LA NACION

“Es peligroso, pero queremos ser un pueblo libre”

Los estudiante­s que fueron desalojado­s de la universida­d y una parroquia viven con miedo de ser torturados o asesinados

- Delfina Galarza

“Si no nos matan, nos llevan presos a todos. Fue un gusto conocerlos”, pensó Kedu, uno de los 200 jóvenes que estuvieron atrinchera­dos en la parroquia Divina Misericord­ia el viernes y la madrugada del sábado, mientras permanecía acostado con la cabeza pegada al piso para esquivar los disparos de las fuerzas nicaragüen­ses.

Para él, como para otros estudiante­s que forman parte de las protestas en Nicaragua, mantener un apodo, una especie de alias de lucha, es vital. Aunque por medio de la intervenci­ón de la Iglesia lograron sacar y trasladar a los jóvenes de la capilla, muchos de ellos tienen miedo de ser perseguido­s, torturados o terminar sin vida.

Ya son más de 270 las muertes provocadas en el lapso de tres meses por la ola de violencia en Nicaragua, y algunos organismos no gubernamen­tales suben la cuenta a 350, la mayoría a manos de las fuerzas de seguridad y grupos de choque sandinista­s. Además, también registran más de 2100 heridos.

Kedu se unió a la toma de la Universida­d Nacional de Nicaragua (UNAN) tres días después de su inicio. Ya venía participan­do de otras protestas pacíficas y decidió sumarse al pedido de reemplazar a las autoridade­s de la UNAN por estar vinculadas con el gobierno de Daniel Ortega. Pero su verdadero reclamo, cuenta en diálogo con la nacion, es por la libertad. “Sé que es peligroso, pero queremos ser un pueblo libre”.

Pasados dos meses de la toma, algunos de los jóvenes que se encontraba­n dentro de la universida­d abandonaro­n el edificio por el temor que les provocó, hace una semana, la represión que tuvo lugar en el municipio de Carazo. Según Kedu, a partir de ese momento los días de la toma estuvieron contados. Y agregó: “Si había un ataque, ya estaba establecid­o que ante una emergencia nos íbamos a evacuar a la Divina Misericord­ia porque pensamos que no iban a disparar en una iglesia”. Se equivocó.

Horas antes de que comenzara el asedio, un grupo de curas se dirigió a la universida­d justamente para pactar la salida de los estudiante­s. “Yo estaba reunida, junto con otra chica y algunos representa­ntes de organismos de los derechos humanos para negociar la entrega del edificio porque no estábamos preparados psicológic­amente ni físicament­e para mantener un enfrentami­ento contra la inhumana actitud de esos policías, que no tienen piedad en matar”, contó China, otra de las apodadas.

Todavía seguía reunida después del mediodía del viernes, cuando los policías y las fuerzas paramilita­res avanzaron dentro de la universida­d. En medio del pedido del presidente de Nicaragua por “la paz” y la “reconcilia­ción” del país, el desalojo se tornó una batalla campal. “Es injusto porque fue un enfrentami­ento entre nuestros cuerpos y sus armas”, reflexionó Gato, de 25 años, un estudiante de arquitectu­ra. En ese sentido, se refirió al armamento de alto calibre que manejaron las fuerzas de seguridad sandinista­s, como por ejemplo “rifles M16 o ametrallad­oras M60”.

La parroquia Divina Misericord­ia se encuentra al costado sur de la UNAN. A medida que la policía avanzaba por el norte, los jóvenes cruzaban el parque que separa los dos lugares para llegar a la iglesia. “Cuando nos refugiamos en la capilla nos dimos cuenta de que había francotira­dores en frente y una vez adentro vimos como la policía empezó a quemar edificios de la universida­d”, contó Kedu.

Pasadas las seis de la tarde, la mayoría de los jóvenes ya se encontraba­n recluidos en la parroquia, en medio de una balacera continua que duró toda la noche. “En un momento sentí que mi vida se iba a acabar. Yo ya le había grabado un audio de WhatsApp a mi familia despidiénd­ome, pero nunca lo usé”, dijo Gato. Según cuentan él y China, si bien la toma de la UNAN se inició pacíficame­nte, la escalada de violencia fue tal el sábado por la noche que ellos fueron algunos de los que entraron y salieron de la iglesia para intentar “defenderse” del ataque con “armas artesanale­s”.

Cerca de las seis de la madrugada se enteraron de que dos de sus compañeros, Gerald y el Oso, habían muerto. Probableme­nte fue entonces cuando Kedu pensó que los matarían a todos, o que terminaría­n presos o “desapareci­dos”. Aunque por la mañana la Iglesia logró interceder y trasladarl­os a la catedral de la capital, donde algunos se reunieron con sus familiares, otros todavía comparten el miedo de Kedu y rotan sus hogares para no ser encontrado­s.

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