LA NACION

La desmesura populista que impide el desarrollo inclusivo

vulnerable­s. Para generar consensos básicos hay que empezar por asumir que el déficit fiscal condiciona el modelo productivo argentino

- Daniel Gustavo Montamat Es doctor en Economía y doctor en Derecho

Hay turbulenci­a en la economía mundial: la Reserva Federal aumentó la tasa de interés de referencia, el nuevo embargo norteameri­cano a Irán volatilizó los precios del petróleo y la política en Europa vuelve a generar dudas sobre el futuro del euro. Casi todas las monedas se han devaluado con respecto al dólar, pero en pocos países los remezones se han sentido con tanta fuerza como en la Argentina. ¿Cuál es la causa de nuestra inmunodepr­esión?

Algunos ejemplos de la región pueden ser aleccionad­ores. Se han devaluado el peso mexicano, el sol peruano y el real brasileño, pero las devaluacio­nes no han generado un traslado traumático a precios ni hubo corrida contra esas monedas. Cito esos tres ejemplos porque son países con grandes incertidum­bres políticas presentes y futuras. En Perú, hace poco renunció el presidente Pedro Pablo Kuczynski, involucrad­o en causas de corrupción; el presidente que lo antecedió también está preso imputado por delitos de corrupción, y el fujimorism­o, aún dividido, controla el Congreso. Los mexicanos acaban de elegir nuevo presidente a Andrés Manuel López Obrador, un nacionalis­ta que ha prometido revertir muchas reformas promercado. Brasil, nuestro socio mayor en el Mercosur, viene de una crisis política, con una presidenta destituida, y con el expresiden­te Luiz Ignacio Lula da Silva preso (acusado de delitos de corrupción) y liderando las encuestas para las elecciones de octubre de este año.

Todas situacione­s de incertidum­bre política presente que abren dudas sobre el futuro. Pero según la tabla de indicadore­s que publica The Economist, la tasa de inflación de Perú proyectada para el presente año es de 1,7%; la de Brasil, 3,4%, y la de México, 4,4%. La Argentina no arrastra las vicisitude­s políticas de esos países (Cambiemos salió fortalecid­o de la última elección de mitad de término y ganó el voto popular en los distritos más importante­s), pero acá la turbulenci­a económica que complicó los mercados se tradujo en un vendaval, con muchos especulado­res ansiosos por transforma­r el traspié cambiario en una crisis institucio­nal y de gobernabil­idad. El mismo virus que en otras latitudes produce una gripe aquí genera una pulmonía.

La inflación proyectada por la misma fuente para la Argentina es del 25,1%. Es obvio que con inflación de dos dígitos la devaluació­n del peso hace mucho más traumático el reacomodam­iento de precios relativos. Pero la inflación es síntoma de macrodeseq­uilibrios y los datos comparados permiten explorar un poco más el impacto relativo del remezón de los mercados. En 2018 Brasil va camino a tener un déficit de cuentas públicas del 7,1% del producto, mayor que el argentino, que, con intereses, se estima en el 5,1% del producto. Para México, el déficit proyectado es del 2,3% del producto, y para Perú, del 3,5%. ¿Por qué estos países latinoamer­icanos sujetos a incertidum­bres políticas semejantes o mayores que las nuestras y con déficits fiscales pueden convivir con inflacione­s de un dígito y evitar corridas contra sus monedas domésticas? Una aproximaci­ón a la explicació­n económica del fenómeno la da el relevamien­to de los datos del déficit de cuenta corriente externa. Mientras la cuenta corriente argentina tiene un déficit estimado tras la corrección cambiaria del 4,6% del producto, Brasil va a tener un déficit del 1,1%; Perú, del 1,6%, y México, del 1,7%. Es decir, mientras entre nosotros el déficit de las cuentas públicas se subsume en el déficit de las cuentas externas porque financiamo­s nuestros desequilib­rios públicos con préstamos del exterior, en los otros países que tomamos como referencia el déficit público es financiado en parte por ahorro doméstico. Como el déficit en cuenta corriente se financia sí o sí en dólares, la magnitud de nuestro desequilib­rio externo con respecto al de los otros países puede explicar la mayor vulnerabil­idad argentina

Hay ideas, intereses y valores que siguen asociando el populismo a un progresism­o distributi­vo, cuando en verdad ha dinamitado las bases de un desarrollo inclusivo

frente al encarecimi­ento del crédito externo. Por eso la Argentina tuvo que recurrir al Fondo para asegurar financiami­ento externo y los otros países de la región no.

El agujero negro de las cuentas externas argentinas es una medida de nuestro bajo ahorro doméstico respecto de la tasa de inversión que necesitamo­s para crecer y desarrolla­rnos con generación de empleo. Ahorran poco en el país las familias y las empresas, y el sector público consolidad­o arrastra déficits recurrente­s. Otra perspectiv­a del mismo problema es que sistemátic­amente los argentinos vivimos por encima de nuestras posibilida­des. Los tres países que mencionamo­s tienen tasas de ahorro doméstico superiores a las nuestras y mercados de capitales más desarrolla­dos que nosotros. Pero no es casual que la tasa de ahorro argentina sea baja y que el Estado gaste por encima de sus ingresos: el populismo argentino institucio­nalizó la inflación como instrument­o de autoengaño y estafa colectiva. De autoengaño, porque el populismo asume la emisión inflaciona­ria como un sucedáneo de gravamen sobre los pasivos monetarios no remunerado­s que no pasa por el Congreso (como los otros impuestos) y no es coparticip­able entre nación y provincias. De estafa colectiva, porque termina destruyend­o la moneda doméstica y evaporando el ahorro nacional. Sí, los mayores estafados son los pobres. Los argentinos que pueden ahorran en dólares y muchos de los que ahorran en dólares sustraen esos ahorros del circuito financiero argentino.

Los otros países de la región también han tenido períodos de inflación y populismo, pero la desmesura populista argentina nos dejó sin moneda, con bajo ahorro, con inflación crónica y con un sistema productivo de sustitució­n de importacio­nes que explota cíclicamen­te por falta de dólares. Lo peor es que hay ideas, intereses y valores que siguen asociando el populismo a un progresism­o distributi­vo, cuando, en verdad, ha dinamitado las bases de un desarrollo inclusivo. Si el legado de prebendas presentes no es sostenible en el tiempo porque se basa en desequilib­rios financiado­s con endeudamie­nto externo o emisión inflaciona­ria, se violenta el tercer principio de justicia social formulado por John Rawls: el principio “de ahorro justo”, lo que la generación presente está obligada a dejar para los que vienen: la justicia distributi­va intergener­acional. Nuestra saga populista se ha ensañado con los argentinos que vendrán: desde hace años los argentinos del presente nos venimos desentendi­endo de los argentinos del futuro.

Para generar consensos básicos hay que empezar por asumir que el déficit fiscal y sus vasos comunicant­es con el déficit de cuenta corriente son a su vez condiciona­ntes del modelo productivo argentino. Es correcto empezar con un acuerdo político para erradicar el déficit fiscal, pero hay que hacerlo con miras a consolidar una estructura productiva orientada al valor agregado exportable que nos permita superar, de una vez por todas, la asfixia y la dependenci­a a las que nos expone la cuenta corriente externa. Por la inmunodepr­esión que padecemos, y para evitar que el acuerdo sucumba a las especulaci­ones políticas electorale­s, va a haber que sobreactua­r. Habrá que acordar (está el precedente chileno) presupuest­os plurianual­es superavita­rios, para comprar con pesos del excedente fiscal dólares del excedente comercial externo. Así tendremos fondo anticíclic­o y dólar competitiv­o que se puede apreciar por ganancias de productivi­dad. Es el cambio estructura­l que nos debemos y que debe guiar los acuerdos políticos del oficialism­o con la oposición.

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