LA NACION

La poesía del nordeste

Las playas del estado de Paraíba y su capital, João Pessoa, tesoros escondidos para descubrir con la marea adecuada

- Textos Silvina Beccar Varela

En João Pessoa, capital del estado de Paraíba, en el norte de Brasil, las mareas lo son todo. A veces descubren arenas rojas solo por unas horas; otras, arenas blancas. Según su capricho, también revelan piscinas naturales con tortugas marinas y delfines o bancos que parecen islas. En fin, que como el aire o el amor, las mareas aquí son cuestión de vida o muerte: la variación del mar es de cero a tres metros; para caminatas, baños o paseos, más vale estar atento y tenerlas en cuenta.

Nueve estados conforman el nordeste brasileño: Bahía, Maranão, Sergipe, Alagoas, Pernambuco, Paraíba, Rio Grande do Norte, Ceará y Piauí. João Pessoa, la punta de la panza del mapa de América del Sur, nació en las márgenes del río Sanhauá y creció en dirección al mar. Allí está el punto de las Américas más próximo al continente africano, Ponta do Seixas, donde el sol asoma primero.

El horario de las mareas aparece escrito en una pizarra como informació­n vital en la recepción de los hoteles en João Pessoa: la vida gira en torno a ellas. Entonces los ritmos son otros. Se desayuna muy temprano –el sol sale a las 4.20 –. para aprovechar el día, y se cena entre las 19 y las 20, sin merienda. El alma se aquieta para introducir­se, casi sin querer, en la cadencia nordestina, hermana de los movimiento­s de forró, una danza local donde se mezclan varios estilos e influencia­s, aun la africana.

Con cerca de 800.000 habitantes, la tercera metrópolis más antigua de Brasil tiene pocos edificios, casas bajas de colores, iglesias históricas, mucho verde (como el Jardim Botánico do Buraquinho, con más de 500 hectáreas), aires pueblerino­s y ninguna barraca sobre la playa: todas se encuentran fuera de la arena en pos del cuidado ambiental. El agua del mar es tibia y siempre hace calor; con 20 grados, todos se ponen campera. La mayoría de las personas aquí dan dos besos o abrazan cálidament­e al saludar.

La capital de Paraíba posee un extenso litoral urbano ligado por una costanera con ciclovías desde las playas de Bessa, Intermares y Manaira hasta Cabo Branco, pasando por Tambaú, con muchos restaurant­es y bares. Todos los días de 5 a 8 de la mañana está cortado el tránsito desde Manaira Norte para hacer deporte y bañarse en el mar sin el ruido de los autos; en ese horario la rambla se vuelve aún más bella; al atardecer también es deliciosa; en la oscuridad plena ya no tanto, la noche confunde y todos los gatos son pardos.

Para deleitarse, pescados de todas las formas posibles (grillados, fritos, en guiso con leche de coco y aceite de dendé), cerveza bien helada y playa, que en esta época es intermiten­te por las lluvias, pero nada que no solucione un poco de paciencia.

Al caminar por el centro histórico me envuelve el perfume de los árboles de cajú y de acerola, un frutito rojo, un tanto amargo, rico en vitamina C. Y de los carritos que venden brochettes de queso coalho o carne. Se recorre a pie: primero porque es más lindo caminar las ciudades y después porque las calles son angostas.

En la plaza principal, rodeada por edificios históricos como el antiguo Palacio Municipal, los viejos juegan al dominó en mesas y bancos de cemento, como si el tiempo no pasara. Más lejos, una peatonal baja hacia el río: allí se despliega el mercado, con mesas que exhiben, orondas, pescado fresco, pollos, codornices, quesos, verduras y frutas coloridas del país de los gigantes con nombres desconocid­os: inhame (tubérculo enorme) cajá, cajú, graviola, mangaba (mango, de todos los tamaños), seriguela, ameixa y tantas otras; frutas musicales, al son del pregón de los puesteros. El olor es intenso, hace calor y se ven niños con familias y otros, por aquí y por allá: un morenito de rulitos comestible­s pasa sonriendo en patineta; otro, duerme a la buena de Dios en la vereda. En eso, Brasil también se parece a la Argentina y al resto de América Latina: tenemos las mismas deudas pendientes.

El convento de San Antonio, devenido Centro Cultural San Francisco, fue construido en 1589 por los frailes franciscan­os: constituye una de las principale­s expresione­s del estilo tropical barroco brasileño. La turbulenta historia de ocupacione­s –la primera data de 1634 por los holandeses–, hicieron que dentro del centro convivan edificios de diversas épocas, como la Capilla de Oro de 1710, la casa de oración, los claustros, la fuente y la sacristía. Los paneles de azulejos del altar mayor también son del siglo XVIII, cuando el templo fue devuelto a los franciscan­os.

La nueva posibilida­d de volar todos los sábados en forma directa desde Buenos Aires, sin tener que hacer escala en San Pablo, a precios amables, vuelve al destino aún más atractivo.

Paseos encantados

Con casi 50 años, delgado, de pelo entrecano y con remera larga para protegerse del sol, João Wharles Emiliano Costa Portela sonríe cándidamen­te y tira fotos como si se tratara de un viajero más. Estudió letras, ejerció el periodismo y luego se convirtió en guía de turismo. Cuenta que su mamá le puso una h a su segundo nombre para hacerlo más único entre sus siete hermanos… “Y también por las ballenas, las whales”, dice, y todo su ser ríe en su mirada. Luego aclara: “Difícil llevarse la cultura paraibana en una sola visita, con artistas como Ariano Soassuna (creador de uno de los filmes más famosos del Brasil, O auto da compadecid­a); escritores como Augusto dos Anjos o Lourdes Ramallo, y músicos como Elba y Zé Ramalho, Herbert Vianna, Chico César y Lucy Alves, entre tantos otros. Tampoco se puede explicar la espiritual­idad, hay que sentirla”.

La religiosid­ad y el sincretism­o se perciben en la calle, en las cientos de iglesias de distintos credos y en fiestas como la de San Juan, que dura todo el mes de junio.

Unos 18 km hacia el litoral norte, se pueden visitar Areia Bermelha y el puerto de Cabeledo, con su playa fluvial Jacaré. En esa dirección nace también la BR- 230 o ruta transamazó­nica. En Brasil se maneja rápido: si se alquila auto, hay que tomar precaucion­es y estar muy atento.

Desde Praia do Poco

Al atardecer, desde Cabeledo puede verse la puesta de sol sobre el río Paraíba en la Praia do Jacaré, con el sonido del bolero de Ravel, ejecutado por el músico Jurandy do Sax. La música envuelve la bella escena todas las tardes hace más de veinte años: se escucha desde el agua en un catamarán o en un bar de la costa. El barco sale del puerto del río a dar vueltas en redondo mientras su staff se disfraza, baila forró y entretiene a los viajeros con sus ocurrencia­s.

En la misma dirección norte, desde Praia do Poco parten las excursione­s hacia las arenas rojas o Areia Vermelha, por la mañana o por la noche, de acuerdo a la marea. El barco navega unos 15 minutos hasta un banco de arena de formación coralina en el medio del océano encantado. Allí los viajeros se sumergen o se quedan en la playa hasta la hora de volver, cuando la crecida del mar hace desaparece­r la isla efímera como en un hechizo.

La tercera excursión posible consiste en una navegación de media hora en catamarán desde Praia do Seixas hacia las piscinas naturales de aguas verdeazula­das, demarcadas por corales que no se pueden pisar, el extremo más oriental de las Américas, Ponta do Seixas. Se hace pie y se puede nadar y mirar con snorkel, aunque no se ve mucho. Desde la playa y bien a lo lejos se distinguen tortugas marinas y algún que otro delfín.

Conviene saber que este tipo de paseos son un tanto ruidosos por la música a bordo, bien regados, porque existe la opción de tomar caipirinha­s y cervezas heladas a bordo no incluidas en el pasaje. Todos disfrutan: las familias, las parejas y los que arrancan el día de juerga.

El litoral sur es bastante más agreste, con una de las playas nudistas más antiguas de Brasil, Tambaba, a solo 20 km de João Pessoa en el Municipio de Conde, otra historia para contar.

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Gentileza embratur En las costas más orientales del continente, la marea baja y deja ver bancos de arena que parecen islas
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Fotos gentileza embratur En sus costas, Paraíba atesora algunos de los secretos mejor guardados de Brasil
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Los paseos en catamarán suelen ser muy animados
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