Una tendencia que se afirma, esta vez con relatos claustrofóbicos
HOTEL RIZHOMA BUENA (ARGENTINA, 2018) GUIÓN: Marisa Quiroga y Marcelo Camaño. FOTOGRAFÍA: Mariano Santoro. EDICIÓN: Germán Tedeschini. MÚSICA: Pablo Borghi. ELENCO: Benjamín Rojas, Gimena Accardi, Nicolás Vázquez, Brenda Gandini y artistas rotativos. DIRECCIÓN: Jesús Braceras. IDEA Y PRODUCCIÓN GENERAL: Martín Kweller. PRODUCCIÓN: Cablevisión, Telefé y Kuarzo. HORARIOS: los viernes, a las 23, por Telefé y temporada completa disponible en Flow y On Demand de Cablevisión.
Al igual que Encerrados, la creación de Benjamín Ávila que acaba de hacerse un lugar en Netflix, Hotel Rizhoma llega a la TV con una doble intención. Por un lado, la reivindicación del modelo televisivo conocido como unitario (distintas historias que transcurren en el mismo escenario a partir de un denominador común), siempre expuesto a interpretaciones equívocas. Por el otro, un nuevo aporte a la ya consolidada tendencia de sumar aportes para la realización de ficciones (un canal abierto, una productora independiente, un operador de TV paga) con vistas a su emisión simultánea en múltiples plataformas, en tramos o completa.
En cuestiones temáticas, Hotel Rizhoma también sigue el camino de Encerrados. Volvemos a encontrarnos con historias que transcurren en tiempo real y en ambientes claustrofóbicos que confinan a sus personajes, los llevan a poner en juego sus pulsiones extremas y les ahogan las posibilidades de escape, tanto real como psicológico.
Los dos primeros episodios programados en emisiones semanales por Telefé exhibieron además otra constante: la sombra del abuso sexual y el sometimiento violento de las mujeres a través de dos vínculos descriptos con varias características casi enfermizas. Primero, entre un futbolista en el ocaso de su carrera y la esposa de su representante. Después, a través del reencuentro de una pareja que no se había visto en 13 años.
Hasta ahora, lo visto en Hotel Rizhoma aprovecha muy bien algunas potencialidades del planteo elegido: la economía temporal de la narración (cada historia no dura más de 30 minutos), la magnífica ambientación escenográfica del hotel boutique realizada por Alberto Negrin, la eficacia del resto de los rubros técnicos y el compromiso pleno de todos sus intérpretes, entre los que sobresalió hasta aquí Gimena Accardi. En los próximos episodios se sumarán muchos otros rostros conocidos.
Desde ese aporte actoral se fueron construyendo apropiados y densos climas dramáticos. No nos costaba imaginar todo lo que transmitían los personajes desde su perturbada interioridad. Pero esa atractiva atmósfera resultó hasta aquí mucho más certera que la resolución de cada episodio, como si todo el esfuerzo se concentrara en profundizar el vínculo entre los personajes. Planteadas así las cosas, el momento del desenlace resulta casi irrelevante.
Apoyadas en buenos diálogos, las situaciones quedan además bastante condicionadas por cierta rigidez teatral que una cámara nerviosa no logra disimular del todo.