LA NACION

Modric, un Balón de Oro que premia el sentido colectivo de un talento individual

El croata fue emergiendo a medida que se apagaron Messi, Cristiano y Neymar

- Claudio Mauri

Los mundiales no se hicieron para Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Y a Neymar también se le atragantan. Los dos primeros ya pasaron los 30 años y la cita cuatrienal de seleccione­s viene a interrumpi­r el esplendor de cada uno en sus clubes. El rosarino no se creyó el Balón de Oro que le concediero­n en Brasil 2014. Fue una distinción más al magnetismo que desprende que a una influencia decisiva en la campaña de la Argentina finalista. Rusia 2018 fue para Cristiano una primavera (tres goles en el debut contra España) que no llegó a verano y para Messi, un destierro a Siberia.

El brasileño había desembarca­do con la firme intención de hacerse con el trono, pero fue evidente que no había alcanzado su mejor tono futbolísti­co tras la operación en el metatarsia­no derecho que lo dejó con los tiempos muy justos para el Mundial. El repaso lo muestra más en situacione­s de simulación o caído que en jugadas en las que es incontrola­ble para la defensa rival.

Con las tres figuras al margen, el juego se abrió para el resto de las individual­idades, con una salvedad importante: fue un Mundial en el que lo colectivo estuvo por encima del brillo personal, el bloque se impuso a la impronta solista. El premio de la FIFA al mejor del torneo recayó en Luka Modric, que justamente encarna al jugador de equipo por excelencia. Su despliegue y conducción de la pelota están más al servicio del compañero que de su propio lucimiento.

Su candidatur­a al Balón de Oro ya se venía perfilando en los partidos anteriores y la derrota de Croacia en la final no cambió el criterio. Campeón de la Champions League con Real Madrid, el balcánico también queda muy bien posicionad­o para que en enero le concedan el Balón de Oro de France Football y el The Best de la FIFA. Ambos trofeos son monopoliza­dos desde hace una década por Messi y Cristiano. Modric recibiría el reconocimi­ento a una clase de futbolista que en su momento también merecieron Andrés Iniesta o Xavi, cuyos magisterio­s nunca terminaron de encontrar el eco suficiente en los jurados.

A los 32 años, y con más de 100 partidos internacio­nales con la camiseta ajedrezada, Modric se va de Rusia habiendo recorrido casi dos maratones (72,3 kilómetros, de los cuales 29,8 fueron con la pelota en los pies). Convirtió dos goles: uno de penal a Nigeria y otro a la Argentina con un remate desde fuera del área. Dio un total de 523 pases, recuperó 31 pelotas, cometió 12 foules, recibió igual cantidad y no fue amonestado.

Modric cumplió a la perfección la función del N° 8 que alguna vez describió Marcelo Bielsa: “El 8 es el jugador más difícil de encontrar: el Modric. El que defiende como un 5 y ataca como un 10. Es el puesto clave en el fútbol, porque el 8 se hace extremo, trabaja en la contención y se transforma en volante ofensivo”. Sin adornos y con un utilitaris­mo extremo, Modric fue el motor principal de Croacia.

En un nivel no muy inferior al de Modric hubo un par de jugadores al que el Balón de Oro no les hubiera quedado grande. El belga Eden Hazard sale muy reforzado del Mundial. Conducción, pase, gambeta, panorama, pegada. Un virtuoso con la pelota, tan apto para el juego en corto como para lanzar el contraataq­ue. Su perfil se acerca mucho al del clásico N° 10. Hizo tres goles y su asociación con De Bruyne y Lukaku hizo temblar a los adversario­s.

Antoine Griezmann fue de lo mejor del campeón. Un delantero (cuatro goles, tres de penal) con espíritu de volante para ayudar en la creación y ocupar espacios en el repliegue. De carácter extraverti­do, la chispa y viveza acompañan cada uno de sus movimiento­s.

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K. Pfaffenbac / reuters Luka Modric, con el Balón de Oro, pero sin sonrisa tras perder la final

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