Conde, el paraíso tan trillado y tan deseado
Hace once años, Patricia Barretto tenía en venta su quinta en Pilar. Sonó el teléfono y lo primero que le dijeron fue: “Te cambio tu casa por un pedazo del paraíso”. Y se animó a dar el salto al vacío: hoy administra junto con su marido una posada en Conde, a 20 km de João Pessoa. Y aunque la palabra paraíso resulte trillada, este rincón agreste de playas y acantilados se le parece bastante.
Se puede visitar el municipio desde João Pessoa y hacer el paseo en buggy por las playas onduladas o alojarse directamente en alguna de las 68 posadas. Muchas, sobre las siete playas a cual más espectacular, de caprichos a geografía, con ríos, acantilados y vastas soledad es, especialmente en esta época del año, sin tanto turista. pueden unirse caminando: en total, son 20 km. Gramame, Amor, Jacumá, Carapibus, Tabatinga, Coqueirinho y Tambaba se puede visitar una por día durante una semana, divididas por accidentes naturales como ríos subterráneos (maceiós) o picos de acantilados, bellísimas. Elegibles de acuerdo al deseo de soledad, desnudez, agua dulce, olas o mar tranquilo.
Como siempre en este sitio, de acuerdo a la marea cambia el escenario. En Gramame, por ejemplo, cuando el mar está bajo se forman piscinas e islas naturales, y en la Playa del Amor asoma una piedra especial con un hueco para atravesar junto con el amado o amada. Cuenta la leyenda que de hacerlo juntos, se cumplirá el deseo de permanecer unión eterna. Antes de la llegada de los portugueses, la piedra agujereada separaba dos tribus, los tabajaras y los potiguaras, caníbales estos últimos. Sus historias asoman en los bellos dibujos del antropólogo Nivalson Miranda en la Fortaleza de Santa Catarina, en el litoral norte, construida del 1586 al 1597 por portugueses, españoles y holandeses. Cada invasor hacía mejoras y dejaba sus marcas. Carapibus cuenta con la mayor cantidad de posadas y restaurantes del municipio. Como el restaurante Turek, donde es posible comer los pasteles de camarón y queso más ricos del mundo. Luciana Turek los hace con su masa etérea –e inconfesable, jamás dará su receta– con harina de tapioca. O las carnes grilladas de Marcos Turek, sin desdeñar la famosa carne de sol que, deshidratada (al sol con sal, como si fuera charque), y vuelta a hidratar con leche, viene acompañada con el omnipresente arroz, feijao (porotos), macaxeira (mandioca) y farofa (harina de mandioca tostada), espolvoreada con cilantro y manteca líquida, en una fiesta de texturas.
De desayuno, almuerzo o cena, conviene probar las tapiocas dulces o saladas, suerte de panqueques hechos con goma de mandioca (pasta blanquísima con sabor neutro que se compra para hacer, instantánea) con relleno dulce o salado.
En esta época hace calor y el mar no está tan verde como en el verano. Llueve un poco pero no hay tormentas eléctricas y si las hay, todo el mundo comienza a temblar porque “algo malo va a pasar en este pueblo”, como en el cuento de García Márquez. Pero la tempestad pasa.
En el centro de Jacumá, un portugués, Jorge, encontró su lugar en el mundo y sirve café y bacalao a gomes Sá en el Tropicalía. Tiziano amasa ravioles de camarón caserísimos, hechos a la vista en la Tratoría casa Rústica. Hay camaradería y se conocen todos.
Desde Tambaba, primera playa en declararse oficialmente nudista de todo el nordeste, se pueden hacer caminatas por senderos de una reserva ecológica que muere en el mar. Ana Luisa Mendonça ofrece delicias en el restaurante Canyon de Coquerinho. El aroma dulce perfuma el lugar: es el coco al horno con leche condensada, receta de su mamá. Además de comer y tomar baño, desde allí es posible caminar por un sendero entre formaciones arcillosas y rojizas en un paisaje desértico con manchones de verde que asemeja un cañón al interior de la tierra, de allí el nombre.