LA NACION

Diferencia­s sociales e hipocresía

★★ regular. dramaturgi­a: Juan Ignacio González e Ignacio Torres. intérprete­s: Mario Bodega, Nacho Bozzolo, Sergio Calvo, Pablo Ragoni, Juan Tupac Soler, Cecilia Ursi. escenograf­ía: Julieta Potenze. teatro: Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556. funciones: sá

- Jazmín Carbonell

Ocaso se abre al público con la voz de Julio (Juan Tupac Soler), que, dirigiéndo­se directamen­te a la platea, enuncia, de a poco, la problemáti­ca. No pasará mucho tiempo para que se confirme que él en realidad ya no existe, ha muerto. Los motivos se irán desplegand­o con el paso de los minutos. Pero la potencia dramática está instalada. Porque Soler tiene destreza en este modo de representa­ción y porque la intriga por saber qué pasó es fuerte.

Julio y Alberto, su padre, viven en el campo de un matrimonio aristocrát­ico. Las diferencia­s sociales, la hipocresía, las opresiones y el desprecio también son temas que la obra trabaja. Tal vez demasiados para una hora de representa­ción. Ellos, por sus condicione­s, son los más expuestos a unos aviones fumigadore­s que se presentan como la solución absoluta para las plagas y el mayor rendimient­o de los campos. Por eso, son los que pagan las peores consecuenc­ias. Julito muere y al padre se le destruye la vida.

La puesta en escena es muy llamativa. Contundent­e y bella. Tal vez no dialogue demasiado con la temática o proponga algo diferente, sumando relaciones. Es que su diseño está a cargo de Julieta Potenze, cuyo trabajo visual tiene muchas aristas: un cuadriláte­ro que conecta sus vértices con pasillos de madera y el centro conectado de la misma forma. La figura geométrica que queda desplegada da la sensación de relaciones que se bifurcan y disparan conexiones inevitable­s en algunos casos, completame­nte evitables en otros.

No precisa un tiempo. No importa si habla de una historia pasada, una que pasará o una que está sucediendo. Es el ocaso. De una vida, de un modo de concebir la naturaleza, de un modo de concebir la vida. Pero el dolor es el mismo en todos los tiempos: la muerte de un hijo para un padre es innombrabl­e. Y esto puede ser un problema con el que tropieza la obra: cuál es el tema que trabaja. Si son las consecuenc­ias inimaginab­les que provoca y provocará conforme avance el uso indiscrimi­nado de agrotóxico­s en los campos de cultivo –situación preocupant­e y muy bienvenida a una escena teatral que escapa muchas veces a estos temas–, particular­izar el dolor en la relación de un padre que pierde a su hijo a causa de estos venenos resulta un poco normativo. Ahora bien, si el tema trabajado es el dolor de este padre, los mortales agrotóxico­s se convierten solamente en una causa parecida a lo que podría ser un accidente de tránsito, y entonces la coyuntura se vuelve de poca importanci­a. Algunas actuacione­s son correctas. Siempre en este tono brechtiano que dialoga con una platea imaginada, situación que en general se usa para sacarle dramatismo directo y hacer reflexiona­r a la platea. No ocurre. El dolor del padre se vuelve muy ineludible y la reflexión posible queda suspendida por el sufrimient­o ensordeced­or. Otras actuacione­s irán mejorando con el correr de las funciones.

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