La migración, el fenómeno global que altera el mapa político
Plantea crecientes problemas a los líderes y tensa vínculos entre países
Frenar a los migrantes ilegales es el grito de moda a ambos lados del Atlántico. La Unión Europea (UE) reforzó sus fronteras y Estados Unidos aplica una política de “tolerancia cero” que hasta hace poco separaba familias. Resulta paradójico porque esta vez las voces de alarma no se condicen tanto con los números.
En 2017, entraron a la UE un 88% menos de migrantes ilegales que en 2015, cuando se alcanzó el récord de 1,8 millones. En Estados Unidos, caen las detenciones en la frontera con México. Los datos podrían transmitir la sensación de que es un problema en vías de resolverse. Pero la realidad es diferente. La crisis migratoria es un fenómeno que impacta en las sociedades, plantea desafíos cada vez mayores para los líderes mundiales e influye en la geopolítica, con una creciente tensión entre países.
Donald Trump, un outsider que pateó el tablero político con su triunfo, tuvo en las políticas migratorias uno de los ejes de su campaña. En Italia, el nuevo gobierno populista tiene al líder xenófobo de la ultraderechista Liga, Matteo Salvini, como hombre fuerte del gabinete. En Austria, el joven canciller Sebastian Kurz, que gobierna en alianza con la extrema derecha, asumió la presidencia rotativa de la UE. Incluso en Gran Bretaña la inmigración fue escalando posiciones en las preocupaciones de la población hasta convertirse en uno de los temas principales del referéndum sobre la permanencia del país en el bloque, que terminó con el voto favorable al Brexit, en junio de 2016.
Para Lelio Mármora, director del Instituto de Políticas de Migraciones y Asilo (IPMA) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), más que una crisis migratoria el mundo está frente a una crisis política. “La migración en sí no es que haya aumentado tanto. El problema es la respuesta de los gobiernos. Hay un incremento de la xenofobia, del prejuicio racista y un negocio electoral clarísimo”, sostiene.
En la UE la cuestión migratoria casi socava la unión del bloque. También hizo tambalear a la canciller alemana, Angela Merkel, presionada desde la rama derecha de su coalición de gobierno para endurecer su política migratoria. Algo que finalmente hizo.
La pelea de fondo en la UE era –o más bien es– entre los países del este y del oeste. De un lado estaba Italia –a donde llega la mayoría de los migrantes a través de la ruta del Mediterráneo–, que era apoyada por el llamado “grupo de Visegrad” (Hungría, Eslovaquia, Polonia y República Checa). Todos países con gobiernos partidarios de fronteras más duras. Del otro lado, una mayoría de países miembros –liderados por Francia y Alemania– insistían en que cada uno debe asumir su cuota de refugiados.
Finalmente, la división se zanjó con un acuerdo migratorio alcanzado en la cumbre de Bruselas, el 28 y 29 de junio pasados, que en resumen protege las fronteras del bloque y desmotiva a los migrantes que se lanzan en peligrosas travesías. La idea es erigir “centros controlados” para recibir a los migrantes rescatados en el Mediterráneo y evaluar su derecho a asilo.
El pacto fue criticado por diversos organismos y ONG por vago y frágil. “Nos preocupa que el énfasis en reforzar el control de las fronteras externas –que existe y funciona bien– se convierta en una medida para que nadie llegue a la UE en busca de asilo o seguridad”, señaló a la nacion Ryan Schroeder, vocero de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para asuntos europeos. Para Mármora, el acuerdo “es el clásico ejemplo de política ‘securitista’, que se enfoca en tratar de detener a los migrantes”.
Pero en medio del revuelo por la inmigración, la extrema derecha sigue ganando terreno. No solo triunfó en las elecciones italianas, sino que el 1º de julio asumió como presidente rotativo de la UE Kurz, el canciller conservador que gobierna Austria aliado a la extrema derecha y es partidario de una política intransigente contra la inmigración irregular.
Y como si a Europa no le fuera suficiente con el discurso de Kurz, el jueves pasado Trump advirtió que la UE debía cuidarse porque la inmigración estaba “tomando el control” del Viejo Continente. Fue en la cumbre de la OTAN, en Bruselas, donde el presidente norteamericano también recordó que había ganado las elecciones de noviembre de 2016 por la cuestión migratoria.
Este fue siempre uno de los ejes de su gobierno. De todos modos, luego de la ola de críticas en todo el mundo, Trump tuvo que suavizar su política de “tolerancia cero”, que provocó la separación de familias migrantes en la frontera. Según Jeanne Batalova, analista del Instituto Político Migratorio, un think tank con sede en Washington, no basta con suavizar esa política. “Proteger la frontera no puede ser la única solución. Es importante crear un mercado laboral flexible que permita la transferencia de trabajo y el movimiento a través de canales legales. Eso es un camino más integrador que una solución simplista como erigir un muro”, explica Batalova.
Los países que más expulsan gente hacia Estados Unidos se ubican en el llamado “Triángulo de la Muerte”, comprendido por Honduras, Nicaragua y El Salvador. Una zona donde la gente huye de la violencia de las pandillas.
Drama regional
Pero además del drama centroamericano, América Latina enfrenta otro éxodo masivo que se transformó en desafío migratorio para la región: el de los venezolanos. La crisis que azota al país empujó, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), a más de 1,5 millones de venezolanos a países vecinos, entre 2015 y 2017.
Ante el éxodo, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos decidieron apostar por una doble vía: por un lado, confrontar diplomáticamente con el presidente Nicolás Maduro y, por el otro, tender la mano –más o menos abierta– a los emigrantes. “Una respuesta muy distinta a la de Europa”, apunta Mármora.
Las cifras de Venezuela son todavía más alarmantes cuando se las compara con países que atraviesan un conflicto bélico y humanitario. En Myanmar, por ejemplo, más de 720.000 rohingyas –una minoría musulmana– huyeron al vecino Bangladesh desde agosto de 2017, según el Acnur. En Siria, asolada por más de siete años de guerra, hay 12,6 millones de desplazados, que incluyen a 6,3 millones de refugiados.
Ante este panorama, de acuerdo con la ONU, la necesidad de tolerancia y solidaridad con las personas que lo perdieron todo es imperante. Y según los expertos consultados por la nacion, los muros –como el que Trump quiere completar en la frontera con México– no son la solución.
“Las restricciones solo logran más muertes. La solución es, por un lado, la posibilidad de recepción e integración social no discriminatoria de los que llegan y, por el otro, tratar de solucionar los problemas en sus lugares de origen. No poniendo cárceles ni centros de detención, sino con un codesarrollo”, resume Mármora.