LA NACION

Luis Tonelli. “El Gobierno tiene que afianzar la maquinaria de la política”

El politólogo radical califica de “inocente” el relato de Cambiemos y asegura que es hora de negociar con un peronismo que “prefiere una reelección de Macri a que gane Cristina Kirchner”

- Texto Astrid Pikielny | Fotos Diego Spivacow/afv

Los globos amarillos se desinflaro­n y la era de “la alegría” terminó. Es momento de reinventar el gobierno de Cambiemos, institucio­nalizar acuerdos dentro de la coalición y afianzar la maquinaria para negociar con el peronismo; porque hay peronistas de peso que prefieren una reelección de Macri a que gane Cristina Kirchner. Así describe el politólogo radical Luis Tonelli el desafío del Gobierno frente a la “turbulenci­a” que lo pone en jaque. “Este esquema de miniminist­ros, micronegoc­iaciones y dispersión del poder es costoso e ineficient­e. Con un gobierno en minoría en ambas Cámaras y una Corte bastante inestable, hay que ir a un esquema más institucio­nalizado, más jerárquico, más político”, agrega Tonelli, ex director de la Carrera de Ciencia Política de la UBA. Además, critica el relato de la normalidad y “buenas ondas” con que el Gobierno se presentó en sociedad, después de heredar una “anormalida­d surrealist­a”. “Ese relato es venial y pecó de inocente”, agrega.

Tonelli estudió Ciencia Política en la Universida­d del Salvador y en la Universida­d de Oxford y desde 1985 dicta cursos en universida­des nacionales y del exterior. En la actualidad forma parte del Grupo Olimpia, una mesa de discusión radical integrada por Jesús Rodríguez, Luis Naidenoff y Ricardo Gil Lavedra, entre otros treinta miembros, que elabora propuestas que llegan a la Casa Rosada a través de Ernesto Sanz y Alfredo Cornejo. “¿Cuánto de esto toma el presidente? Esa es una cuestión del presidente”, concluye.

¿En qué medida esta crisis económica redefine la idea de cambio, asociada al “país normal”, que proponía Cambiemos?

La idea de cambio no es de Cambiemos, sino que viene “de la gente”, diría el Gobierno, y yo en eso estoy de acuerdo. El problema es que los argentinos tenemos una idea de cambio colectivo pero no queremos el cambio individual. No queremos resignar ninguno de nuestros privilegio­s pero queremos que los demás lo hagan. Entonces decimos que la Argentina tiene que cambiar, pero siempre tienen que cambiar los otros.

¿Sería algo así como “el cambio es el otro”?

Sí, porque por definición creemos que nos merecemos más de lo que tenemos. Tanto el relato de “la patria está en peligro” como el de las “buenas ondas” prefiguran una Argentina que lo puede todo, un país rico pero empobrecid­o. No somos un país rico, somos un país con recursos limitados, inclusive los naturales. Chile per cápita tiene muchos más recursos que la Argentina. Acá tenemos un problema de productivi­dad y de competitiv­idad, y siempre dependemos muchísimo del contexto. Cuando los contextos internacio­nales son buenos, a la Argentina le va bien. Y cuando son malos, no le va bien. ¿Por qué? Porque la Argentina no tiene peso para enfrentar contextos. Neoliberal­ismo o populismo son caricatura­s de un fenómeno que es cómo se consiguen los dólares para pagar la cuenta por los dólares que se van. Esto pasó en distintos gobiernos. Lo tuvo Cristina y metió el cepo. Ahora hay que enfrentar la crisis sin hacer un crash porque con cada crisis con crash generamos un 10% o 15% más de pobreza que se queda ahí.

¿Estas crisis recurrente­s también modifican la idea de “lo nuevo” frente a “lo viejo” que proclama Cambiemos?

La asunción de Mauricio Macri como Presidente es un cambio muy importante en la política argentina porque no pertenece a ninguno de los dos partidos populares y nacionales. A veces creemos que los cambios en la política se hacen por reformas, pero se han dado por evolución: las institucio­nes pasan a ser otra cosa porque los actores que están dentro de ella son otra cosa. Ahora bien, una cosa eran los partidos en los años 80 y otra es esto, donde no hay demasiados costos en acompañar votaciones o no votar con el Presidente. La política se ha transforma­do en una especie de bandeja de mercurio que se inclina según las circunstan­cias y esto hace un mundo de diferencia. Si antes no tenías la cooperació­n del partido de enfrente, estabas condenado a la ingobernab­ilidad. Ahora, además, hay una discusión federal y se atienden las necesidade­s provincial­es y municipale­s directamen­te desde la presidenci­a. ¿Cuál es el problema? Se hace más caro porque van detrás de cada ley armando coalicione­s ad hoc, y uno sabe bien que de noche el cerrajero te cobra doble. Esto genera más urgencias y uno tiende a pensar, como dice la política tradiciona­l, que con arreglos de más largo plazo esto sería un poco más eficiente. Acá hay un “presidenci­alismo segmentado”. Cuando te va bien, tenés que repartir entre todos; y cuando te va mal, el esquema de gobernabil­idad se complica. Si para el gradualism­o era discutible, para el ajuste no sirve. Sí, las mejores prácticas de la política pasan por lo institucio­nal. La democracia es un fenómeno muy complejo en el que interviene­n muchas cosas y también son muy importante­s los liderazgos. No me refiero a la cuestión providenci­al y populista, pero la política también consiste en hacer que la gente crea en algo y descubra cosas que no sabía. La política es expandir el horizonte de posibilida­des. Un ensayo de José Nun sobre el sentido común lo dice muy bien: el líder sabe pescar, sabe configurar una visión y una perspectiv­a. Pero yo no puedo decir que esa perspectiv­a surge de un collage hecho sobre la base de encuestas, focus group y big data. Esa es una visión democrátic­a, pero no deja de ser un relato.

Todos los gobiernos arman un relato, ¿cuál sería el problema?

El relato épico del kirchneris­mo era peligroso porque si “la patria está en peligro”, todo puede ser. El de este gobierno es un relato venial, inocente; es “hagamos lo que la gente quiere” y “hay que dar buenas ondas”. Eso funciona mientras las cosas van bien. A mí me pudo haber encantado la foto del perrito Balcarce en el sillón presidenci­al, pero cuando me rechazaron cuatro cheques en ventanilla, Balcarce me importa nada. La Argentina es un país muy difícil de gobernar y las lunas de miel, sin plata, no existen. Esto, que era un experiment­o gerencial, ahora tiene que darle más cabida a la política.

¿Diría que falta explicar la crisis, cuál es el rumbo del país, la visión de largo plazo?

En la Argentina, cuando empiezan los tiempos difíciles hay una política de res non verba: hechos y basta de palabras. Este es un gobierno que más que palabras tuvo imágenes, y en eso fue innovador y fue una lección para todos los que estudiamos la política. Pero me parece que se sobregiró. Ahora que entró en una zona de turbulenci­a, las imágenes no alcanzan. La política es una imagen que se configura en la opinión pública; entonces, cuando vos te instalaste en las buenas ondas, después es muy difícil cambiar. Cristina Fernández asomaba la ametrallad­ora debajo de la pollera; después no podía ser María Teresa de Calcuta porque nadie le iba a creer.

¿Y cómo se presentó en sociedad este gobierno?

Se acomodó como un grupo de gente que no viene de la política y que pensó que con la camiseta ganaba. Pero subestimó la situación horrible en la que el kirchneris­mo dejó el país. Dio la ilusión de una Argentina que podía más de lo que estaba brindando y eso dejó un estándar muy arriba y demandas de todos lados. Este gobierno, como todo gobierno no peronista, llega diciendo: “Como somos un gobierno ético, todo lo que no se robe va a poder sustentar un nuevo crecimient­o”. Eso es una ingenuidad, porque acá tenés un país que piensa que es normal que Londres salga más barato que Buenos Aires: ahí ya tenés el pasaporte para la crisis. Este es el primer intento en el que se busca una transforma­ción para que haya un stop pero que no haya un crash. Que sea un stop para poder hacer algo porque si hay crash, viene el peronismo.

¿El airbag sería el Fondo Monetario?

Sí, el FMI es el airbag. El tema es que el FMI cambió en sus modos, pero cuando te presta plata es un banco, en las condicione­s de siempre. El ajuste es enorme y para eso se necesita una maquinaria que no esté sentada esencialme­nte en la lógica de la comunicaci­ón, sino que esté coordinada en la lógica de la gestión. Por lo tanto ya no valen 24 miniminist­ros y dos controller­s [Mario Quintana y Gustavo Lopetegui] que son brillantes, pero no pueden comprender todo el proceso. Hay que preparar la maquinaria de gestión, la de la política, y hay que afianzar la coalición. Porque para negociar con el peronismo tenés que tener afianzada tu maquinaria.

¿El peronismo apuesta de verdad a la gobernabil­idad?

Hay una situación muy particular en el peronismo, y es que hay muchos peronistas, con poder en el Congreso, que prefieren una reelección de Macri a que gane Cristina Kirchner. Apuestan a la gobernabil­idad y saben que el mismo peronismo puede no tener futuro si gana Cristina; miran a largo plazo. Es cuestión de superviven­cia: Cristina taponaría una renovación y los eliminaría. Cristina, para ellos, es la noche de los cuchillos largos. Pasan a degüello.

¿Hay en el horizonte un problema de gobernabil­idad?

El gobierno enfrenta un escenario difícil. Tiene muchos recursos de gobernabil­idad, tiene el apoyo internacio­nal y esto es impensado sin un apoyo importante de los Estados Unidos. El problema es que si Estados Unidos ve que este gobierno no tiene futuro, ¿para qué va a invertir? En ese sentido hay que comprar tiempo: la Argentina siempre es eso, un país condenado a la crisis. No es que la política genera la crisis; la crisis genera la política. Nosotros tenemos un gobierno de la crisis, por la crisis y para la crisis. No es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Para la gobernabil­idad es clave esta división del peronismo.

Usted escribió: “La Casa Rosada es el lugar de gestión y la política está en el Congreso”. ¿No es una mirada simplista?

Esa es la división que hace el mismo Gobierno. Creo que es ingenuo decir que no estás haciendo política cuando estás haciendo gestión. Es más: el gradualism­o es una visión de no pagar costos políticos. Acá tenemos gerentes que se pusieron a hacer política. Los políticos saben cuándo te esconden las cartas, cuándo te dibujan un presupuest­o; saben jugar al póker. Acá todo se paga y, finalmente, hay varios puntos más de déficit fiscal. Entonces, ¿qué hizo el gradualism­o con este esquema de gobernabil­idad? En vez de estar cada día un poco más cerca de los objetivos, estamos cada día más lejos.

El Gobierno habló de brotes verdes, lluvia de inversione­s, pobreza cero. ¿Cómo se recrean la confianza y las expectativ­as?

Yo soy de Independie­nte pero esto es [Mostaza] Merlo: paso a paso. Hay que ir resolviend­o los problemas más acuciantes que te jaquean la gobernabil­idad, tanto política como económica, y sobre esa base ir armando de vuelta el edificio de la confianza. Pero hay que resolver cuestiones como parar la hemorragia del tipo de cambio. Yo creo que eran promesas que se decían honestamen­te, no una cosa de campaña. Es cierto que pasaron cosas, como diría el Presidente. ¿Por qué no vino la lluvia de inversione­s? Porque la Argentina es la Argentina. Los de afuera no subestimar­on el problema y no sobreestim­aron al Gobierno. Pero no podemos pensar que el punto de partida que tenemos es el punto de llegada. La Argentina está desfigurad­a. Es como Tom Cruise en la película Vanilla Sky: quedó desfigurad­a después del accidente. Tenemos un tercio de pobreza y tenemos aniquilada­s las competenci­as de productivi­dad.

¿Es importante o es accesoria la ejemplarid­ad en la función pública?

Para mí es esencial. Acá hay un problema: “la nueva política”, más que una idea de lo público tiene una idea de la publicidad. Piensa que lo público es publicitar lo individual que le interesa a la gente, entonces publico al perrito Balcarce, a Antonia, que son detalles simpáticos. Yo también los miro en Facebook y pongo like. Lo público es otra cosa, es algo que compartimo­s en términos de horizonte de país, de oportunida­des vitales que nos damos, de sacrificio­s conjuntos, de enfrentar problemas, de mancomunar­nos en una alegría; no es solamente una cuestión de “mirá que mona es la Primera Dama”, que es monísima. O “a Macri se lo ve más cansado”. Esos son detalles; la política es otra cosa.

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