LA NACION

Con la inspiració­n de Nueve reinas. Cómo Rosner engañó a Cristóbal López con Indalo

Simuló tener financista­s inexistent­es, fraguó conversaci­ones y apostó a falsas gestiones del Gobierno; la insólita trastienda de una negociació­n fallida

- Hugo Alconada Mon

Si no vio Nueva reinas no siga leyendo. Porque el colapso de Cristóbal López y el desembarco del financista Ignacio Rosner al frente del Grupo Indalo es la versión real de aquella película, según surge de una docena de nuevos testimonio­s y documentos hasta ahora secretos a los que accedió la nacion. Una historia en la que todos los personajes simularon ser distintos y hasta se actuaron situacione­s. Y todo, por un negocio que los compradore­s soñaron que superaría los

US$500 millones, pero terminó por hundirlos a todos.

La trama comenzó en octubre de

2018, cuando López y su socio Fabián de Sousa, angustiado­s ante el riesgo de terminar en prisión acusados de defraudar al fisco por más de $8000 millones en impuestos, y frustrada la venta a Orly Terranova, convocaron a un viejo conocido, el lobista Jorge Rottemberg, para que le buscara comprador al Grupo Indalo.

¿Quién es Rottemberg? Un exfunciona­rio menemista que en 1997 renunció al difundirse que había sido condenado por una estafa, pero que entre 2009 y 2010 ayudó a López y De Sousa en la compra de activos de Petrobras en la Argentina, una operación que investiga la Justicia brasileña por el presunto pago de sobornos a ejecutivos de esa petrolera.

Poco después de recibir el nuevo encargo, Rottemberg apareció con un candidato que parecía ideal: Rosner. Egresado del colegio Cardenal Newman, como el presidente Mauricio Macri, y de la Facultad de Ingeniería de la Universida­d Católica Argentina (UCA), también como Macri; ex-sideco, del Grupo Socma, junto a Macri, y una década en el directorio del Grupo Clarín, además de supuestos lazos con las finanzas internacio­nales. “La realidad es que se juntaron el hambre y las ganas de comer”, resumió un testigo de las negociacio­nes secretas que siguieron. “Cristóbal buscaba una salida política a sus problemas judiciales y Rosner creyó que el Gobierno le tiraría una soga y se haría megamillon­ario”.

Pronto quedó claro para Rosner que no sería así. Se reunió en la Casa Rosada con el jefe de Asesores de la Presidenci­a, José Torello; con el entonces titular de la AFIP, Alberto Abad, y con su luego sucesor en el organismo, Leandro Cuccioli, además de con el abogado Ricardo Gil Lavedra, y siempre chocó con el mensaje opuesto al que buscó: “Primero que aparezca algún inversor que ponga el dinero para cancelar la deuda con la AFIP y luego hablamos”. No solo eso. En plenas negociacio­nes con López, Rosner intentó otros puentes. Con el asesor Jaime Durán Barba, que le planteó que se trataba de una cuestión política, y con Nicolás “Nicky” Caputo, que se desentendi­ó del asunto, según confirmaro­n a la nacion desde ambos lados.

Pero Rosner le ocultó todo eso a López, como tampoco le contó cuál era el apodo con que Torello y otros viejos conocidos del Newman lo conocían desde hace años, “el Plomo”, por su verborragi­a. Por el contrario, avanzó, alentado por su abogado y luego socio, Santiago Dellatorre Balestra, con quien decidió antedatar ciertos documentos notariales, según ratificaro­n a la nacion un protagonis­ta y dos testigos directos.

Lanzados, Rosner y Dellatorre se reunieron entonces con López en el departamen­to del patagónico en el complejo Madero Center, frente al Hilton, el hotel que sirve de escenograf­ía para un momento decisivo de Nueva reinas. El encuentro, que comenzó a la mañana y duró hasta la noche del sábado 21 de octubre de 2017, fue surrealist­a. López, de jogging y con apariencia de boxeador al borde del nocaut, solo quería una garantía: que sus hijos –directores de empresas del holding–no pasaran un día tras las rejas. Por eso cedió su imperio y aceptó inyectar US$20 millones en la petrolera Oil Combustibl­es para mantener en marcha al verdadero corazón del Grupo Indalo.

En paralelo, De Sousa negoció una tajada extra para él, más allá del acuerdo base. Pidió quedarse con los derechos de cobro de Aecsa, concesiona­ria de las autopistas Riccheri y Ezeiza, por un reclamo multimillo­nario contra el Estado. Rosner tampoco se quedó atrás. Simuló conversaci­ones telefónica­s con enigmático­s inversores que jamás existieron. Un “acting” al que recurrió varias veces ante las exigencias de López. Lo escuchaba, le decía que debía consultarl­es a sus mandantes, se iba al balcón del Madero Center y, con el teléfono apagado, actuó diálogos completos, en inglés. Junto a Rosner, afirman que eso “no fue tan así”. Pero admiten que “quizá hubo algo de bluff, habitual en este tipo de negociacio­nes, como demorar una respuesta un par de horas para ver qué más le sacás a la contrapart­e”.

Dellatorre, por último, desplegó sus artes de abogado. Pero también invocó a Osvaldo Pugliese cada vez que la negociació­n parecía naufragar. El músico era un talismán de la suerte. Como cuando Rosner planteó que, además de los US$20 millones, los vendedores debían poner US$3 millones para el due dilligence de la operación y López enfureció. “Pensó que ya lo tomaban de boludo y entonces Dellatorre comenzó a repetir por lo bajo ‘Pugliese, Pugliese, Pugliese’ para que todo no se fuera a la mierda”, rememoró un testigo de aquel sábado inverosími­l.pero todo fue muy real. Tan cierto como que el enigmático fondo de inversione­s que trajeron Rosner y Dellatorre a la negociació­n se llamó primero “GG-OP” y luego “OP Investment”. Pero esas iniciales no pertenecen a ningún supuesto capitalist­a oculto. Son las del “Gauchito Gil” y las del genial pianista, director y compositor argentino de tangos, devenido ícono antimufa.

Cerca estuvo todo de estallar por los aires porque López consideró que se aprovechab­an de su necesidad y Rottemberg los cruzó a Rosner y sus colaborado­res, al que acusaba de “bocón”. “¿Qué quieren? ¿Quedarse también con la mujer de Cristóbal?”, los desafiaba. Para entonces, López ya había tapado un retrato de su pareja, Ingrid Grudke, acaso por pudor.

Al final, sin embargo, primó más la necesidad de López y la negociació­n se encauzó. Al día siguiente, domingo 22, volvieron a reunirse. Pero esta vez en las oficinas de Salaverri, Dellatorre, Burgio Wetzler Malbrán, el estudio jurídico externo de los negocios del empresario Marcelo Mindlin, lo que llevó a López a otra confusión. Creyó que Mindlin podía ser el capitalist­a detrás de OP Investment­s. Y firmó los documentos que habían ido y venido durante dos semanas, y que antedataro­n al viernes 20.

Mientras tanto, Rosner afirmaba que tenía el “pulgar arriba” del Grupo Clarín y de la embajada del Reino Unido para la operación, pero no logró el compromiso de inversor alguno, mientras que Dellatorre repetía “soy rico, soy rico” ante quien quisiera escucharlo, pero el lunes mismo del desembarco se guardó en su bolso diez lapiceras Pilot –cinco azules y cinco negras– que una secretaria ejecutiva del Grupo Indalo le facilitó para firmar unos papeles.

Junto a Dellatorre lo negaron con indignació­n. Al contrario, retrucaron, ante la consulta de la nacion. “En los meses previos a que entráramos en Indalo, se llevaron todo. Hasta el café y el azúcar. Todo. Vaciaron Oil [Combustibl­es] y saquearon las empresas de abajo del holding”.

Ya al mando del Grupo, el objetivo de Rosner y Dellatorre era negociar en silencio durante las primeras semanas con el Gobierno y con los potenciale­s inversores. Pero el secreto duró apenas tres días antes de que se filtrara la aparición del enigmático fondo OP Investment­s. La tormenta mediática que siguió provocó un reacomodam­iento de piezas. El estudio Salaverri se abrió de las tratativas y borró incluso el apellido Dellatorre del nombre del buffet, mientras que su principal cliente, Mindlin, dejó claro a los medios que nada tenía que ver con la operación.

En ese contexto, Rosner y Dellatorre avanzaron con tres planes. Plan A: reflotar ellos mismos el holding y “ser megamillon­arios como Raúl Moneta”, como comunicaro­n a sus allegados. Plan B: que de todos modos colapsara el Grupo Indalo, pero “abrirse de la operación con US$5 millones cada uno”, y plan C: “Iniciarle un juicio a López por la ‘pérdida de la chance’” de completar la operación.

El plan A pronto quedó atrás, los números mostraron que la cifra mágica de los US$500 millones que les había trazado De Sousa no era más que una fantasía, mientras Lukoil declinó involucrar­se. “Al ver los números reales salieron espantados”, resumió un conocedor a la nacion.

Los nuevos timoneles del holding fueron entonces por el plan B. Por ejemplo, adelantaro­n sus honorarios por $ 8,1 millones en Oil, lo que terminó por frustrarse por el reclamo de los coadminist­radores judiciales –Francisco Cárrega, Carlos Bianchi y Liuba Lencoba– que lo informaron al juez Javier Cosentino, y Rosner y Dellatorre debieron devolver el dinero.

El saldo final fue aún peor. Porque López y De Sousa sí terminaron en prisión. Y como en Nueve reinas, nada salió según lo previsto. Quebró Oil Combustibl­es, Rosner sufrió un ACV y Dellatorre terminó eyectado del estudio Salaverri, del que era socio y al que le inició un juicio millonario.

Dueño de un sólido patrimonio, Dellatorre también le pidió la quiebra a López –remedo de su plan C–, al que pretende ejecutarle un cheque de $356 millones del quebrado Banco Finansur. Es decir, los US$20 millones que López se había comprometi­do a aportar si la Justicia aprobaba la operación. Para avanzar contra López, Dellatorre le pidió a la Justicia el beneficio de litigar sin gastos. Con domicilio legal en su propia casa –un semipiso de Avenida del Libertador y Suipacha–, afirma que tras la implosión de Indalo y su salida del estudio, no puede afrontar la tasa judicial de $10 millones. Plantea que él era el único sostén de su familia y que ahora solo le queda un viejo Ford.

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Archivo Cristóbal López hoy está detenido

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