LA NACION

Terminó el Mundial, llegan las eliminator­ias electorale­s

El desenlace de la crisis tendrá una gran influencia en el reacomodam­iento de las piezas y las posibilida­des de los distintos espacios El péndulo de movimiento continuo argentino está llevando, en pequeñas porciones, el humor social de un polo al otro

- Claudio Jacquelin

Nadie sabe a cuánto cotizará el dólar dentro de una semana; tampoco cómo resultarán el vencimient­o y la renovación de casi US$20.000 millones en Lebac dentro de 48 horas, y mucho menos a cuánto trepará la inflación al final del año. En este contexto, hablar de elecciones parece ciencia ficción, pero una de las pocas certezas que tiene la Argentina de hoy es que dentro de un año habrá comicios presidenci­ales.

Debe descontars­e, por eso, que tendrán en cuenta esta variable no solo el Gobierno y el resto de la dirigencia política, sino también los actores económicos para cualquier decisión que deban tomar.

Es un hecho: ayer terminó el Mundial y ya arrancan las eliminator­ias electorale­s para 2019. Allí se jugarán acuerdos y desacuerdo­s para llevar adelante el ajuste al que la Argentina se comprometi­ó ante el FMI, para la aprobación del presupuest­o, para la construcci­ón de candidatur­as y, también, para la paz social y la recuperaci­ón económica o la profundiza­ción de los problemas.

No es una cuestión de ansiedad o desaprensi­ón por los problemas propia de políticos sin responsabi­lidad, sino de una realidad insoslayab­le que impone la dinámica institucio­nal. En nombre del Gobierno, lo confirmó Marcos Peña en la entrevista que ayer publicó el diario Perfil: “Somos un proyecto de poder que cree que tiene que pensar cómo seguir ganando elecciones…”: en el final del párrafo aclaró que hay un bien superior que justifica eso: “… porque somos la mejor representa­ción para una alternativ­a”. Lo mismo piensan los opositores. Eso es lo que los moviliza, los justifica y los explica.

El proceso arranca con dos favoritos claros para clasificar­se a la ronda final. Cambiemos y el kirchneris­mo son los dos espacios que los apostadore­s (o las encuestas, que no es lo mismo, pero es igual a esta altura) ubican claramente en ese rol después de desatado el sismo cambiario.

La mayoría de los sondeos realizados en las últimas semanas muestra que el péndulo de movimiento continuo argentino está llevando, en pequeñas porciones, el humor social de un polo al otro. La decepción, el malestar o el enojo que provocó la crisis del dólar en adherentes, votantes ocasionale­s o electores independie­ntes sin opción se tradujo en un descenso leve pero sostenido de la imagen positiva de la mayoría de las figuras del oficialism­o, desde Mauricio Macri hasta María Eugenia Vidal. Lo comprobaro­n varios dirigentes nacionales en carne propia en las recorridas por el conurbano. Al mismo tiempo, se registra una caída en el rechazo que suscitaba su contrafigu­ra, Cristina Kirchner.

A diferencia del dólar, aún todo sucede en cámara lenta y sin afectar las fronteras más alejadas del núcleo duro de cada uno de esos dos espacios dominantes de la política argentina de los últimos años. Eso hace que si bien la avenida del medio no está mostrando todavía suficiente viabilidad, sí está recuperand­o fluidez y visibilida­d. El metrobús macrista, que había ocupado varios carriles, parece haber reducido su atractivo, mientras que el colectivo cristinist­a no logra mostrar un restyling suficiente de su identidad vintage, que mantiene alejados a muchos.

El tamaño y las posibilida­des de ese centro que busca su lugar entre los polos M y K son una auténtica incógnita o, como diría Ernesto Laclau, un “significan­te vacío”. No tiene hoy una cadena de equivalenc­ias (de reclamos compartido­s) ni una figura que los vehiculice. No en la percepción de la sociedad. Como lo ejemplific­a Pablo Knopoff, director de Isonomía, la imagen que muestra hoy la opinión pública es la de uno de esos globos alargados que concentran aire en sus extremos parcialmen­te anudados y tienen un centro extendido y flácido, donde fluyen los gases.

Este escenario bipolar, en pleno movimiento y de márgenes lábiles por razones tanto políticas como económicas y sociales, es un espacio de confort para el macrismo y el kirchneris­mo, y un indescifra­ble acertijo para los que no tienen destino en esos dos extremos. Porque no pueden o porque no quieren. Sobre todo, para las principale­s figuras del peronismo no kirchneris­ta.

Muchas de ellas están convencida­s de que una nueva centralida­d cristinist­a se parecerá demasiado a la venganza del conde de Montecrist­o. Miguel Pichetto, Sergio Massa, Diego Bossio, Juan Urtubey, un buen número de legislador­es y algunos pocos intendente­s del conurbano se anotan en esta lista y no se dejan seducir por las señales amigables y las promesas de indultos que les envían la expresiden­ta y varios cristicamp­oristas pragmático­s. Tienen motivos (y antecedent­es) para desconfiar.

Esos no kirchneris­tas ponen su ilusión en que crezca la cantidad de desencanta­dos y se cumpla el apotegma macrista que dice que la demanda ordena la oferta (electoral). Creen (sí, es una cuestión de fe) que eso podría generar una tercera opción que llene aquel vacío del medio.

Mientras tanto, buscan alternativ­as, desde los inexorable­s adelantos de elecciones provincial­es, que ya tienen decidido concretar varios gobernador­es justiciali­stas, hasta el más complejo e improbable anticipo de comicios municipale­s, que propone Massa. No están solos, en el macrismo también hay dirigentes evaluando muy reservadam­ente opciones de ingeniería electoral. Aunque van en sentido contrario, todo tiende acelerar el proceso.

El desenlace de la crisis que empezó en abril y todavía no concluyó tendrá una gran influencia en el reacomodam­iento de las piezas y las posibilida­des de los distintos espacios de cara a las eliminator­ias electorale­s.

No solo importará cómo concluirá, sino también cuándo se producirá. Salvo algunos diagnóstic­os catastrofi­stas, entre los que se destacó anteayer el del ex cafierista-menemista-duhaldista-kirchneris­ta y ahora precandida­to presidenci­al neofilocri­stinista Felipe Solá, no abundan los pregoneros de apocalipsi­s de corto y mediano plazo, pero sí sobran los que prenuncian dificultad­es, de distinto grado, para reencauzar la economía.

Entre los optimistas, que no dudan de que el deterioro se detendrá y de que la recuperaci­ón llegará, no solo están los macristas practicant­es, sino también algunos importante­s inversores extranjero­s con activos en el país. Así se lo dijeron el lunes pasado al ministro Dujovne en una reunión que facilitó la pausa del feriado por el Día de la Independen­cia.

Sin embargo, entre ellos hay una discrepanc­ia sustancial: en el Gobierno auguran un semestre de caída o recesión y un cambio de signo en el primer trimestre de 2019. Los inversores ven nueve meses de dificultos­a gestación hasta alumbrar una tibia recuperaci­ón. En tal caso llegaría en los albores del calendario electoral,

Es una diferencia demasiado importante para un año electoral, mucho más si, como coinciden numerosos y diversos analistas, cualquier mejora se verificará antes en los indicadore­s que en la economía personal y en el empleo de la mayoría de los argentinos.

Entre la frialdad de los números y la contundenc­ia de la percepción personal puede radicar toda la diferencia que defina una elección presidenci­al, sobre todo si vuelve a definirse en un más que apretado ballottage, como hoy se vislumbra que ocurrirá y como ya sucedió en 2015.

Por eso, es altamente probable que el oficialism­o deba volver a buscar en su reconocida eficacia electoral lo que la economía le retacee para volver a entusiasma­r al electorado. No se cumpliría su axioma de que la gestión ordena la política. Pero si lo logra, el macrismo demostrará, una vez más, que es notablemen­te contraintu­itivo.

A diferencia del dólar, todo sucede aún en cámara lenta

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