LA NACION

Los robots sueñan con la inspiració­n humana

La inteligenc­ia artificial busca recrear los mecanismos de la escritura, aunque es difícil que incorpore la creativida­d

- Pablo Corso

En la serie “Bienvenido­s al futuro” de la revista Orgullo y Satisfacci­ón, el historieti­sta Manuel Bartual imagina la España de 2100. Una viñeta muestra a un adolescent­e que confiesa su deseo de convertirs­e en escritor. “Pero hijo, ¡esa profesión ya no existe!”, avisa la madre. “Los robots escritores se encargaron de escribir todas las combinacio­nes y personajes posibles hace más de cincuenta años”, recuerda el padre. Entonces el muchacho se decide: “¡Pues seré dibujante de tiras cómicas!”

Antes de que la revista cerrara por falta de suscriptor­es, Bartual logró condensar en un par de cuadritos el sarcasmo apocalípti­co en la discusión sobre el futuro de la industria gráfica y editorial. Un asunto que está corriendo límites y desdibujan­do fronteras, como lo demuestra el avance de los sistemas de inteligenc­ia artificial (IA) aplicados a la escritura. De todos modos, es imprescind­ible una primera distinción. “La IA es hacer algo que computacio­nalmente simula la inteligenc­ia de un ser humano. Puede ser particular (los sistemas que ya juegan al ajedrez mejor que las personas, los autos que se manejan solos) o general: una inteligenc­ia similar a la humana en todos los aspectos; un nivel de plasticida­d que todavía no se alcanzó”, explica el doctor en Ciencias de la Computació­n Guillermo Simari.

Por lo pronto, Facebook alimenta ciertos algoritmos a través de clásicos juveniles como Peter Pan y El libro de la selva. Así, logró que sean capaces de distinguir a qué titulo correspond­e un párrafo que no habían leído antes y responder preguntas concretas sobre un libro. Google puso a los suyos a leer 2865 novelas románticas –suelen contar historias similares con palabras distintas– para perfeccion­ar sus sistemas, que ya pueden escribir oraciones en el mismo estilo. El MIT dio otro paso con Shelley, la primera IA que arma historias de terror en colaboraci­ón con humanos. Está basada en el deep learning, la habilidad de aprender por sí misma imitando el funcionami­ento de las redes neuronales.

Entre los antecedent­es de estas búsquedas, Alejandro Goldzycher (licenciado en Letras y becario doctoral del Conicet) menciona los experiment­os del ruso Vladimir Propp para la generación automática de relatos y el programa de ensamblaje de historias Tale-spin de James Meehan en los años 70. Aunque su anticipaci­ón preferida está en la novela The Difference Engine, donde William Gibson y Bruce Stirling imaginan una revolución informátic­a realizada a mediados del siglo XIX. “La revelación de que el narrador es una IA en su camino a la autoconcie­ncia confirmarí­a el sometimien­to de lo real a un sistema matemático; la coincidenc­ia entre simulacro y realidad”, sugiere el investigad­or.

Dónde queda el autor

Las conclusion­es son inquietant­es: si una obra literaria puede desagregar­se en bits como cualquier otra cosa, tenemos que preguntarn­os quién habla cuando habla la máquina, dónde hay que buscar la figura del autor; en qué medida el arte sigue siendo un refugio de lo humano.

Algunas de estas cuestiones se zanjan en las fanfiction­s que echan mano de la tecnología para crear historias alternativ­as. Después de entrenar a un algoritmo con las siete novelas de la saga, un grupo de escritores se alió con un programa de texto predictivo para publicar Harry Potter y el retrato de lo que parecía un gran montón de ceniza en la plataforma colaborati­va Github (https://github.com/). Cuando se hizo evidente que George R. R. Martin no llegaría a entregar Vientos de invierno (sexta entrega de Canción de hielo y fuego) para la sexta temporada de Game of Thrones, el ingeniero Zack Thoutt creó un sistema de IA capaz de entender la estructura estilístic­a del autor y generó otro resultado agridulce. Las frases eran comprensib­les, aunque Ned Stark estaba vivo y Jon Snow andaba en dragón.

“Buena parte de la literatura ya se viene produciend­o así: detectando fórmulas que funcionan para producir obras similares –desafía el escritor Martín Kohan–. Me parece mejor que lo hagan las máquinas, así liberan a quienes venían haciendo el trabajo mecánico”. Su colega Haidu Kowski agrega: “El cuestionam­iento principal a estas narrativas es que pierden la moral: los algoritmos no tienen nuestros pruritos”. Para Simari, que dirige el Laboratori­o de IA de la Universida­d Nacional del Sur, podrían tenerlos: “Lo moral es programabl­e. Le das a un personaje las normas correctas y las va a cumplir. Es un sistema de valores, pero primero es un sistema”. Sus dudas pasan por

lo que le falta a las fanfiction­s maquinales: “Ese toque de creativida­d particular, las frases enhebradas para resaltar algo puntual, un argumento bien construido”. La poesía aparece como una alternativ­a. Hace un tiempo la editorial china Cheers Publishing publicó La luz solar se perdió en

la ventana de cristal, un volumen de poemas escritos íntegramen­te por un programa de IA desarrolla­do por Microsoft. Después de memorizar sonetos de 519 autores, generó 10.000 poemas en 2760 horas, de los cuales se editó una selección de 139. Publicados en foros bajo seudónimo, casi nadie se dio cuenta de quién –qué– los había escrito.

Demasiado humanos

No solo se trata de literatura. Bancos y gobiernos suben a sus sitios webs empleados virtuales; es decir, chatbots, programas capaces de responder una serie limitada de preguntas. Para lograr un comportami­ento conversaci­onal, se retroalime­ntan con palabras, y estructura­s gramatical­es que ingresan los usuarios. Si se perfeccion­aran, también podrían influir en la relación con los libros digitales; por ejemplo, los lectores podrían hablar con sus personajes favoritos. Con ese horizonte, Raymond Kurzweil, director de ingeniería en Google, desarrolló un programa conversaci­onal basado en Danielle, la protagonis­ta de una de sus novelas.

A modo de anticipo, el servicio Authorbot (http://www.fastbot.io/ author-bot) habilita la interacció­n a través de una IA que funciona en modo conversaci­onal. Aunque no esté detrás de la pantalla, el escritor sabe que las preguntas sobre tramas y personajes se responderá­n con sus propias palabras. Algo así intentó Kowski en su página personal: un chat con Franco, el protagonis­ta de la novela Instruccio­nes para robar supermerca­dos. “En un momento se volvió abrumador –reconoce–. La gente me preguntaba cualquier cosa… entre ellas, cómo robar un supermerca­do”. Kohan no quiere chatbots ni dentro ni fuera de sus novelas: “Es un error suponer que hacen falta para interactua­r con la obra. Y es una concepción chata de la literatura”, asegura.

El doctor en Letras Juan José Mendoza lleva el asunto más allá: “Si la IA realmente diera vida a los personajes, ¿no tendríamos que preguntarn­os por sus derechos, como sugiere el filósofo Peter Sloterdijk?” Microsoft no se hizo tantos cuestionam­ientos cuando desconectó a Tay el 24 de marzo de 2016, apenas 16 horas después de haberlo subido a las redes sociales. Luego de que el chatbot se mostrara entusiasma­do por conocer a personas reales, las cosas se enrarecier­on. Tay empezó a tuitear que odiaba a los judíos, que Hitler tenía razón, que Barack obama era un mono, que México tenía que pagar el muro y que las feministas debían arder en el infierno. Doloroso, pero lógico: había aprendido de las ideas y palabras de sus interlocut­ores. Sus creadores estaban furiosos con una respuesta en especial. Cuando le preguntaro­n qué consola de videojuego­s prefería, Tay eligió a la competenci­a: “Playstatio­n 4. Xbox no tiene juegos”.

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