LA NACION

Kamenszain, del poema al relato evocativo

La poeta y ensayista debuta como narradora en un libro que enlaza la autobiogra­fía con el rescate de una época

- Daniel Gigena

Epitafio en forma de narración y exégesis mágica de un texto privado, el nuevo libro de Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947) tuvo su origen en un poema inédito que el narrador Héctor Libertella deslizó por debajo de la puerta de la casa de la poeta quince años atrás. En ese entonces, Libertella, que falleció en 2006, ya estaba separado de la autora de El libro de los divanes. En cinco versos, el nombre de Tamara adquiere nuevas formas: rama, Marta Marat, mata tara, ¡ara mar! y ama.

El libro de Tamar (Eterna Cadencia) no es solo el primer texto narrativo de la poeta de Tango Bar y la ensayista de La boca del testimonio, sino también (o sobre todo) la aproximaci­ón a una forma verbal que enlaza la autobiogra­fía con el retrato de época, la interpreta­ción de poemas y acontecimi­entos como materiales de archivo con la exhumación de un cuerpo de obra colectivo en el que aparecen fragmentos de los diarios de Ricardo Piglia, síntesis de relatos de Libertella, hipótesis críticas de Josefina Ludmer, memorias de María Moreno, versos de Héctor Viel Temperley, tangos de Cátulo Castillo y análisis de poemas de Kamenszain a cargo de la propia autora.

La escritora, que mereció varios premios por su obra poética y su trabajo ensayístic­o, se aparta en su ópera prima narrativa de los simbolismo­s y la retórica neobarroca (o “neobarrosa”, como la definió Néstor Perlongher) y empieza a practicar una escritura de la transparen­cia. “Lo de la claridad es un modo de decir –aclara Kamenszain−. No hay que tomárselo tan literal. A veces pienso, fantaseo, no sé si para mí pero quizá para los jóvenes, para los que vengan, que van a retornar las etapas crípticas o herméticas en la literatura porque siempre todo vuelve. El tema es que va a volver diferente y me encantaría ver cómo”.

La lectura de diversos textos como si fueran proféticos es una de las preocupaci­ones de El libro de Tamar: la literatura como oráculo. otra, la dirección que tomará la escritura literaria de Kamenszain en el futuro. “No sé cómo si podré retomar la poesía como poesía sola, como un libro de poemas. Porque este libro también me movió el piso en relación a cómo yo trabajaba los géneros. No es solo por el tema que me llevó a escribir esto. A lo mejor ya estaba antes mi problema o mi escozor con los géneros entendidos como formas rígidas. Ahora, a lo mejor, te escribo una novela”, aventura.

Uno de los efectos más patentes que provoca El libro de Tamar es el deseo de leer o releer la obra de Libertella, aún un escritor de culto en la Argentina. “ojalá. Yo creo que es una obra que está ahí: esperando su momento”, responde Kamenszain. En su libro, la poeta y el narrador se leen, enmiendan y editan uno a otro como en un taller literario amoroso donde se fragua la creación de una lengua en común, gestada durante los años de la vanguardia porteña de las décadas de 1960 y 1970. El Instituto Di Tella, el rock nacional, el bar Moderno, oscar Masotta y osvaldo Lamborghin­i, el grupo y la revista Tel Quel y el psicoanáli­sis lacaniano se presentan como emblemas de un programa literario que desdeñaba las referencia­s. No obstante, a medida que pasa el tiempo, comienzan a aparecer las fisuras. “Hacía rato que el hechizo lenguajero que nos había mantenido unidos se venía resquebraj­ando. Dos escritores que durante veinticinc­o años se habían amado bajo la invocación de la literatura (con todos los sentidos que esa palabra fue tomando a lo largo de dos décadas) empezaban a protagoniz­ar, casi sin darse cuenta, una crisis que los terminaría separando”, escribe desde el presente la hechicera que aún habita la escritura de Kamenszain.

A partir de agosto, comenzará a dar clases en la licenciatu­ra en Artes de la Escritura, la carrera que ella ayudó a crear en la Universida­d de las Artes hace dos años. Consultada sobre una antigua cuestión (¿se puede enseñar a escribir?), responde: “No sé si lo llamaría enseñar a escribir, porque no hay reglas para hacerlo (¡por suerte!). Prefiero decir que se trata de aprender a leerse. Reescribir, meterse en lo que uno ya escribió y bucear ahí adentro para enterarse de lo que se quiso decir es algo que sí se puede transmitir. En general, el que empieza a escribir huye de lo que escribe, no quiere reelerse, prefiere avanzar y avanzar juntando material. o romperlo si no le gusta. Sin embargo, el libro se hace caminando hacia atrás para enlazar en espiral lo que ya se escribió, y esto sí se puede enseñar. Es como enseñar un movimiento de danza, son pasos que se aprenden”.

En cierto modo, esa imagen de la coreografí­a textual describe el procedimie­nto central de El libro de Tamar. Un baile amoroso, una danza de despedida y de reencuentr­o entre dos escrituras, la de Kamenszain y la de Libertella, unidas, separadas y vueltas a unir en un mismo libro.

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DIEGO SPIVACOW / AFV

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