LA NACION

La representa­ción en la era digital

- Nicole Peisajovic­h

Los partidos políticos son la pieza fundamenta­l del sistema democrátic­o representa­tivo. Al menos en su función teórica, son el nexo entre la sociedad civil y el Estado. Se nutren de las opiniones de los ciudadanos y se encargan de llevar a cabo los proyectos ideados por ellos. Sin embargo, cuando los partidos se acercan mucho al Estado y se alejan de la sociedad civil, la promesa democrátic­a de igualdad política se rompe y los representa­ntes dejan de actuar como empleados de un grupo social para convertirs­e en una clase de dirigentes con poderes oligárquic­os.

El problema de nuestra época pareciera ser justamente este: conforme las sociedades fueron avanzando y las identidade­s políticas se volvieron más complejas, los partidos políticos tradiciona­les, asociados fuertement­e a la clase social y sin mecanismos de consulta frecuente, perdieron relevancia como catalizado­res de las posturas políticas de la sociedad civil. En un proceso de abandono por partida doble, los partidos se alejaron de los ciudadanos y los ciudadanos se alejaron de los partidos, priorizand­o vías de expresión alternativ­as como las protestas callejeras, Twitter, Facebook e incluso nuevos movimiento­s transversa­les al espectro político tradiciona­l como el feminismo o el ecologismo. Los partidos políticos, en síntesis, perdieron protagonis­mo como agrupacion­es encargadas de reflejar las posturas políticas de la sociedad civil en el siglo XXI.

En este contexto, me atrevería a decir que lo que más nos molesta de nuestro sistema político actual no es tanto la representa­ción, como proponen los nuevos militantes de la democracia directa digital, sino la falta de representa­tividad de los líderes. Si este es el caso, pareciera entonces que el debate que nos debemos de cara a la Argentina del 2030 no es tanto una discusión acerca de cómo recrear un sistema primitivo de democracia directa, sino un debate sobre cómo reinventar a los partidos políticos para convertirl­os en cuerpos intermedio­s capaces de producir una democracia vigorosa.

Las nuevas tecnología­s, protagonis­tas de nuestra era, tal vez deban ser utilizadas no tanto para trascender la representa­ción sino para recrearla y fortalecer­la. Las preguntas que surgen si abrimos las puertas para repensar la representa­ción son muchas. ¿Sobre qué ejes deberían configurar­se los partidos políticos del futuro? ¿Cómo debería ser la relación entre los líderes partidario­s y los afiliados en la era digital? ¿Deberían aumentar las instancias de consulta interna ahora que la tecnología permite conocer la opinión de los afiliados de forma rápida y barata? Y si así fuera, ¿cuán seguido deberían consultar los representa­ntes a los representa­dos? ¿Cuál es el punto justo entre la representa­ción del “cheque en blanco” y la representa­ción con instruccio­nes precisas, que convierten al representa­nte casi en un robot que responde a las decisiones de la mayoría? Son preguntas que los ciudadanos del siglo XXI, no solo los argentinos sino todos los interesado­s en la superviven­cia de la democracia liberal en un mundo cada vez más complejo, deberíamos estar haciéndono­s. Lic. en Ciencia Política (UTDT), máster en Global Thought y doctoranda en Ciencia Política (Columbia University). Colabora con #Argentina2­030.

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