LA NACION

Campeón de contragolp­e, VAR y pelota parada

Ezequiel Fernández Moores

- E. Fernández Moores

MOSCÚ.– Francia –como decía Winston Churchill de Rusia– “es una adivinanza envuelta en un misterio, dentro de un enigma”. Regala pelota y terreno. Renuncia a jugar. Por momentos, como le sucedió en buena parte del primer tiempo ante Croacia, no acierta siquiera tres pases seguidos. Pero utiliza la mejor de las herramient­as que tiene el fútbol: el engaño. Juega retrasada. Pero, en realidad, ocupa su centro del ring. Así fue en sus iniciales triunfos ajustados contra Australia y Perú. A partir del 4-3 contra Argentina avisó que liquidaba a quien le dejara espacios y que estaba para campeón. Y fue campeón de contragolp­e, VAR y pelota parada. Impulsada, claro, por artistas como Antoine Griezmann, Kylian Mbappé y Paul Pogba, rocas como Raphael Varanne y Samuel Umtiti y obreros como Ngolo Kanté. Pero los artistas también fueron obreros. Y la adivinanza envuelta en misterio dentro del enigma gritó campeón.

Paradójico que ese fútbol finalmente más obrero que artista de Francia se haya coronado en Rusia. La San Petersburg­o de los zares admiraba hace más de tres siglos el arte de Francia. Para obreros estaba la población local. Tanta admiración, peor aún, tenía además poca correspond­encia. Cuentan historiado­res que fue la Ilustració­n francesa la que inició la llamada “rusofobia”. Que la palabra “civilizaci­ón” se popularizó en Francia como oposición a la barbarie rusa. Eran tiempos ya de desmoronam­iento del imperio francés, en cuyas colonias solo se considerab­a “población” a los nacidos en Francia o hijos de padres franceses. Las mismas colonias de la Francia profunda que, siglos después, alimentaro­n a la selección ahora bicampeona mundial. Jules Rimet, francés, inventó el juguete de los Mundiales. Y Didier Deschamps invadió Rusia pero en pleno verano, no en el invierno crudo, como equivocó Napoleón. Su general en el campo fue Griezmann.

Hasta Hugo Lloris, formidable en los partidos previos, se sumó también él a ese engaño que fue Francia y quiso amagar dentro del área. Su error, grosero, fue la única ilusión de que todavía había partido. Pero Croacia, puro corazón, sin fuerzas luego de tres partidos previos con tiempo extra, no tenía más piernas. Imposible un 4-3 y una ilusión de 4-4, como amagó el partido de octavos ante Argentina, ese único y engañoso minuto del Mundial en el que Francia zozobró en plena decisión. No lo había hecho nunca antes y no volvió a hacerlo tampoco después. Por eso es justo campeón. Aunque Deschamps elija un centrodela­ntero obrero –y sin goles– como Olivier Giroud y se haya dado el lujo de renunciar a Karim Benzema, por aquello de privilegia­r soldados de hierro antes que eventuales infieles. A Francia y a Deschamps también los criticaron en su país inclusive hasta antes del partido con Argentina. “Seis años y nadie sabe a qué jugamos”, decía uno de sus críticos principale­s. Francia no gustaba, claro. Pero sabía a qué jugaba. Siempre lo supo.

Croacia nos hizo creer que en el fútbol aún hay espacio para lo imprevisto. Que los hijos de la guerra y el amor a la patria podían ganarle a los hijos de la Academia de Clairefont­aine. La ilusión de creer que, aún en medio de improvisac­iones y caos interno, también el corazón todavía puede ganar en este fútbol moderno. Pero Francia puso fin a la ilusión. Con Pogba luchando como un león a dos metros de su arquero y felicitado por sus compañeros, imagen símbolo de los últimos minutos del talento hecho obrero. Y del futuro por delante, porque Francia fue la segunda selección más joven de Rusia. El fútbol, VAR incluído, permite cada vez menos sorpresas. La única de la final la sufrió Vladimir Putin cuando Pussy Riot invadió el campo del Luzhniki. Luego llegó la tormenta. Y el primer paraguas fue para Putin. Francia, empapada, ya celebraba su fiesta. No hubo anoche rusofobia en la fiesta que estalló en París.

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AP llamativo festejo de Macron, junto a Grabar-Kitarovic, infantino y Putin
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