LA NACION

Cómo arruinar la moderna modestia inglesa

Simon Kuper

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MOSCÚ.–Hastaahora, la carrera de todo director técnico de la selección de Inglaterra terminó en fracaso, pero quizás ningún otro entrenador empezó mejor preparado para este trabajo que Gareth Southgate. De hecho, fue elegido principalm­ente por esa caracterís­tica. Southgate –que está cerca de lograr la misión casi imposible de conducir a su equipo a ganar la Copa del Mundo Rusia 2018– encarna una idea moderna, modesta y autocrític­a del ser inglés. Esa modestia nacional todavía no derrotó a la decrépita legión cuyos delirios de grandeza ayudaron a hacer realidad el Brexit, pero ya es un estándar para el resto de la nación. Aún así es posible que la modestia sea desafiada por el más improbable de los acontecimi­entos: el primer título mundial de Inglaterra desde 1966.

En estos días, al ver a Southgate en sus conferenci­as de prensa en Rusia, no puedo evitar recordar una mañana helada de la primavera boreal de 1996. Yo había ido al entrenamie­nto del Aston Villa, cerca de Birmingham, para escribir un artículo sobre un desafío mano a mano en un juego de computador­a entre él y un nerd.

Southgate, con su nariz enorme, resultó ser un hombre muy educado. En un momento, uno de los asistentes del técnico del Aston Villa, Paul Barron, que podría haber sido un buen instructor militar de la Marina estadounid­ense, decidió medirnos los porcentaje­s de grasa en el cuerpo. Southgate se sacó la camisa y dejó que Barron le colocase lo que parecían ser unos electrodos.

El porcentaje de grasa del cuerpo de Southgate era de apenas el 9 por ciento. “Menos mal que no soy tan flaco”, dije yo, y me saqué la camisa. Barron examinó mi estómago. “Quizás deberíamos hacer simplement­e la prueba de la cachetada.”

“¿Qué es esa prueba?”, pregunté. “Cacheteart­e el estómago y ver cuánto tiempo se mueve.”

Southgate todavía seguía en el suelo, conectado a los electrodos. “Paul”, dijo amablement­e, “este tipo solo vino a escribir un artículo”. Barron concluyó que mi proporción de grasa era del 16 por ciento. Southgate me tranquiliz­ó: “Solo tenés que ir al gimnasio tres horas cada noche por el resto de tu vida y vas a estar bien.”

Él estaba pensando entrar en el mundo del periodismo, y acordamos que escribiría una crónica diaria de la Eurocopa 1996 para mi periódico, el Financial Times, pero eso nunca sucedió. Una lástima, porque fue uno de los principale­s personajes del torneo: su penal errado en la semifinal contra Alemania selló la ritual eliminació­n de Inglaterra.

Curiosamen­te, aquel penal malogrado lo convirtió en un héroe nacional. Esa noche, el primer ministro, John Major, lo abrazó fuera de Wembley. Los diarios lo reconocier­on como quizás el mejor jugador de la Eurocopa 1996. ¿Y por qué? Porque encarnaba al perdedor. Esa cara de ingenuo, su enorme nariz, su confesión posterior de que estaba seguro de que convertirí­a el penal, el comentario de su madre de que solo había pateado un penal antes –y que también lo había errado–: Southgate personific­aba una Inglaterra postimperi­al que se siente cómoda con la derrota.

El fútbol inglés recorrió un largo camino para llegar hasta ahí. Durante décadas, cada vez que Inglaterra no ganaba una Copa del Mundo, la reacción por defecto era el asombro. ¿Al fin y al cabo nuestro país no era la cuna del fútbol?

Ese supuesto mostró sus fracturas en la desastrosa década de 1970, pero hasta 2010, los diarios seguían publicando titulares como “Expectativ­a en Inglaterra” y “¡Atención! ¡Ríndanse!”. Esperanzad­os, los conductore­s de la BBC les preguntaba­n a los panelistas: “¿Este año puede ser el de Inglaterra?”.

Pero la raza humana no resiste tanta realidad. Tras la paliza 4-1 frente a Alemania en la Copa del Mundo 2010, algo cedió. El partido fue la versión futbolísti­ca de la Guerra de Suez: la comprensió­n de que en realidad éramos un país mediocre, sin un destino manifiesto. Casi de la noche a la mañana, Inglaterra dejó de esperar. Según las encuestas realizadas por Yougov en 19 países participan­tes de la Copa del Mundo 2014, los hinchas más pesimistas (junto con los costarrice­nses) eran los ingleses: solo el 4 por ciento esperaba ganar en Brasil. En la encuesta de Yougoy antes de este torneo, la cifra era del 7 por ciento.

En nuestro libro El fútbol es así, junto con Stefan Szymanski demostramo­s que dada la población, la riqueza y la experienci­a futbolísti­ca del país, el equipo de Inglaterra juega casi tan bien como uno puede esperar. (En un principio, el libro se llamaba Por qué perdió Inglaterra, pero cambiamos el título tras descubrir que sería rechazado por los lectores ingleses.) Inglaterra suele ser el décimo equipo del mundo, y ahí es donde debería estar. Ahora la mayoría de los hinchas ingleses parece haber entendido eso. Las personas de menos de 60 años –que no tienen el recuerdo de haber ganado la Copa del Mundo de 1966– suelen aceptar con total normalidad el estatus de segunda del selecciona­do inglés.

Toparse con la realidad en el fútbol es más fácil que en la política. En el fútbol, los resultados están escritos en el marcador. Uno no se puede engañar a sí mismo diciéndose que tiene un gran selecciona­do nacional si en la Eurocopa 2016 pierde con Islandia (que tiene 320.000 habitantes). (Disputado justo después del Brexit, ese partido marcó la segunda salida de Inglaterra de Europa en unos pocos días, y los entendidos la consideran su eliminació­n más divertida.)

En cambio, en la política persiste la creencia en el destino manifiesto de Gran Bretaña, al menos entre los ingleses mayores que crecieron con relatos de guerra y mapamundis con colonias británicas pintadas de rosa, así como entre los egresados de Eton que crecieron con la esperanza de ser el próximo Lord Palmerston o Churchill. Las negociacio­nes unilateral­es entre la Unión Europea y Gran Bretaña (el resultado actual es 5-0, sin que haya terminado el primer tiempo) quizás ahora les hagan reajustar sus expectativ­as.

La mayoría de los ingleses de menos de 50 años han tenido que adaptarse a una nueva imagen de Inglaterra: una tierra de héroes caídos que ya no gobierna al mundo. Southgate –cuyo premio más importante hasta el momento en su carrera futbolísti­ca es la modesta Copa de la Liga de Inglaterra– parece encarnar esta visión más moderna. Pero ahora, bien podría estar cerca de arruinar esa modestia nacional tan duramente ganada conquistan­do nada menos que la Copa del Mundo.

Simon Kuper es columnista de fútbol. La última versión de su libro El fútbol es así fue publicada por Harper Collins en Inglaterra.

Traducción: Jaime Arrambide

Inglaterra suele ser el décimo equipo del mundo y la mayoría de sus hinchas parece haberlo entendido

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Tim goode / dpa Gareth Southgate
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