La representación en la era digital
Los partidos políticos son la pieza fundamental del sistema democrático representativo. Al menos en su función teórica, son el nexo entre la sociedad civil y el Estado. Se nutren de las opiniones de los ciudadanos y se encargan de llevar a cabo los proyectos ideados por ellos. Sin embargo, cuando los partidos se acercan mucho al Estado y se alejan de la sociedad civil, la promesa democrática de igualdad política se rompe y los representantes dejan de actuar como empleados de un grupo social para convertirse en una clase de dirigentes con poderes oligárquicos.
El problema de nuestra época pareciera ser justamente este: conforme las sociedades fueron avanzando y las identidades políticas se volvieron más complejas, los partidos políticos tradicionales, asociados fuertemente a la clase social y sin mecanismos de consulta frecuente, perdieron relevancia como catalizadores de las posturas políticas de la sociedad civil. En un proceso de abandono por partida doble, los partidos se alejaron de los ciudadanos y los ciudadanos se alejaron de los partidos, priorizando vías de expresión alternativas como las protestas callejeras, Twitter, Facebook e incluso nuevos movimientos transversales al espectro político tradicional como el feminismo o el ecologismo. Los partidos políticos, en síntesis, perdieron protagonismo como agrupaciones encargadas de reflejar las posturas políticas de la sociedad civil en el siglo XXI.
En este contexto, me atrevería a decir que lo que más nos molesta de nuestro sistema político actual no es tanto la representación, como proponen los nuevos militantes de la democracia directa digital, sino la falta de representatividad de los líderes. Si este es el caso, pareciera entonces que el debate que nos debemos de cara a la Argentina del 2030 no es tanto una discusión acerca de cómo recrear un sistema primitivo de democracia directa, sino un debate sobre cómo reinventar a los partidos políticos para convertirlos en cuerpos intermedios capaces de producir una democracia vigorosa.
Las nuevas tecnologías, protagonistas de nuestra era, tal vez deban ser utilizadas no tanto para trascender la representación sino para recrearla y fortalecerla. Las preguntas que surgen si abrimos las puertas para repensar la representación son muchas. ¿Sobre qué ejes deberían configurarse los partidos políticos del futuro? ¿Cómo debería ser la relación entre los líderes partidarios y los afiliados en la era digital? ¿Deberían aumentar las instancias de consulta interna ahora que la tecnología permite conocer la opinión de los afiliados de forma rápida y barata? Y si así fuera, ¿cuán seguido deberían consultar los representantes a los representados? ¿Cuál es el punto justo entre la representación del “cheque en blanco” y la representación con instrucciones precisas, que convierten al representante casi en un robot que responde a las decisiones de la mayoría? Son preguntas que los ciudadanos del siglo XXI, no solo los argentinos sino todos los interesados en la supervivencia de la democracia liberal en un mundo cada vez más complejo, deberíamos estar haciéndonos. Lic. en Ciencia Política (UTDT), máster en Global Thought y doctoranda en Ciencia Política (Columbia University). Colabora con #Argentina2030.