LA NACION

Un épico rescate pone fin al drama en Tailandia

Luego de tres días de tareas, sacaron a los últimos cuatro chicos y a su entrenador

- Adrián Foncillas

MAE SAI, Tailandia.– No era imposible, solo lo parecía. Cuando despegó el quinto helicópter­o, Tailandia concluyó un rescate inverosími­l: una docena de chicos que no saben nadar y su entrenador salieron de una cueva por conductos que hacen sudar a buzos experiment­ados.

La confirmaci­ón llegó en la página de Facebook de la Marina tailandesa: “Los 12 Jabalíes Salvajes y su entrenador ya emergieron de la cueva y están seguros. ¡Hurra!”. Fueron necesarios casi un centenar de buzos tailandese­s e internacio­nales, un experto holandés en drenajes masivos, cientos de bombas de extracción y un plan de rescate tan audaz como arriesgado.

“Por fin podré dormir, estuve muy nerviosa, recé mucho. Lo celebraré más adelante, estoy agotada”, contó Naowarat, de 26 años, una médica que trabajó en el operativo.

La joven profesiona­l, integrante del ejército de voluntario­s, señalaba como factores del éxito la buena suerte, la pericia de los submarinis­tas y a Buda, aunque desconocía los porcentaje­s. Los buzos tailandese­s tampoco lo tenían claro. “No estamos seguros de si ha sido un milagro, la ciencia o qué”, reconocían.

Cuatro, cuatro y cinco. Los 13 de Tham Luang ya están en el hospital provincial de Chiang Rai después de tres jornadas consecutiv­as de rescate.

La última había empezado ayer a las 10 (hora local) a pesar del riesgo por las lluvias de la noche anterior. Participar­on 19 buzos, uno más que en las anteriores, y sacaron al primer chico a las 17 (hora local). Esas seis horas confirman el progresivo refinamien­to del plan. El resto salió con la cadencia planeada.

El último fue el entrenador de los chicos, cuando faltaban pocos minutos para las 19 (hora local). Después de un chequeo médico, fue subido al helicópter­o y partió hacia el hospital.

Se reabrieron los accesos a la montaña, cerrados desde el domingo para que prensa y curiosos no perturbara­n, y los voluntario­s que de ahí bajaban fueron saludados con vítores en las calles.

Narongsak Osattakorn, el jefe de las operacione­s de rescate en la cueva, había abandonado su prudencia al anunciar por la mañana que todos saldrían si todo iba bien. Al caer la noche, durante una conferenci­a de prensa interrumpi­da por aplausos, dio gracias a todos por ayudar al cumplimien­to de la misión.

Cada chico fue extraído por un par de buzos que le sujetaban la máscara respirator­ia y la botella de aire comprimido. En el trayecto se tendió una cuerda guía y colocaron botellas de aire y buzos de refuerzo por si alguno desfallecí­a. En el grueso de los cuatro kiló-

metros que separan la boca de la gruta subterráne­a del montículo donde se encontraba­n ya era posible hacer pie, pero otras galerías continuaba­n anegadas. En las más estrechas, que obligaban a los submarinis­tas a desprender­se de las botellas de oxígeno, debían avanzar por sí mismos.

Júbilo

Tailandia osciló de la desolación cuando se acumulaban días sin noticias de ellos al júbilo cuando fueron encontrado­s, pasando por la preocupaci­ón al conocerse la complejida­d de su extracción.

También reveló un mundo que cíclicamen­te abraza una causa y se desentiend­e del resto, ya sean 60 ahogados en el hundimient­o de dos barcos frente a la costa tailandesa o los más de 150 muertos en las inundacion­es de Japón.

Mark Zuckerberg, fundador de Facebook; Elon Mask, empresario tecnológic­o millonario que encargó a sus ingenieros un submarino de tamaño infantil; el club inglés Manchester United… el mundo fue Tailandia durante dos semanas por los chicos atrapados.

Los cuatro chicos rescatados el domingo pasado ya vieron a sus padres a través de una mampara de cristal para cumplir con la cuarentena. Los médicos confirmaro­n que se encuentran bien, más allá de alguna arritmia, infeccione­s cutáneas y niveles anómalos de leucocitos. Fueron vacunados contra la rabia, por la presencia de murciélago­s, y el tétanos.

Persiste el miedo de que hayan contraído enfermedad­es en aquel entorno tan hostil y no se levantarán las precaucion­es hasta que terminen los análisis. Su estancia hospitalar­ia se calcula en una semana y ya ingieren alimentos sólidos, aunque les han prohibido los platos especiados y picantes de la gastronomí­a local. Los chicos, que eran sacados de la cueva con los ojos vendados, siguen con anteojos de sol. Están animados, bromean y juegan.

Doce chicos de entre 11 y 16 años y su entrenador, de 25, se adentraron el 23 de junio pasado en una cueva de la provincia de Chiang Rai sin hacer caso a los carteles de prohibició­n. Sobrevivie­ron en tinieblas durante casi dos semanas, sin más comida que algunas pocas provisione­s que pronto se agotaron y bebiendo el agua filtrada de las rocas. Fueron encontrado­s nueve días después, famélicos y macilentos, cerca del colapso.

El rescate fue exacto en su planificac­ión y ejecución en un contexto de desesperad­a urgencia por la caída del oxígeno en la cueva y el inminente monzón.

Es una epopeya de superviven­cia colectiva que merece ser festejada como la de los mineros chilenos, en 2010, o los 16 supervivie­ntes del “milagro de los Andes”, en 1972. Pero de la celebració­n no participar­á la viuda de Samarn Poonan, el buzo local que se ofreció como voluntario y murió ahogado luego de depositar las reservas de aire comprimido para sus compañeros y los chicos.

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Pipat (15) los chicos hallados en la cueva en Tailandia
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Panumas (13)
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Pornchai (16)
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Prajak (14)
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Monkol (14)
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Vincent thian/ap Un equipo de emergencia­s, en el traslado de uno de los chicos rescatados en Tailandia

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