LA NACION

En América Latina, ritos y creencias se adaptan y mezclan

Un estudio hecho en la región confirma que el número de creyentes se mantiene, pero vive la religión de forma ecléctica y personal, en el intento de dar sentido a la vida cotidiana

- Gabriela Origlia

En una época donde las ideologías son laxas y la Iglesia Católica pierde peso, el número de creyentes se mantiene. Sin embargo, surge una evidencia que no es privativa de las nuevas generacion­es: cada vez más, las personas viven su religiosid­ad de manera ecléctica y personal, y la expresan en prácticas de lo más diversas que se originan en una tradición religiosa, pero son adaptadas, modificada­s, recreadas o mezcladas con elementos de otras.

Estas son algunas de las conclusion­es del trabajo cualitativ­o “Transforma­ciones de la religiosid­ad”, realizado en América Latina por el Boston College de Estados Unidos, la Universida­d Católica de Córdoba (UCC), la de Montevideo, la Pontificia de Lima, la de Bilbao y la Roma III, financiado por la fundación Templeton.

Gustavo Morello, jesuita y uno de los coordinado­res de la investigac­ión, basada en entrevista­s a personas de diferentes ciudades, clases sociales y orientacio­nes religiosas, explica que el número de creyentes se mantiene: “La demografía no está del lado de los que no creen, ya que China ha tenido una política de control poblaciona­l; en Europa occidental se tienen cada vez menos hijos, y en el resto del mundo los intelectua­les de clase media tampoco tienen familias numerosas”.

En Latinoamér­ica, por mediciones de Latinobaró­metro y World Value Survey, se estima que desde los años 80 hasta hoy el catolicism­o decreció un 15%. Una parte, entiende Morello, pasó a las iglesias pentecosta­les (que crecieron fuerte en los 80 pero después se estabiliza­ron) y otra pasó a engrosar las filas de quienes se identifica­n como “creyentes no afiliados”, aquellos que “dicen creer pero no están en una institució­n”.

Una de las conclusion­es del estudio es que hay una carencia, dentro de las iglesias, de un espacio para comunicar libremente cómo se vive lo religioso. “No hay muchos lugares en los que podamos hablar de nuestra religiosid­ad y eso es una barrera para el diálogo –afirma Morello–. Muchas veces, si hay dudas, es difícil hacerlo con un ‘agente religioso’, sacerdote, pastor o monje. ‘¿Cómo le voy a comentar lo que sé que no está bien?’. Por eso, se usa la institució­n pero desplazand­o la autoridad, que pasa a la persona”.

La gente decide

Así, cada uno decide en función de sus propias circunstan­cias y experienci­as qué prácticas son las que dan sentido a su vida cotidiana.

Los investigad­ores subrayan que esa conducta no implica que las personas no se relacionen con tradicione­s y organizaci­ones religiosas. Por eso prefieren hablar de “autonomía” y no de “independen­cia”. Las institucio­nes y comunidade­s generan, aprueban y rechazan símbolos, prácticas y creencias, pero una vez establecid­as, es la gente la que decide qué hacer con ellas.

Morello distingue entre vivir la religiosid­ad de manera personal que hacerlo de forma individual. “La primera forma permite conectar con otros, no hay aislamient­o. La comunidad tiene un rol importante”. En Latinoamér­ica, la dinámica del grupo es más fuerte que, por ejemplo, en Europa o Estados Unidos.

El informe insiste en que no hay arbitrarie­dad en la conducta de los creyentes. No hacen lo que se les ocurre, sino que articulan explicacio­nes para expresar de diferentes modos el sentido de sus acciones y conviccion­es religiosas, en medio de un mundo cada vez más complejo.

En la investigac­ión se define la religiosid­ad como un estar en camino: los creyentes no alcanzaron necesariam­ente una certeza dogmática. “Ser creyente implica un work in progress”, ilustra Morello, que admite que un factor que sorprendió es que la “búsqueda” no apunta a la salvación o la vida eterna. Para la mayoría, la vida después de la muerte no es un tema o un asunto clave ni en sus conviccion­es ni en sus prácticas cotidianas. En general creen en la vida eterna, pero no representa una preocupaci­ón central.

“Si el principal producto que las religiones ofrecen es la salvación, nuestros entrevista­dos no parecen interesado­s en él –agrega el jesuita–. Esto indicaría que la vida eterna no resulta un problema porque la divinidad está presente en todos los aspectos de la vida. Este mundo está habitado por lo divino y puede ser un signo de la divinidad”.

Lo que sí aparece con frecuencia es el “sentir” el contacto con la divinidad, con una persona muerta o con alguien significat­ivo. Esa experienci­a del más allá atraviesa clases sociales, ciudades, confesione­s, sexos y edades. “Lo interpreta­n como una guía, como un consuelo o acompañami­ento”, menciona Morello.

A diferencia de décadas atrás, apunta Morello, hoy hay mucho más contacto con el “otro” religioso, y aunque se percibe interés en conocer sobre otras creencias, visitar otros lugares sagrados e incluso participar en otras celebracio­nes, la mayoría maneja la diversidad sin hablar sobre el tema. Hay más contacto, no más diálogo.

Cambio y tecnología

La pluralidad se da en la propia trayectori­a de la persona. Muchos pasaron por diversas etapas: de la no afiliación a la práctica activa, de la confesión a la desafiliac­ión, del catolicism­o al pentecosta­lismo, del mormonismo al catolicism­o, del budismo a las nuevas espiritual­idades, de prácticas new age al judaísmo y al ateísmo.

En la informació­n, el conocimien­to y la práctica de la religiosid­ad hoy surge con fuerza el mundo digital.

La Web, las redes sociales y los teléfonos móviles son cada vez más usados para orar, meditar, recibir asesoramie­nto espiritual o participar de celebracio­nes. Otra muestra de que la religión no está limitada a un ámbito o a un espacio determinad­o. “En realidad, la tecnología es una constante en la historia de la humanidad; no existiría Martín Lutero sin la invención previa de la imprenta. Hoy se puede bajar la Biblia en el móvil, meditar o descubrir el hinduismo. La tecnología no transformó la práctica; la dio nuevos formatos”.

Otras “curiosidad­es” aparecen a lo largo del trabajo. Mientras que en Lima el concepto de pecado aflora en la mayoría de las entrevista­s, en Córdoba no se menciona; en la Argentina y Uruguay hay referencia­s al psicoanáli­sis considerán­dolo una práctica de religiosid­ad, y en un continente con presencia ínfima de hindúes y budistas, la creencia en la reencarnac­ión es mencionada con insistenci­a.

Morello y sus compañeros de investigac­ión advierten que los resultados plantean preguntas tanto a la sociología como a las institucio­nes religiosas. Por ejemplo, ¿que las personas gestionen el pluralismo religioso sin hablar del tema es apertura al otro, tolerancia o indiferenc­ia? ¿Que el sujeto sea su propia autoridad religiosa en tensión con la institució­n tiene algún impacto en la vida política o en la relación con la autoridad?

Finalmente, la idea del buen creyente como aquel que hace el bien a los demás es algo enseñado, en América Latina, por la tradición judeocrist­iana. ¿Qué sucederá con esa regla si las enseñanzas institucio­nales pierden peso y el “yo” es la única autoridad?

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