Blum, Labios negros y La ceremonia, el suicidio de una idea..., tres propuestas para no perderse
BLUM
MUY BUENA. DE: Enrique Santos Discépolo y Julio Porter. DIRECCIÓN: Mariano Dossena. ELENCO: Humberto Tortonese, María Inés Sancerni, Magalí Sánchez Alleno, Alejandra Perlusky, Eliseo Barrionuevo, Daniel Toppino, María Rosa Frega, Milagros Almeida, José Tambutti y Federico Justo. DIRECCIÓN MUSICAL: Gabriel Senanes. ESCENOGRAFÍA: Nicolás Nanni. COREOGRAFÍA: Mecha Fernández. VESTUARIO: Mini Zuccheri. ILUMINACIÓN: Claudio Del Bianco. PREPARACIÓN VOCAL: Nancy Ocampo. ASISTENCIA DE DIRECCIÓN: Cecilia Acosta, Fernanda Machado, Leonardo Méndez. TEATRO: Regio (Córdoba 6056). FUNCIONES: de jueves a domingo. DURACIÓN: 110 minutos.
Que Humberto Tortonese sea Cayetano Blum es más de la mitad de esta historia. No porque los demás actores no acompañen bien, al contrario, se trata de un grupo sólido que pisa fuerte en escena –sobre todo María Inés Sancerni (la hermana) y Magalí Sánchez Alleno (la enamorada)–, sino porque todo se articula en torno a este rico y excéntrico empresario. Y esta será la clave para entender el camino que el director Mariano Dossena tomó: hacer especial foco en la vida lujosa, en el temor que infunde entre sus empleados y en el poderío que Blum logró conseguir siendo aún joven.
A casi 70 años de su estreno, dirigida por su propio autor, Enrique Santos Discépolo, Blum vuelve a probarse. Una pieza muy poco transitada y que tuvo su versión cinematográfica en 1970, cuando su coautor, Julio Porter, le sacó el polvo y con un elenco estelar –Darío Vittori y Nélida Lobato– la estrenó en la pantalla grande. Curiosamente el Complejo Teatral de Buenos Aires, en el escenario del Regio, vuelve a ella. Una pieza cómica, con destellos de music hall y una atmósfera para nada frecuente en nuestro teatro. Un humor de otro tiempo, con una sencillez y frescura que el teatro oficial suele dejar a un costado. Sin embargo, la obra despliega un universo lleno de matices y esa comedia ligera se vuelve –no vamos a decir que dramática porque en ningún momento gira seriamente para ese lado– más profunda y entonces se asiste a una transformación total de ese empresario.
Algo así como un ciudadano Kane pero en su versión cómica, Blum –su B se refleja en varios de sus mobiliarios para marcar el narcisismo galopante– es un solitario incurable. Se quiere tanto a sí mismo que pareciera no necesitar nada más que su fortuna y el miedo que con su sola presencia genera en el entorno. Pero qué mejor que un conflicto. Aquí lo que aparece es el amor, sí, ni más ni menos que el amor. Y derriba, o modifica, por completo a este hombre que parecía inmune a los sentimientos humanos.
La puesta está dividida en dos grandes actos. En la primera parte, se asiste a un clima clásico de oficina. Se trata de una financiera que el propio Blum maneja con el temple y la experiencia de quien ama lo que hace y es, claro, el mejor. En el segundo acto veremos a Blum en su propia mansión y su ánimo ha cambiado por completo, más relajado y humanizado, Blum tiene la felicidad de un niño con juguete nuevo: el amor. El despliegue escenográfico es impactante y muy preciso tratándose de una época determinada, los años 40.
Al tratarse de una obra extensa, de muchas entradas y salidas, con elementos del music hall (encarnado en el trío vocal Las Diamons Sisters) y con un conflicto que es en sí mismo pequeño por momentos se vuelve repetitiva y si no fuera por el minucioso trabajo de Tortonese que captura la atención de la platea y divierte como él solo en este personaje que ha construido con tanta precisión se volvería densa. Es probable que con el transcurrir de las funciones todo se vuelva más ágil y entonces Dossena termine de cerrar la propuesta de Discépolo, que tiene en su génesis una liviandad que lleva a la oscuridad sin que ese pasaje sea advertido por el espectador.