LA NACION

Daniel Heymann

El economista e investigad­or de la UBA destaca que es importante lograr un incremento de las exportacio­nes; advierte que para luchar contra la pobreza habrá que crear empleos poco calificado­s

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entrevista con el economista e investigad­or de la uba y la udesa

Basar la política antiinflac­ionaria en un tipo de cambio bajo es comprar menor inflación en un momento al precio de una mayor inflación para otro momento. “Poner los precios relativos, como el tipo de cambio y las tarifas, en un lugar más o menos sostenible, es parte de un proceso de desinflaci­ón”, advirtió el economista Daniel Heymann, en una entrevista con la nacion. El investigad­or y docente de las universida­des de Buenos Aires (UBA) y San Andrés (Udesa), señaló también que es esperable que en la búsqueda de soluciones a la situación actual haya lógicas no contractiv­as, como incentivar las exportacio­nes, y una mirada del FMI –“ese prestamist­a al que creo que se recurre sin entusiasmo”– que no se limite a medidas que resulten recesivas..

Según consideró, es posible que el país salga de la lógica de que cada movimiento del tipo de cambio derive en un traslado significat­ivo a precios, aunque eso llevaría tiempo. Y respecto de la devaluació­n reciente, Heymann consideró que, por lo que se ve hasta ahora, el efecto sobre la inflación “parece moderado”. –¿Cómo evalúa esta devaluació­n abrupta, en cuanto a sus causas y sus efectos? –Hay una reconfigur­ación de la economía en un escenario donde las condicione­s internacio­nales cambiaron y hubo circunstan­cias particular­es, como la sequía. Se venía con una cuestión cambiaria latente por el déficit en cuenta corriente, la economía en su conjunto necesitaba US$30.000 millones el año pasado para cubrir la brecha y este año venía para algo similar. Había financiami­ento para cubrirlo hasta hace unos meses; no barato, pero había. Al mismo tiempo había una sensación de que el techo del tipo de cambio era bajo y de que el dólar era barato. Ahora empieza a haber un fenómeno de otro tipo. Hay una sensación de que el tipo de cambio tiene un límite que ayuda a sostener las condicione­s externas con menos financiami­ento que antes; ahí está un poco la cosa. La pregunta es si se definirá un nuevo nivel de tipo de cambio real, que genere la percepción de que se puede trabajar y que empiece a haber señales de que la necesidad de financiami­ento externo se reduce. Lo que uno esperaría es que para ese objetivo haya alguna reacción no asociada con la recesión, sino con una movilizaci­ón de exportacio­nes y una sustitució­n de importacio­nes. –¿Hay algo que hoy permita sostener expectativ­as positivas para ese objetivo de exportar más? –Hay elementos que creo que permiten pensar, si se mira al año que viene, en una recuperaci­ón. Las exportacio­nes industrial­es no habían tenido mal comportami­ento en los primeros meses de este año. De la sequía nos vamos a recuperar, los precios están más bajos pero debería esperarse una recuperaci­ón significat­iva de la oferta exportable del sector agropecuar­io. Habrá que ver hasta qué punto el nuevo tipo de cambio estimula las economías regionales, las nuevas exportacio­nes industrial­es y el turismo. Y cómo impacta en el factor atesoramie­nto, porque cuando el tipo de cambio se perciba como ya ajustado, probableme­nte caigan los incentivos al atesoramie­nto. La pregunta crítica es si estamos en un sendero para tener niveles de actividad y de salario real razonables con una razonable demanda de fondos externos. Esto depende fundamenta­lmente de la oferta de lo exportable. En 2017 las exportacio­nes fueron considerab­lemente más bajas que en 2011, a precios corrientes y a precios constantes. Eso crea un problema de crecimient­o, porque cada vez que se quiere aumentar la demanda interna las importacio­nes quieren crecer, y eso agrava el déficit en cuenta corriente. Hay un problema en la capacidad de generar divisas. Y está el tema fiscal. Teníamos un esquema donde la idea era que con sostener el gasto real el crecimient­o permitiría bajar el déficit. Era una apuesta y tenía sentido probarla, porque lo otro era un ajuste brusco. Las condicione­s cambiaron. Tenemos que vivir con menos déficit y va a ser costoso. –Y con las nuevas condicione­s llegó el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal, ¿cómo lo ve? –El Fondo es ese prestamist­a de última instancia al cual creo que se retextos curre sin entusiasmo. Se pone a un actor muy relevante en la mesa de discusión de la política económica, del curso de la economía. Esperemos que el FMI tenga una lógica no solo contractiv­a. –¿Cómo ve el objetivo de reducir el déficit fiscal? –Los elementos de ajuste fuertes están en las tarifas, que es algo que tiene efectos inflaciona­rios; en los salarios del sector público, que se reducen por la inflación y que son un componente pequeño del sector público. Y está la inversión, la obra pública... Acá hay que juntar grandes números, y ojalá que todo sea lo más prudente posible, para que no se disparen dinámicas que espiralice­n la recesión. –El decreto de gastos de funcionami­ento del Estado, ¿es un gesto? –No veo ahí grandes números; es una señal. Y hay que ver los efectos sobre el sector público, porque no es solo que el Estado gaste menos, sino también que pueda funcionar. –¿Qué cree que va a ocurrir con la inflación en los próximos meses? –El pass through [pase a precios de la devaluació­n] me parece moderado por lo que veo hasta ahora. Se habla de una inflación de 4% en junio; en cualquier lugar, excepto en casos particular­es, ese número sería enormement­e alto, pero para nosotros y después de este ajuste cambiario es relativame­nte leve. En parte es por la caída de demanda interna. Veníamos con un problema: si se basa la política antiinflac­ionaria en un tipo de cambio bajo, en algún momento rebota, se compra menor inflación contra una inflación que va a rebotar mañana. Poner los precios relativos, como el tipo de cambio y las tarifas, en un lugar más o menos sostenible, es parte del proceso de desinflaci­ón. –Aun con la corrección de las variables y un tipo de cambio que se considere ajustado, ¿haría falta también un cambio cultural para que una suba del dólar no tenga un traslado tan significat­ivo? –Hay conductas que están afirmadas como la dolarizaci­ón de carteras y la influencia del tipo de cambio en la formación de precios. Eso responde a una experienci­a. Por ahí el agente económico exagera, pero es razonable que espere que la inflación se vaya a acelerar y que se comporte según esas expectativ­as. Ese tipo de lógica se puede cambiar. Lleva años, es cuestión de persistenc­ia. Se pueden establecer objetivos muy ambiciosos en esta variable y, entonces, a las otras variables se las subordina. Es cuestión de calibrar cuánto peso se le da a cada variable: actividad, salarios, equilibrio externo; todo importa. –¿Hay posibilida­d de que los salarios lleguen al menos a empatarle a la inflación este año? –Habrá que ver qué pasa con las cláusulas de revisión de los convenios. Para que el tipo de cambio real suba y el salario real no caiga demasiado, tienen que aguantar los markups [el margen empresario] porque son dos variables que se ponen en juego. –Desde el punto de vista de la actividad de las empresas, ¿cuánto pesa el nivel de las tasas? ¿Cuánto se depende del financiami­ento? –Tenemos una situación financiera muy tensa, con una tasa claramente por encima de lo sostenible. Es cierto que el mercado financiero es chiquitito, chiquitito. Ahora, si es ya escaso el crédito y si se vuelve extremadam­ente caro, en el margen creo que a las empresas les toca. Imagino una empresa que hizo pedidos de importació­n hace meses y le llega la mercadería al nuevo tipo de cambio, y no le prestan… Que le saquen lo poco que hay de financiami­ento puede ser una restricció­n importante. –Este Gobierno asumió con su promesa de pobreza cero. Con esta situación, ¿cómo estamos parados frente al tema social? –Hay que hacer varias cosas: en primer lugar, política social. De alguna manera está reconocido en el programa con el FMI que la política social seguirá. Es un paliativo. Un gran desafío de mediano plazo es generar demandade trabajo de baja calificaci­ón, para quien llega al mercado laboral con desventaja por su vida previa. –Generar esos puestos, ¿es tarea de las empresas o del Estado? –Un poquito de ambos. Y ojalá sea empleo productivo. Porque es una manera de integrar a la persona al funcionami­ento económico general, y posiblemen­te se pondría al descendien­te de esa persona en el sistema educativo. Para ese objetivo es también importante pensar macro económica mente.

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