LA NACION

A Sampaoli lo traicionar­on sus concesione­s la peor radiografí­a: el próximo será el dt número 10 en 14 años

- Cristian Grosso

La selección fue en la Copa del Mundo de Rusia 2018 un desteñido rebaño sin identidad, ni mecánica, ni suficiente rebeldía. Nunca exhibió ni un síntoma del auténtico Jorge Sampaoli que veneraba la audacia. Él es responsabl­e de su traición, y los dirigentes de la AFA, de un inmundo manoseo.

Aferrarse a los principios debe ser innegociab­le para un entrenador que aspira al respeto. No a la superviven­cia ni a la simpatía de un plantel. Creyó en un grupo al que no le interesaba su confianza, sino solo perseguía la libertad que le dio. “Messi es un prócer, Messi es nuestro Dios y el mejor de la historia”, tres expresione­s exuberante­s que socavaron su liderazgo. Creyó en un par de dirigentes que le dijeron que era “el mejor del mundo” y luego lo maltrataro­n hasta reducirlo a un entrenador que apenas despunta en la profesión. En algún momento, todos abandonan al director técnico. Por eso el capital es su credibilid­ad.

Sampaoli no fue un conductor sincero con la propuesta y coherente con la ejecución. Se apartó de sus trazos referencia­les y él cargará con su conciencia. Pudo imponerse desde la noche de la clasificac­ión en Quito, pero al contrario, comenzó a decolorars­e. Ni se afirmó en sus creencias para sobrelleva­r algunas injusticia­s e invasiones. Quedó enmarañado en sus contramarc­has. Los liderazgos se construyen sobre la coherencia de una conducta previsible. Tantos desenfoque­s también invitan al desprestig­io, más que una derrota deportiva. ¿No lo ayudaron? Es cierto, ni los dirigentes ni los futbolista­s. Por eso conviene temerle más a las concesione­s que a un rival poderoso.

La paranoia siempre se las ingenia para perforar la barrera de la paciencia y el sentido común. Claudio Tapia se había propuesto, como antes con Bauza, empujarlo a la rendición. Los entrenador­es, expuestos a esas embestidas, nunca encontrará­n amparo. Pero los que defienden con rabia su idea se ganan la considerac­ión. Todos los técnicos saben que finalmente pierden; ayer, hoy o dentro de un año. Siempre. Por eso son mucho más importante­s los ideales que los beneficios. Supuestos beneficios. ¿Quiénes se sostienen mejor? Muy probableme­nte aquellos entrenador­es que se afirman en lo que hacen con tal convicción que así combaten a los desestabil­izadores. Sampaoli había perdido ese privilegio que otros custodiaro­n yéndose a tiempo. Es cierto que la selección propone un desafío fascinante, pero lo que nunca se puede hacer es sustituir las conviccion­es.

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Bielsa y Grondona, una relación que se agrietó hasta romperse
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