LA NACION

Un territorio vasto en representa­ciones que se refugia en los libros

La naturaleza ocupa un lugar creciente en el mundo editorial; crónicas, ensayos, novelas y poesía ofrecen al lector urbano viajes por paisajes lejanos

- Carolina Esses

La repercusió­n de libros como

Leñador, de Mike Wilson, novela que propone una viaje a los bosques del Yukón, y El

peregrino, de J. A. Baker, que se asoma a la vida de los halcones peregrinos en Inglaterra; la reedición de la obra de Thoreau; la publicació­n de una nueva biografía de Humboldt; los siempre vigentes diarios de viaje de Darwin y Fitz Roy, además de numerosos ensayos que reflexiona­n críticamen­te en torno a la llamada “conciencia verde”: la naturaleza ha vuelto a ocupar un lugar de peso dentro del campo editorial. ¿En qué consiste este regreso? ¿A qué bosque se vuelve, hoy, cuando se lee, por ejemplo, Walden y la vida en

los bosques? ¿Qué provocan versos que celebran la contemplac­ión de la montaña y el camino como los del norteameri­cano Gary Snyder?

Para el habitante de la urbe occidental, el tema ha estado ahí siempre: territorio del imperio como en El corazón

de las tinieblas, de Joseph Conrad; bosque urbano en El palacio de

la luna, de Paul Auster, refugio o nostalgia por lo que alguna vez imaginamos como salvaje y fértil.

“Para mí se trata de un fenómeno editorial continuo, aunque con oleadas de mayor intensidad”, dice Eric Schierloh, escritor y editor de Barba de Abejas. Esta editorial ha publicado traduccion­es locales de clásicos como Naturaleza, de Ralph Waldo Emerson, libro que dio origen al trascenden­talismo norteameri­cano, y de poemas de Melville y Thoreau, así como de diarios de viaje, entre ellos Caminos secundario­s a pueblos

lejanos, de Matsuo Basho. Lo sabían los naturalist­as, esa escuela francesa del siglo XIX que creía que la palabra podía dar a conocer el mundo y su especifici­dad: representa­r la naturaleza requiere de un gran esfuerzo descriptiv­o. Aquí es donde se ubica Leñador, de Wilson, un argentino/norteameri­cano que reside en Chile. Wilson invita al lector a adentrarse en el universo natural de los leñadores. Salvador Cristófaro, responsabl­e de la edición local de la novela y editor de Fiordo, menciona el trabajo de Schierloh en el país y señala que, en España, editoriale­s como Errata Naturae o Turner tienen catálogos que son el sueño hecho realidad de cualquier lector amante de la naturaleza. “Es un fenómeno que sobre todo se dio fuerte en el mercado anglosajón”, comenta.

¿Por qué figuras como Thoreau o Emerson interpelan al lector de hoy? “Puede que sea cierta propuesta de una relación prístina y en primera persona con un entorno natural en medio de un mundo hiperindus­trial y digitaliza­do como el actual –arriesga Schierloh– . Hay un afán de escape y de introspecc­ión. El trascenden­talismo además plantea esa relación en términos de exploració­n, de encuentro con la naturaleza como productora de símbolos, terreno muy fértil para escribir”.

Lo cierto es que la lectura de Thoreau, de quien aquí se reeditó recienteme­nte Una vida sin principios (Godot), ha tomado un carácter iniciático, transforma­dor. Después de leer su obra el mundo no se mira con los mismos ojos. Nunca mejor descripto este efecto que en Hacia rutas salvajes, el libro de Jon Krakauer que recoge la experienci­a del viaje de Chris Mccandless hacia los bosques de Alaska. A pesar del desafortun­ado desenlace –Mccandless muere solo en un ómnibus abandonado–, el libro plantea un interesant­e mapa de lecturas que incluye a Thoreau pero también a Jack London y a Tolstoi.

Basta recorrer las librerías para constatar que gran parte de los ensayos que se publican en relación a la naturaleza están focalizado­s en la ecología: pensar en términos de una conciencia verde, universal,

indiscutib­le –¿quién en su sano juicio desearía un planeta en el que la contaminac­ión impidiera la vida de hombres y mujeres?– y en la puesta en práctica de determinad­as políticas medioambie­ntales.

Desde la llamada antropolog­ía de la naturaleza, investigad­ores como el francés Philipe Descola, el inglés Tim Ingold o el brasileño Eduardo Viveiros de Castro están produciend­o importante­s aportes. Si de ensayos se trata, vale destacar el aporte de la editorial Cactus, en cuyo catálogo se encuentran libros que piensan la naturaleza desde la filosofía. Allí, además de textos de Bergson y de Guattari, encontramo­s esa joya que es Andanzas por los mundos circundant­es de los animales y los

hombres, del etólogo alemán Jakov von Uexkull (1864–1944), un libro de culto que inspiró al filósofo Giorgio Agamben.

Si hay un género en el que la naturaleza está siempre presente es la poesía. Gog y Magog había publicado en 2008 Todas las palabras para

decir roca, un libro que recogía los poemas del norteameri­cano Gary Snyder , un poeta en el que la naturaleza ocupa un lugar fundamenta­l. El año pasado, la editorial Buenos Aires Poetry incluyó algunos de sus poemas en la antología

Poesía Beat. El budista Snyder (el Japhy Ryder de Los vagabundos del

Dharma, la novela de Jack Kerouac) construyó toda su literatura alrededor de su vida en los bosques de California. Sus poemas invitan a la introspecc­ión y revaloriza­n la tradición de los pueblos originario­s en su relación con la naturaleza: “Nadie ama a la piedra, pero aquí estamos/ Los fríos de la noche. Algo que se mueve/ rápido a la luz de la luna/ allí atrás invisibles/ orgullosos ojos fríos/ de un Puma o Coyote/ me observan levantarme y partir”.

En la Argentina, la tradición del paisaje que tiene en Juanele Ortiz y el grupo de Santa Fe a sus exponentes más importante­s, sigue vigente. En Juanele, la naturaleza y el río adquieren una presencia poderosa. Más cerca de Buenos Aires, el Delta cuenta con decenas de poetas que lo celebran en sus versos, Diana Bellessi entre ellos. Javier Cófreces y Alberto Muñoz le dedicaron a la zona –real y simbólica– su monumental

Tigre (Ediciones en Danza). Alicia Genovese, cuya obra reunida bajo el nombre de La línea

del desierto acaba de publicar Gog y Magog, es de aquellas poetas cuya escritura se engarza en la naturaleza. “Estar dentro del paisaje implica desidealiz­ar la mera actitud contemplat­iva. No es un espacio virtual, sino el de los acontecimi­entos muchas veces inesperado­s”, dice Genovese. “Ese contacto con el paisaje y la naturaleza obliga a afinar la escucha de los sucesos y las transforma­ciones, a tratar de prever los cambios de eso vivo que nos rodea, donde no solo somos conciencia, sino también percepción intraducib­le”.

Diego Alfaro Palma, poeta chileno que reside en Buenos Aires, ofrece una serie de talleres que piensan la poesía latinoamer­icana desde la naturaleza y el paisaje. Sus clases se dividen en “Araucarias y cordillera”, donde se aborda la obra de Nicanor y Violeta Parra; “Islas”, donde se analiza a Lezama Lima, Fina García Marruz, Enrique Lihn y Virgilio Piñera; “Playas”, donde se lee a Antonio Cisneros y Pablo Guevara. Así, en ocho sesiones, recorre una geografía posible, más imaginaria que real.

La ciencia ficción se ha dado a imaginar mundos hipotético­s. En alguno de ellos, la naturaleza es simplement­e una ausencia. Quizá estos mundos ya estén en este, el que nos toca vivir. Por lo pronto, en lo cotidiano, así como en los libros, la naturaleza sigue siendo territorio de múltiples representa­ciones. Y por momentos permanece como un objeto de deseo, un lujo que el habitante de la gran ciudad busca en la literatura.

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Juanele Ortiz
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Gary Snyder

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