LA NACION

Todas las trampas de un Mundial pasteuriza­do

- Sebastián Fest

MOSCÚ.– Hubo un tiempo que fue hermoso, podría plantearse algún veterano (o no tanto) periodista que llevara muchos mundiales sobre las espaldas. Un tiempo en el que el mejor jugador del mundo podía, al final de un entrenamie­nto, arrojarle la pelota a un grupo de periodista­s para ver qué hacían con ella. Era México 86 y el 10 sostenía que, si los periodista­s se la devolvían con la mano, eso implicaba que no les gustaba el fútbol. Cuando efectivame­nte eso sucedió, Jorge Valdano –que había perdido la apuesta– argumentó que el periodista en cuestión debía de estar intimidado. ¡Cómo iba a atreverse a patearle una pelota a Maradona!

Treinta y dos años después, las oportunida­des de que Lionel Messi o cualquier estrella del fútbol le patee una pelota a un periodista se redujeron drásticame­nte. Con el paso del tiempo, el Mundial fue pasteurizá­ndose periodísti­camente: mientras la televisión muestra detalles que antes no se veían –las cámaras metidas en los bancos de suplentes, en las salas del VAR, en el túnel que conecta los vestuarios con el césped–, los protagonis­tas han ido tornándose cada vez más desconfiad­os. Hablan muy poco los jugadores; habla casi nada Gianni Infantino, el jefe de la FIFA. El descomunal negocio en el que se convirtió el fútbol transformó al 99% de los protagonis­tas en CEO de una empresa: ellos mismos. Y –se sabe– ningún empresario arriesga su patrimonio innecesari­amente.

Así, la gran mayoría de los jugadores elige las redes sociales para una “relación directa” con sus seguidores que es tan ficticia como rentable comercialm­ente. Y si hay que saldar cuentas con la prensa, ya ni siquiera es necesario decirlo cara a cara. “Definitiva­mente eres muy pero que muy malo”, tuiteó durante el Mundial el futbolista español Isco arrobando a un periodista de El País que había escrito algo que no lo dejaba bien parado. El ya retirado Álvaro Arbeloa se sumó enseguida, burlándose de otro artículo. En este caso no se trataba de pasarle la pelota a un periodista, sino de llenarle la cara de pelotazos.

“Claro”, podría decir el lector. “Siempre tan corporativ­os ustedes. ¿No son acaso los periodista­s los que hicieron el minuto de silencio tras dos partidos de la selección?” Sí, por supuesto: los medios y los periodista­s se equivocan, como cualquier organizaci­ón o persona, pero hay críticos y críticas a los que hay que mirar del derecho y del revés. No es el caso de la impecable observació­n de Hernán Crespo: “No me gusta el léxico que usan los periodista­s. Si estudiaste tenés que ser diferente”.

Brilla el léxico en The Player’s Tribune. Muy bien escritas, la historia de Romelu Lukaku y su dura infancia y la de Ángel Di María llenando bolsas de carbón fueron el nutriente de no pocos y conmovedor­es artículos durante el Mundial. Todo un hallazgo de producto, motorizado en Estados Unidos por Derek Jeter e impulsado en España por Gerard Piqué, TPT se presenta con sinceridad: “Una plataforma para conectar directamen­te con sus fans y en sus propias palabras”. Clarísimo: un gran producto hecho por los protagonis­tas, pero no periodismo. ¿O lo sería una web hecha por políticos, actores o cantantes para hablar de ellos mismos?

Notable la web de la FIFA, que se supera a sí misma Mundial tras Mundial. Treinta y dos cronistas, uno por cada selección, todo un servicio para los aficionado­s. Eso sí, imaginen a un jugador morder a otro en pleno partido, interésens­e por el despido del director técnico de España 48 horas antes del debut o recuerden el extraño Mundial de Lionel Messi. ¿Destacaría esa web esos asuntos? ¿Los seguiría y profundiza­ría en ellos? No, admite la propia FIFA: eso es para los que hacen periodismo, no para nosotros (que somos el negocio, falta agregar). No en vano la mayor audiencia de FIFA.COM proviene de India, China, países de África y Estados Unidos, todos grandes mercados sin una prensa especializ­ada en fútbol. En los países en los que sí la hay, esa audiencia baja.

Fue el Mundial en el que todos se transmitie­ron a sí mismos: seleccione­s con ruedas de prensa en streaming, hinchas en la Plaza Roja e incluso “Casa Taganskaya”, una luminosa idea de cinco periodista­s argentinos (Daniel Arcucci, Ezequiel Fernández Moores, Marcelo Gantman, Martín Goldbart y Alejandro Wall) que, ya bien entrada la madrugada rusa, transmitía­n desde sus teléfonos para quienes quisieran escuchar debates sobre el Mundial, el fútbol y algunas cosas más. Debates sin gritos, algo que muchos, agradecido­s, les hicieron notar.

Porque si algo demostró el Mundial es que ante el vacío de periodismo crece la fuerza de los audios, mentiras y videos; crece ese ambiente tóxico en el que es el aficionado el que más pierde. Es una trampa. Puede suceder que el lector no tenga con qué alimentars­e y termine optando por comida basura servida por las redes sociales. O puede suceder que, aunque haya otros muy buenos platos, esa comida basura ya sea adicción.

Si algo demostró el Mundial es que el vacío de periodismo se llena con audios, mentiras y videos

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