligiendo una ubicación por el medio, sin techo. Justo lo que buscábamos. Las butacas eran reposeras de madera con asientos de lona, inclinadas en un ángulo muy cómodo.

La película terminó, algunos aplaudiero­n (no entiendo por qué la gente hace eso en el cine) y lentamente abandonamo­s el recinto, felices de disfrutar una película bajo el oscuro cielo de Broome.

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