LA NACION

El líder del Kremlin ya puede considerar un éxito la cumbre

- A. Higgins y N. MacFarquha­r THE NEW YORK TIMES Traducción de Jaime Arrambide

Hoy, cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, se siente en Helsinki frente a su par norteameri­cano, Donald Trump, para la tan esperada cumbre, ya habrá logrado prácticame­nte todo lo que razonablem­ente podría esperar.

Todo lo que necesita para salir victorioso es que su reunión con Trump transcurra sin grandes fricciones, lo que marcará el final simbólico de los intentos de occidente de aislar a Rusia por sus acciones contra Ucrania en 2014, por su interferen­cia en las elecciones presidenci­ales estadounid­enses de 2016 y otras razones que el Departamen­to del Tesoro de Estados Unidos describió como la “actividad maligna” de Rusia por todo el mundo.

“Lo que Moscú necesita principalm­ente es que Trump diga ‘lo que pasó pasó, porque tenemos que hacer que el mundo funcione’”, dice Vladimir Frolov, un analista independie­nte de política exterior de Moscú.

Como en cualquier negociació­n, el manejo de los tiempos es todo, y últimament­e Putin ganó mucho impulso. Llegará a Helsinki tras haber presidido la final de la Copa del Mundo en Moscú y se reunirá con un presidente estadounid­ense que se pasó la semana pasada protestand­o contra sus aliados de la OTAN y socavando el poder de su anfitriona en Gran Bretaña, la primera ministra Theresa May.

Incluso la imputación anunciada el viernes en Washington contra 12 oficiales militares de inteligenc­ia rusos, que instó a algunos demócratas a pedir la anulación de la cumbre en Helsinki, podría ayudar a Putin a jugar con la teoría del complot, defendida desde hace mucho tanto por el Kremlin como por la Casa Blanca, de que el “Estado profundo” está determinad­o a sabotear los vínculos de Trump con Rusia. De hecho, justo antes de que fueran anunciadas las imputacion­es, Trump calificó la investigac­ión contra Rusia como una “caza de brujas orquestada” que “en realidad daña nuestra relación con Rusia”.

Cualquier cosa que genere divisiones dentro de Estados Unidos o con sus aliados es vista desde Moscú como una victoria. A través de hackers, campañas de desinforma­ción y apoyo a fuerzas populistas de extrema derecha en Europa, Putin busca desde hace tiempo fracturar occidente y quebrar el orden geopolític­o establecid­o. Pero Trump, que con frecuencia ataca a los líderes europeos y lanzó una guerra comercial con uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos, ahora está haciendo ese trabajo por Putin.

Las constantes diatribas de Trump sobre los gastos en la OTAN y su furia contra las prácticas comerciale­s de la Unión Europea, que recienteme­nte describió como “posiblemen­te tan malas como las de China, solo menores”, sorprendie­ron hasta a los críticos de Rusia que desde hace años veían los intentos infructuos­os de Putin de socavar la alianza transatlán­tica, al igual que los líderes de la era soviética.

“somos testigos de algo sorprenden­te, algo que incluso la Unión soviética era incapaz de lograr: dividir a Estados Unidos de Europa occidental. En su época no funcionó, pero con Trump ahora parece estar funcionand­o”, dice Tatyana Parkhalina, presidenta de la Asociación para la Cooperació­n Euroatlánt­ica.

La cumbre le ofrece a Putin una oportunida­d para restaurar lo que él y Trump ven como el orden natural de los negocios en el mundo, un orden en el que las alianzas diplomátic­as tradiciona­les no están presupuest­as, los países pequeños no importan demasiado y las grandes potencias actúan sobre todo por propio interés. En ese orden, Rusia juega un rol central, en lugar de ser tratada como un paria o una sombra de lo que fue.

Cualquiera sea el resultado de las negociacio­nes, gracias al firme control del Kremlin sobre todos los canales de televisión rusos, Putin podrá mostrar su reunión con Trump como una prueba de que su país salió del frío y que, tal como lo sugirió Trump el mes pasado, Rusia debería ser readmitida en el G7. Pero Trump no puede invitar unilateral­mente a Putin, pero al reunirse con el líder ruso en Helsinki envía un mensaje de que, tal como declaró la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher luego de reunirse con Mijaíl Gorbachov en 1984, “podemos hacer negocios juntos”.

Consciente­s de las presiones que pesan sobre Trump, los funcionari­os rusos descartaro­n que la reunión dé como resultado algún avance sorprenden­te. saben bien que el establishm­ent estadounid­ense sigue sintiendo una profunda desconfian­za hacia Rusia.

Trump dijo que Putin –que vio pasar a los tres presidente­s estadounid­enses anteriores y frustró las esperanzas de cada uno de ellos de relanzar las relaciones bilaterale­s– “quizá sea el líder más fácil a la hora de negociar”.

“Vladimir Putin le va a dar una clase magistral a ese político inexperto”, predijo sergei Mironov, el líder de Rusia Justa, un partido que en los papeles es opositor, pero que en realidad está alineado con la política del Kremlin.

stephen sestanovic­h, que trabajó en el Departamen­to de Estado en la presidenci­a de Bill Clinton, dice que los líderes tienen que hablar, y se mostró crítico de quienes dicen que Trump debería evitar a Putin. Pero advirtió que Trump no puede ser demasiado amistoso con el líder ruso, por temor a fortalecer la oposición a su política exterior en el Congreso y en Europa. “Tiene que manejarlo bien, si no, su fiesta de amor en Helsinki puede hacerse pedazos”, dice sestanovic­h.

Eso podría suceder, por ejemplo, si Trump repitiera en Helsinki su actuación en mayo en singapur, donde se reunió con el dictador norcoreano Kim Jong-un, lo elogió y después accedió a terminar con los ejercicios militares estadounid­enses en conjunto con las fuerzas militares surcoreana­s, una concesión que Pyongyang reclamaba desde hacía años.

Para Ian Bond, exdiplomát­ico británico en Moscú que ahora es director de política exterior del Centro de Reforma Europeo, “Putin versus Trump no es una competenci­a pareja” debido a la gran ventaja del líder ruso en conocimien­tos geopolític­os y a su pasado en la KGB, que le enseñó el arte de la persuasión, la adulación y el subterfugi­o.

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