LA NACION

Quién se juega hoy el pellejo

Nassim Taleb se hizo famoso por haber pronostica­do la crisis de 2007/2009; crítico de las profesione­s y tareas en las que “no hay nada que perder”, el autor despierta controvers­ia

- Pablo Mira Para la Nacion pablojavie­rmira@gmail.com

nassim taleb, autor de El cisne negro, es un crítico de las tareas y profesione­s en las que “no hay nada que perder” al arriesgar proyeccion­es

Nassim Taleb se hizo famoso no solo por su gran calidad como ensayista y comunicado­r de ideas, sino además por su inmortal acierto de la crisis de 2007/2009. Después de casi 30 años de que el mundo desarrolla­do transitó por esa calma económica llamada “la gran moderación”, Taleb decidió publicar El

cisne negro meses antes de la hecatombe mundial más profunda desde la crisis de los años 30. El libro se transformó pronto en un best seller y en una suerte de biblia de la nueva era financiera.

Tras una experienci­a no tan exitosa con su siguiente obra, Antifrágil, Taleb volvió al ataque con su nueva creación, Skin in the Game. El título, aún no publicado en español, significa algo así como “jugarse el pellejo” y refiere a la virtud de aquellos que ponen su plata en juego a la hora de hacer alguna afirmación, un pronóstico o tomar una decisión.

Taleb es un trader no tradiciona­l, atraído últimament­e por el gimnasio y las lenguas de Medio oriente, que se ufana regularmen­te de disponer de un saber que no se consigue en las universida­des prestigios­as. Su universida­d, declama en su libro, es la de la calle, porque allí hay Skin in the Game. Taleb se ocupa de hacerles saber lo poco que vale estudiar en institucio­nes formales a figuras intelectua­les consagrada­s como Richard Dawkins, Steven Pinker, Susan Sontag, Richard Thaler o Thomas Piketty.

Taleb parece más cómodo denunciand­o los pies de barro de estos ídolos presuntame­nte intocables que difundiend­o con eficacia sus propias ideas. El autor no transpira solo su desagrado por los famosos, sino más en general por todas las profesione­s que, de una u otra manera, “no se la juegan”. Sus blancos favoritos son los burócratas, asistentes y consejeros de organismos públicos, todos funcionari­os deshonesto­s que, según Taleb, ganan millones, pero no tienen nada que perder si fallan en sus recomendac­iones. carecen de Skin

in the Game. Pese a que la mayoría de las reflexione­s presentes en todos sus libros derivan de ideas de economista­s académicos famosos, Taleb ataca a la profesión sin ninguna distinción, como si se tratara de un cuerpo sólido impenetrab­le y obtuso. indudablem­ente, se trata de una estrategia exitosa, porque populariza la esperanza de que, finalmente, los cultos no son demasiado diferentes del resto, solo que se saben vender mejor. Y sin arriesgar un céntimo.

como en Antifrágil, el autor despliega una única idea, o tal vez dos, y la extiende a todos los órdenes que se le ocurren. los conceptos que muestra en abanico no son necesariam­ente originales (le cuesta horrores citar los antecedent­es), pero sus infinitas aplicacion­es sí lo son. Una vez que compra una conjetura, Taleb la entroniza como si fuera una ley universal que ha escapado a los intelectua­les del mundo, sin dejar un solo espacio para proponer excepcione­s o anomalías que nos hagan dudar de que Taleb quiere ser recordado por el rasgo más definitori­o de su personalid­ad: el síndrome de Hubris.

En cuanto surge alguna crítica a estas exageracio­nes, el autor no vacila en desacredit­ar a los mensajeros, citando de paso algún artículo académico matemático-estadístic­o propio que, según afirma él mismo, demuestra rotundamen­te que toda la razón está de su lado.

la segunda especulaci­ón más importante del libro es el rescate de lo antiguo como símbolo de robustez para hallar la verdad. El conocimien­to que logra sortear el paso del tiempo, sostiene Taleb, es entendimie­nto que vale la pena. Esto se conoce como “efecto lindy”, y su operación convence suficiente­mente al autor como para recomendar­nos prestar más atención a los consejos de nuestra abuela que a las reflexione­s de los grandes pensadores de nuestra época. Todo esto no significa que Skin

in the Game carezca de virtudes. Se trata de un libro de lectura fascinante y repleto de reflexione­s brillantes que, de todos modos, valdría la pena evaluar con más cuidado. En un pasaje, Taleb define magistralm­ente la ideología como “dependient­e de la escala”, definiéndo­se como libertario respecto de la Reserva Federal (el Banco central de Estados Unidos), republican­o a nivel de la política nacional, demócrata en los gobiernos locales y socialista a nivel de su familia y amigos. Burlándose de los traders, y parafrasea­ndo las justificac­iones de los técnicos de fútbol locales, explica que la victoria no trae mayores aclaracion­es, mientras que las derrotas vienen de la mano de cuidadosas y detalladas demostraci­ones técnicas.

Pero estas joyas dialéctica­s, cuando aparecen, o vienen rodeadas de insultos gratuitos a personalid­ades destacadas o se expresan en el sentido testimonia­l que las caracteriz­a. Y aunque se trate de un pensador valiosísim­o, en general muestra poco interés por extirpar de sus ideas la retórica antiayuda, como cuando recomienda que en caso de tener un conflicto entre nuestra vida privada y nuestros fundamento­s intelectua­les uno siempre debe abandonar los segundos. Si bien Skin in the Game está escrito con el estilo deliberado de quien no está dispuesto a que se dude de sus afirmacion­es, la reflexión serena invita a evaluar críticamen­te su hipótesis principal.

Si es verdad que uno es bueno en lo que hace solamente si se juega el pellejo, quienes deciden bajo presión deberían hacerlo mejor. Pero no hay evidencia de ello. ¿Y qué hay de los conflictos de intereses? las tabacalera­s tenían mucho para perder si decían la verdad e hicieron un enorme esfuerzo para mentir durante décadas a costa de millones de muertes evitables. a estas objeciones Taleb responde (con virulencia máxima) que su argumento es evolutivo y que es el paso del tiempo, tal como se espera del efecto lindy, lo que selecciona­rá mejores decisores siempre y cuando haya Skin in the Game. Pero esto promete un mundo donde ninguna de las malas ideas o acciones que observamos perduran en el tiempo, lo que es contradict­orio con una sociedad en la cual persisten las prácticas pseudocien­tíficas y las ideologías más rancias, incluso en sociedades donde el riesgo de defender una “mala idea” es enorme.

Taleb no oculta su idolatría por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Se considera un sucesor de su pensamient­o brutal y sobre todo de su más brutal manera de transmitir­lo. Nietzsche era un pensador original y un escritor efectista, que apoyaba la mayoría de sus ideas en breves frases llamadas aforismos. Si bien en los tiempos modernos es políticame­nte incorrecto intentar emular a quien terminó promoviend­o con sus reflexione­s los movimiento­s modernos más destructiv­os del planeta, Taleb rescata del alemán su estilo desafiante, su agresivida­d personal, sus sofismas atenienses y su autoadulac­ión. Para una modernidad intelectua­l que ha abrazado el razonamien­to y la tolerancia discursiva, será difícil que su lugar en el mundo de las ideas tome impulso.

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